El filósofo Karl Popper.

El filósofo Karl Popper.

Entre dos aguas

Karl Popper y “la verdad” en los tiempos de las 'fake news'

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La “verdad” no vive su mejor época. Las fake news, las noticias falsas, campan incontroladas por todo tipo de escenarios, en particular por los que han hecho posibles los desarrollos tecnológicos del mundo digital, el de “las redes sociales”. Para no sé cuántas personas, pero en cualquier caso demasiadas, las vacunas, el cambio climático, la pandemia de la Covid-19, o la evolución de las especies, no son sino patrañas inventadas y difundidas para favorecer intereses particulares no confesados.

Es el “negacionismo”, que el Diccionario de la Lengua Española define como “actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes”. Los ejemplos que he puesto tienen que ver con la ciencia, y si los he seleccionado es porque precisamente la ciencia es el mejor logro de la humanidad para buscar “la verdad” en el comportamiento de la naturaleza.

Ninguna otra especie, de las muchas que pueblan la Tierra, tiene la capacidad que poseemos los humanos para desentrañar las razones por las que existen compuestos, como pueden ser el agua, imprescindible para la vida, o el ácido desoxirribonucleico, el célebre ADN, cuya importancia para la vida también ha sido descubierta; o para determinar cómo se mueven los cuerpos, incluidas estrellas, planetas y demás cuerpos celestes, y no solo ellos, también el mismo Universo. Y podría seguir con una secuencia casi infinita de ejemplos.

La seguridad de las teorías y resultados de la ciencia ha planteado la pregunta de qué es lo que la distingue de otras actividades, pregunta que se plantearon no tanto los propios científicos como los filósofos. Durante buena parte de la primera mitad del siglo XX un tema popular entre los filósofos de la ciencia fue encontrar un “criterio de demarcación” -así se lo denominaba- que caracterizara a la ciencia.

Movimientos como el Círculo de Viena o el positivismo lógico constituyen buenos ejemplos en este sentido. Fascinados por el éxito, la originalidad y el poder explicativo de la teoría de la relatividad de Einstein -la especial (1905) y la general (1915)-, y de la mecánica cuántica, más por aquella que por esta, algunos filósofos, Moritz Schlick, Rudolf Carnap, Hans Reichenbach o Bertrand Russell, entre otros, se esforzaron por desvelar la lógica interna de las teorías científicas.

Si la física, la reina de la ciencia entonces, estaba consiguiendo corregir errores o limitaciones, avanzando en el conocimiento de las leyes que rigen los fenómenos naturales, ¿no se podría aplicar su receta a la filosofía, construir una filosofía “segura”?

Claro que el problema era encontrar esa “receta”, el verdadero “método científico”. Y en este punto es imposible no recordar al filósofo de origen austriaco, afincado finalmente en Inglaterra, donde ocupó una cátedra en la London School of Economics, Karl Popper (1902-1994), de cuya muerte se acaban de cumplir -falleció en septiembre- treinta años.

Coincidí con él en dos ocasiones. La primera en un “Encuentro con Karl Popper” que se celebró en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander en agosto de 1991. Miguel Boyer y Mario Vargas Llosa fueron dos de los conferenciantes. Alianza Editorial publicó las conferencias (la mía se tituló “Las contribuciones de Karl Popper a la física y a su filosofía”).

En su intervención Vargas Llosa recordó la importancia que tuvo Popper para él: “Estoy aquí para testimoniar la inmensa ayuda que significó para mí descubrir la obra de Popper a fines de los años sesenta, en una época de mi vida en que, luego de haber perdido el entusiasmo por la utopía revolucionaria, comenzaba a hacer por mi propia cuenta y con muchos traspiés una reevaluación de la cultura democrática”.

Popper repudió la “tan ruidosa moda intelectual que intenta
denigrar a la ciencia”. ¿Qué habría sentido hoy?

La influencia de Popper fue inmensa en el ámbito político, con su férrea defensa de la democracia liberal, que presentó en un libro que se convirtió en un clásico, La sociedad abierta y sus enemigos (1945) -sus grandes enemigos eran las ideas, y los seguidores, de Platón, Hegel, Marx y Freud-. Margaret Thatcher fue gran admiradora suya. Pero sus intereses no se limitaron a la política, algo explicable habida cuenta del tiempo que le tocó vivir, y la ciencia figuró entre sus grandes amores.

Así lo manifestó en numerosas ocasiones, una de ellas en la conferencia que pronunció durante el Congreso Mundial de Filosofía celebrado en Brighton en agosto de 1988. Declaró allí su “inquebrantable convicción de que, junto a la música y el arte, la ciencia es el más grande, más bello y más aleccionador logro del espíritu humano”. Y añadió: “Repudio la, en la actualidad, tan ruidosa moda intelectual que intenta denigrar a la ciencia”. ¿Qué habría sentido hoy, cuando la denigración de la ciencia, de la verdad, ha alcanzado cotas impensables antes?

En filosofía de la ciencia la gran aportación de Popper se halla en su libro La lógica de la investigación científica (1934, 1959). Como indica el título, Popper creía que la ciencia se desarrollaba ateniéndose a procesos que obedecían a la lógica, idea que significa que “solo son científicos aquellos sistemas que pueden ser refutados por la experiencia”.

El marxismo o el psicoanálisis no eran científicos, porque si una de sus predicciones fallaba siempre era posible imaginar una explicación que justificase el fallo. Recuérdese que Marx predijo que la revolución comunista se produciría en Alemania, no en Rusia.

Pero por muy grande que haya sido la influencia de la tesis de Popper, como mostró sobre todo Thomas Kuhn en su libro de 1962 La estructura de las revoluciones científicas, la lógica implícita en la definición popperiana no se sostiene cuando se analiza el desarrollo real de la ciencia, en el que la sociología desempeña un papel muy destacado. Las teorías no se refutan lógicamente, se abandonan cuando van creciendo las anomalías y se dispone de alternativas.

Durante casi un siglo se sabía que la teoría de la gravitación de Newton no explicaba el movimiento del perihelio de Mercurio y, sin embargo, no se abandonó la física newtoniana; esto solo se hizo en 1915, cuando la teoría de la relatividad general sí era compatible con las observaciones. Lamentablemente, la lógica no siempre rige el devenir de la ciencia, al menos de manera inmediata, ni nuestros comportamientos.