
Jeff Bezos, Elon Musk y Mark Zuckerberg. Montaje: Rubén Vique
Bezos, Musk y Zuckerberg como amenazas para la democracia
Un puñado de oligarcas tecnológicos está acumulando el suficiente poder como para influir de manera decisiva en nuestras vidas y en el desarrollo de la ciencia.
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Dos son los mayores dones que nos ha proporcionado el camino evolutivo del que procedemos: una inteligencia prodigiosa, capaz de ejecutar razonamientos que incluso nos permiten otear el futuro; y una estructura anatómico-fisiológica —en especial la caja laríngea— que produce una amplia variedad de sonidos. De la alianza de estas dos facultades surgió el habla, los innumerables lenguajes, la mayoría codificados finalmente en el mayor invento de la humanidad: la escritura.
No hay nada más íntimo, algo que nos haga lo que somos, que el lenguaje. Me viene a la memoria en este punto unas frases que Hannah Arendt escribió en un artículo, de enero de 1943, titulado "Nosotros, los refugiados", que se encuentra incluido en Escritos judíos (Paidós): "Perdimos nuestro hogar, es decir, la cotidianeidad de la vida familiar. Perdimos nuestra ocupación, es decir, la confianza en ser útiles en este mundo. Perdimos nuestra lengua, es decir, la naturalidad de las reacciones, la simplicidad de los gestos, la sencilla expresión de los sentimientos".
Y al recordar estas imperecederas palabras, recuerdo también, con dolor, cómo en mi país durante décadas se impidió, sobre todo, a catalanes y vascos, promover públicamente el empleo de sus lenguas maternas. Un dolor redivivo, cuando leo que, en una de estas comunidades, desde hace tiempo y en aras a un nacionalismo exclusivo, se obstaculiza a aquellos que quieren expresarse y aprender en su lengua madre, el castellano.
Frases como las de Hannah Arendt forman parte de un tesoro, de un legado, que deberíamos preservar y dar a conocer. Frases que son como gotas que destilan puntos centrales de la cultura e historia universal. Muchas de ellas son sobradamente conocidas, ¿quién no conoce aquella de "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…", aunque nunca haya leído El Quijote? O la que Shakespeare puso en labios de Hamlet: "Ser o no ser, esa es la cuestión".
Y en política, resuenan todavía manifestaciones como "No preguntes qué puede hacer tu país por ti. Pregúntate qué puedes hacer tú por tu país" (J. F. Kennedy, 20 de enero de 1961), o la conmovedora de Martin Luther King, "Yo tengo un sueño" (28 de agosto de 1963).
También en la ciencia existen frases inolvidables. En uno de sus raros momentos de humildad, Isaac Newton nos dejó una que nadie debería olvidar, pues es incuantificable lo que desconocemos, y maravilloso lo mucho que ya nos es familiar: "No sé lo que podré parecer al mundo, pero yo me veo a mí mismo únicamente como si hubiese sido un niño que juega en la orilla del mar, y que se divirtió encontrando de vez en cuando un guijarro más liso y una concha más bella que las normales, mientras que el gran océano de la verdad permanecía ante él sin descubrir".
Frases como las que Charles Darwin utilizó para finalizar la primera edición (1859) de El origen de las especies tendrían también que estar esculpidas en la memoria de las generaciones presentes y futuras: "La cosa más elevada que somos capaces de concebir, o sea la producción de los animales superiores, resulta directamente de la guerra de la naturaleza, del hambre y de la muerte. Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido alentada en un corto número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas más bellas y portentosas".
"Ya no son los intereses militares los que influyen en el desarrollo científico-tecnológico, sino los de unos pocos empresarios megamillonarios"
En ocasiones, algunos discursos se convierten en escenarios magníficos para dejar frases e ideas que no deberían ser arrastradas por el viento. Una de mis favoritas se encuentra en el discurso que John F. Kennedy pronunció el 26 de junio de 1963 en el aislado Berlín occidental de la Guerra Fría: "Ich bin ein Beliner" ("Yo soy un berlinés").
Como historiador de la ciencia, me he ocupado en alguna ocasión del discurso que Dwight David Eisenhower (1890-1969) pronunció el 17 de enero de 1961, poco antes de dejar oficialmente la presidencia de Estados Unidos. Alertó entonces sobre el peligro que significaba la alianza que se había producido entre industria y fuerzas armadas, lo que denominó "el complejo militar-industrial": "Hasta el último conflicto mundial, Estados Unidos no tenía industria bélica. Los fabricantes norteamericanos de arados podían, con el tiempo y según fuese necesario, fabricar también espadas. Pero ya no podemos arriesgar la improvisación de emergencia de la defensa nacional: hemos sido obligados a crear una industria armamentística permanente de vastas proporciones".
Y añadió: "Nuestro gasto anual en la seguridad militar es superior a los ingresos netos de todas las grandes empresas norteamericanas. En los consejos de gobierno debemos cuidarnos contra la adquisición de una influencia desproporcionada, buscada o no, por parte del complejo bélico-industrial. Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación haga peligrar nuestras libertades y procesos democráticos".
Para hacerse idea de lo que ese "complejo militar-industrial" significaba solo hace falta tener en cuenta que en la década de 1960 el Departamento de Defensa estadounidense controlaba entre el 70 y el 80 por ciento del presupuesto federal (estatal) para Investigación y Desarrollo, y lo que esto implicaba sobre el tipo de investigación al que la gran industria de la nación dedicaba sus esfuerzos.
En la actualidad el escenario político y socioeconómico es diferente, aunque la tecnología y la industria vinculada a la defensa continúa ocupando un lugar central. Pero ya no son los intereses militares los que influyen poderosamente en la dirección del desarrollo científico-tecnológico, sino los de unas pocas personas, empresarios megamillonarios como Musk, Bezos o Zuckerberg, que han obtenido y obtienen su riqueza utilizando las posibilidades que ofrece la tecnología.
Ante semejante situación, y al igual que Eisenhower en 1961, el presidente saliente Joe Biden utilizó su discurso de despedida del pasado enero para advertir que "existe una peligrosa concentración de poder en las manos de unos pocos ultrarricos individuos, y las peligrosas consecuencias si su abuso de poder se deja sin controlar". Esa "oligarquía —dijo— amenaza toda nuestra democracia, nuestros derechos básicos y libertad". Ojalá que estas sensatas palabras no se pierdan en el recuerdo. Que sobrevivan incluso en escenarios tan hostiles como el actual.