Humor amargo
Álex de la Iglesia estrena "Muertos de risa", su última película
14 marzo, 1999 01:00En un fragmento de su única novela publicada hasta hoy, "Payasos en la lavadora", álex de la Iglesia evocaba un anuncio de helados domésticos con la inclemencia del nostálgico decepcionado por el presente: "Flash Golosina, qué rico helado, del congelador tarará tarará tarrado (...) Hazle caso a tus helados, Flash Golosina Flash! la cuestión era: ¿Qué es eso de hazle caso a tus helados? (...) Siempre me creí un experto en Flashes hasta que hace un par de años un tipo me dijo que también recordaba el anuncio, pero que no era hazle caso a tus helados sino haz en casa tus helados. Años de estudio (...) tirados por el suelo en un instante". No es casual que el spot aparezca en "Muertos de risa": no es el único signo que hace patente que su película es la culminación de un personalísimo universo iconográfico que germinó en el guión de "Mama", de Pablo Berger. Algo tan banal como el recuerdo de un anuncio es la demostración de la mirada cínica, plurirreferencial y nada complaciente de un autor comprometido consigo mismo
El primer error que hay que evitar al acercarse a una película tan desconcertante como "Muertos de risa" es esperar de ella una risa fácil, tontorrona o hilarante. "Muertos de risa" es una comedia en el mismo sentido en que lo eran "Cul-de-sac", "Lunas de hiel" o "El quimérico inquilino". La sombra de Polanski -sus claustrofóbicos giros humorísticos, la construcción de un mundo obsesivo y lunático, regido por las tenebrosas reglas de la locura- planea sobre todo el metraje del filme, una comedia siniestra que pone sobre el tapete algo que muchos profesionales de la carcajada -desde Buster Keaton hasta Jerry Lewis- se han obstinado en dejar claro durante toda su desternillante trayectoria: en el fondo, el humor no tiene ni puta gracia. Nino y Bruno (o Santiago Segura y el Gran Wyoming, espléndidos) son dos humoristas a su pesar, el payaso triste y el payaso tonto que convierten su éxito en un miserable "via crucis" de bofetadas y humillaciones que acabarán en un verdadero recital de torturas. Los referentes están en la memoria de todos: Tip y Coll, Esteso y Pajares, Martes y Trece, Lusson y Codeso (que, por cierto, también practicaban la colleja como una de las bellas artes) y el Dúo Sacapuntas ("Los Abbot y Costello tercermundistas", como los define Fausto Fernández en su excelente "Telebasura española" -Glénat-). Pero la apuesta de "Muertos de risa" es, como en el mundo del circo (o como en ese excesivo y notable tratado sobre la mezquindad humana titulado "La guerra de los Rose"), el más difícil todavía: la pareja de humoristas -cuyos "gags" ocurren en "off", un ingenio añadido del guión de álex de la Iglesia y Guerricaechevarría- establece una relación de amor-odio próxima al sadomasoquismo. La refinada crueldad de algunas de las malvadas pruebas a las que se someten mutuamente conduce a la película hacia un país abstracto, una tierra de nadie decorada como un zulo terrorista, despojada del colorista atrezzo con el que asociamos, inconscientemente, la añorada década de los 70.Austeridad albanesa
El segundo error que hay que evitar al acercarse a una película tan negra como ésta es esperar de ella un nostálgico recorrido por esos 70. Es cierto que sale íñigo y el famoso "doblamiento de cucharas" de Uri Geller; es cierto que uno de sus momentos más cómicos es la toma de Prado del Rey por parte de las fuerzas vivas (y tontas) en el tristemente célebre 23-F; es cierto que el nombre de Chicho Ibáñez Serrador y su "Un, dos, tres, responda otra vez" brilla con luz propia. Pero la España de "Muertos de risa" no tiene el color del "swinging London" de la magnífica "Velvet Goldmine", de Todd Haynes. Esa España es la España que está en la cabeza de álex de la Iglesia, una España en blanco y negro, y una televisión de una austeridad albanesa: gris, mediocre, acorde con la escasez cromática de los últimos coletazos del franquismo. No por azar la excelente fotografía de Flavio Martínez Labiano ha lavado con lejía extrapura los colores de esa década de arbitrarias ejecuciones y marcianadas reaccionarias, convirtiéndola en un inquietante álbum de fotos de tonos crudos. Es en este sentido que "Muertos de risa" podría entenderse, también, como una aguda metáfora de la evolución -política, moral e ideológica- de la sociedad española, un doloroso, caricaturesco y esperpéntico viaje al fondo de la idiosincrasia hispánica, viaje protagonizado por dos españoles -dos de los nuestros- que no logran sobrevivir ni a la transición ni a la euforia olímpica.
El tercer error que hay que evitar al acercarse a una película tan excéntrica como "Muertos de risa" es considerarla una obra menor dentro de la intachable carrera de álex de la Iglesia. Ya en su guión de "Mama" -corto que transcurría en una especie de refugio atómico de los 60, y en el que una foto de Torre-bruno cobraba inusitada importancia en el desarrollo de la historia- y en una idea de Pablo Berger que nunca llegó a realizarse -"una mezcla de ‘Reencuentro’, de Kasdan, y ‘Los Chiripitifláuticos’", De la Iglesia dixit-, quedaban sugeridos los temas rectores de "Muertos de risa". La construcción de un personaje protagonista (que, con frecuencia, se desdobla: el terrorista Ramón Yarritu -Antonio Resines- y la secuestrada Patricia Orujo -Frederique Feder- en "Acción mutante"; el padre Berriartúa -álex Angulo- y José Mari -Santiago Segura- en "El día de la bestia"; Perdita Durango -Rosie Pérez- y Romeo Dolorosa -Javier Bardem- en "Perdita Durango") víctima de su mundo delirante, de una obsesión demente por conseguir algo así como el objeto de su deseo -algo tan simple como una Mirinda en su único corto, "Mirindas asesinas"-, se repite en "Muertos de risa". Incluso la cabra de "El día de la bestia" aparece en la secuencia del club de carretera de "Muertos de risa" transmutada en mascota del legionario. Pero, ante todo, su película cuenta lo que contaban sus anteriores títulos -exceptuando, tal vez, "El día de la bestia", filme de una amistosa masculinidad típicamente "hawksiana"-: una historia de amor-odio tan pasional como la que unía, más allá de las montañas de la locura, a Perdita y Romeo en la libre adaptación que hizo De la Iglesia de la novela de Barry Gifford. Es en ese sentido que "Muertos de risa" podría entenderse, también, como una particular secuela de los innegables logros de la romántica "Perdita Durango", teniendo en cuenta que cualquier asomo de glamour ha sido sustituido por unas cuantas dosis de sordidez en polvo.
El cuarto error que hay que evitar al acercarse a una película tan cruel como ésta es buscar asideros, o la posibilidad de identificación con los humillantes actos a los que se someten los personajes. Como un Gómez de la Serna de los 90 -escritor, por cierto, en el que De la Iglesia se inspiró para una de las secuencias más brillantes de la película: el casting de la mano gigante-, burlón y cínico, el autor de "Acción mutante" no elude convertir la historia del enfrentamiento entre este par de humoristas en una ejemplar obra de teatro de la crueldad, un simpar circo de monstruos donde la risa se congela en un rictus imposible. No por azar, el director -lo cuenta en el estupendo "La bestia anda suelta" (Glénat), de Marcos Ordóñez- fue víctima y verdugo en aras del humor. En una ocasión, él y una pandilla de amigos se hicieron pasar por un grupo de teatro de animación para una fiesta de la empresa Arthur Andersen, y el resultado fue "entre patético e ilustrativo": como en los shows que montaba Robert de Niro en "El rey de la comedia", nadie se rió. Durante cuatro meses, De la Iglesia se dedicó a dirigir "bromas" para el programa "Inocente, inocente", pasando por experiencias un punto desagradables con personajes tan parodiables como Margarita Landi. él fue, en ese caso, el que rió el último, y rió mejor.
Excesiva emoción
No es que la crueldad transforme a "Muertos de risa" en una película (completamente) despiadada. El cine de álex de la Iglesia, exótico combinado de ternura y sarcasmo, es, en el fondo, una reivindicación de la emoción excesiva, de la hipérbole del sentimiento. él mismo lo escribía, otra vez, en "Payasos en la lavadora": "La emoción es ese sentimiento exquisito de plenitud que se siente al descubrir algo pequeño y misterioso, algo oculto y que al desvelarlo, crece y se desborda, te inunda y sobrecoge, te atrapa y te sumerge en su interior hasta que no puedes más, hasta que te ahogas". Posiblemente, Nino y Bruno, verdaderos payasos en la lavadora de este bilbaíno insigne, le darían la razón dándose una mutua bofetada desde el otro mundo.