Cine

El último tango en París de Bernardo Bertolucci

6 junio, 1999 02:00

Marlon Brando, Maria Schneider y Jean Pierre Léaud

Baila Brando, y todo París aguanta la respiración. Mientras, la hermosa Maria Schneider corre, como alma que lleva el diablo, para engañar a un futuro que le espanta. Escapa, huye, volatilízate y olvida el nombre (¿pero realmente lo conociste alguna vez?) de ese condenado loco que exhibe el culo, impúdico y al borde mismo de la desesperación, ante un mundo definitivamente mediocre. Bernardo Bertolucci volvió a posar los pies sobre la tierra el día en que dio por terminada "El último tango en París" (1972), su mejor película y uno de los más hermosos filmes de la historia. La sala está ahora a oscuras, y con una lentitud pasmosa desfilan ante nuestros ojos ese puñado de cuadros de Francis Bacon (otro gran demente) que el director italiano descubrió un día bendecido por Dios. Y sí, es cierto: aunque más delgada, la retorcida figura que gime y agoniza entre las sabias manchas de color es la de Marlon Brando, Marlon Brando, que gracias a esta película se convirtió en inmortal. España, finales de los años setenta: bandadas ávidas cruzan los Pirineos para contemplar con sus propios ojos la triste escena de la sodomización. Da igual, de todas formas: el tiempo, que habla siempre, lo dictaminó hace años: "El último tango en París", salvo algún que otro defecto olvidable (y concernientes, sobre todo, al malogrado personaje interpretado por un siempre gesticulante Jean Pierre Léaud) es una obra maestra desconsolada. No lo duden ni un instante: vayan al cine a ver de nuevo esta maldita historia de amor, y luego lloren, aunque sólo sea un poquito, por Marlon Brando, por Maria Schneider, por Bernardo Bertolucci, por París, por el tango, por todos nosotros, en fin