"La realidad es mentira"
El crítico Daniel Monzón rueda "El corazón del guerrero"
11 julio, 1999 02:00Ojo: ni la coraza ni el reposo. "El corazón del guerrero", así se llama la opera prima de Daniel Monzón. ¿A qué suena? A película bélica, a película de acción, a cómic del "Capitán Trueno" o "Conan, el bárbaro", a película de amor de armas tomar. A eso suenan 11 semanas de rodaje, 500 millones de presupuesto. A eso suena la energía de su director, cuya ficha policial -ex crítico de cine- hace juego con gestos de un "cartoon" de Tex Avery. Guerrero es: no hay más que verlo en la estación de Nuevos Ministerios, en Madrid, dirigiendo sus cuádrigas hacia un túnel donde puede ocurrir cualquier cosa.
Alas ocho de la tarde, una estación de ferrocarril puede parecerse peligrosamente a una visión de nuestro futuro. Limpios como el suelo de un aeropuerto, los andenes de Nuevos Ministerios se llenan de pisadas anónimas mientras una voz muerta anuncia tenebrosos destinos desde un megáfono oculto a los ojos de la urgencia. El ambiente es vagamente metálico, y si no fuera por la presencia de un tumulto familiar cinematográfico, nadie diría que ese escenario será escenario de un rodaje. No obstante, hay algo interesante en la confusión de extras y viajantes: es imposible distinguirlos, a menos que uno, observador ya participante, se fije en el ayudante de dirección, Sergio Caballero, gritando instrucciones:-¡Poneos en vuestras posiciones! ¡Fernando: ahí, entre la señora de rojo y la de blanco! ¡Y que nadie mi- re a la cámara!
A Fernando Ramallo se le ha ido la mirada hacia una cámara oculta que vigila, desde la retina del Gran Hermano, lo que los actores y el equipo están a punto de inventar. En un rodaje, uno siempre se siente el típico palurdo de "Objetivo indiscreto" que se cuela en el encuadre en el momento menos oportuno. Acto seguido, instalan un cubo con bebidas entre un banco y un viajero sin prisas. Monzón al habla:
-Había querido hacer cine desde niño. Lo que más me asustaba era comprobar si me iba a gustar hacerlo o si iba a ser capaz. El primer día de rodaje descubrí que me gustaba y el segundo, que era capaz. El mayor reto es saber si aquello que deseas se corresponde con la realidad. Lo demás es intensidad, trabajo, energía, una especie de pasión energúmena difícil de definir.
¿La pasión de un niño bajando por unas escaleras mecánicas en sentido contrario?¿Es eso ser director de cine? Mientras Monzón escenifica, exagerando, el plano que va a rodar a continuación, se me ocurre que sí. Ramallo, que cada vez se parece más a una mezcla en- tre Antoine Doinel y Holden Caulfield, medita. Sentado en una esquina, se come una manzana y observa de reojo a su director, que es "como un padre: si me cuesta entrar en situación o estoy cansado, él interpreta la secuencia, por solidaridad. Es un soñador, como yo". Es hermoso ver pasar un tren, y ver el reflejo de Ramallo y el equipo de cámaras en sus cristales opacos, que van desmenuzando la secuencia como en una vieja linterna mágica. Realidad y su reflejo distorsionado, ese es el tema del filme.
-Ahí está la gracia de la película, en el continuo juego de contrastes entre realidad y ficción, entre el mundo cotidiano y prosaico que le toca vivir a un adolescente en el Madrid del 99 y ese mundo de tebeos y películas del que se alimenta el protagonista, tipo "Conan", "El señor de los anillos" o "En busca del arca perdida", un mundo donde desearía vivir. La historia está en que el espectador piense si el mundo real no será el mundo imaginario, y que al salir del cine se plantee aquello que decía Calderón... la vida es sueño.
¿Qué le pasa a Ramón Belda (Ramallo) para tener tal lío en la cabeza? Vale, está en la edad del pavo, pero eso no es motivo para creerse Conan. Juega al rol, algo que ha- ce desarrollar la imaginación de un adolescente a un ritmo más rápido de lo normal. No hay, sin embargo, ninguna intención de denuncia social en el filme, a pesar de que la génesis de la película parte del tristemente célebre caso del asesino del rol -"Dos jóvenes asesinan a un hombre que trabajaba en una empresa de limpieza el 30 de abril de 1994: 19 cuchilladas por un juego de rol..."-. La cabeza de Daniel no está hecha ni para el documental ni para el rea-lismo descarnado.
Esquemas ancestrales
-El juego de rol es apasionante. Es una invitación a que profundices en tu fantasía, a que juegues a ser otra persona. En el fondo es como una droga, te permite salir de ti mismo. Cuando juegas a un juego, repites unos esquemas ancestrales, contactas de algún modo con todas esas personas que lo han jugado antes. Es un poco lo que le ocurre a Ramón. El juego de rol le permite conectar con otras dimensiones. De todos modos, en la película el juego es un "macguffin", un artilugio, una excusa de la que me valgo para encender la chispa de la fantasía y el delirio. Lo malo es que cada vez que un adulto oye hablar de los juegos de rol piensa algo chungo. Es como si un tenista hubiera matado a alguien y cuando se oyera hablar de tenis, todo el mundo exclamara: ¡nefando, mal rollo, aberración!
Jugar y rodar. Cerca de las doce, los andenes empiezan a despejarse, como si por la noche nadie pudiera llegar a ninguna parte. Tres adolescentes me preguntan si el próximo tren se dirige a Coslada. ¿Formará parte Coslada del universo de espada y brujería que existe en otra dimensión, flotando sobre nosotros? En otro andén resuenan los disparos y todos los extras se tiran al suelo. Todos no: dos policías que no lo son fuman un cigarrillo tranquilos porque están fuera de campo. Lo que está fuera de campo no existe, luego no existo. Ligera- mente molesto por mi inexistencia, me encamino a un improvisado salón de maquillaje donde Pepe Quetglas está convirtiendo a Javier Aller -uno de los marcianitos de "El milagro de P. Tinto"- en un vagabundo tuerto. él será el particular Sancho Panza de Ramón, un guía incondicional al que más tarde encontraré sumido en la oscuridad de un túnel: "Lo que mueve a mi personaje es la fe, la fe ciega en lo que él cree. Lo único que hace es transformar la fe en heroismo. Al principio soy un antihéroe: retraído, tímido. Beldar es mi fe, la fuerza que nadie sabe que tengo".
Beldar no está, lo que quiere decir que Joel Joan no está. Será que a Conan no le gustan los trenes. Lo he visto en fotos y está impresionante: vikingo o hercúleo, ha hecho pesas desde que salió desnudo en la espléndida "Soy fea". Me cuentan por encima sus escenas con un Santiago Segura irreconocible en el papel de Netheril, una versión enloquecida del Mago Merlín, en el castillo de San Martín de Valdeiglesias, un Camelot disfrazado de fortaleza tolkiniana por obra y gracia de los directores artísticos, Arri y Biaffra. También veo una foto de Neus Asensi, la Sofía Loren del cine español. Veo la versión "espada y brujería", una Sonja que parece dibujada por Frank Frazetta, Hundra revisitada. No sé cómo le sentará el disfraz de prostituta de la Casa de Campo, yonqui y desencantada, pero algo tendrá de su energía para encandilar a Ramón. Todos han corrido, han luchado, han nadado como verdaderos guerreros porque lo exige el guión. Mientras, Fernando suspira: "Antes de rodar la película, apenas sabía nadar. Mañana tenemos que rodar planos en los que buceo. Luego añadirán digitalmente peces de colores, porque se supone que estoy en medio del mar -recuerdo de repente que la película tiene cien efectos digitales, uno más o menos-. Imagínate el miedo que me da".
Da miedo ver a Monzón internarse en el túnel. Como un loco suicida caminando tranquilamente hacia el horizonte, deja atrás el tren, donde la gente de producción, los eléctricos, los operadores, están cargando el material para rodar. Hace unos minutos, una integrante del equipo se ha mareado. Será el calor, sofocante como el brillo de un filamento de tungsteno. Todo el mundo ha reaccionado rápidamente. En verdad, he llegado a pensar que en los rodajes puede crearse el clima de compañerismo de las situaciones bélicas. Una baja es un fracaso, una tristeza, algo que el cine, eufórico en su voltaico vaivén, no se puede permitir. Lógicamente, unos amables enfermeros del Samur acuden al lugar del mareo. Nada importante. El equipo acaba de montarse en el tren con el buen rollo de una pandilla de amigos que van a escalar el Everest: armados hasta las cejas de cámaras y cables y refrescos. Veloz, monto en el tren. Mi reloj mental marca las dos de la madrugada.
épica y freak
Nunca el transporte público se ha tomado la molestia de recorrer una distancia tan corta. El responsable de RENFE avisa, ilusionado, como si tuviera complejo de hada madrina de La Cenicienta: a las tres y me- dia pasa un tren, lo que obligará a detener el rodaje. Por un momento me imagino al equipo en la delgada línea roja que separa dos trenes de alta velocidad disparados hacia el horizonte. La cara distorsionada por el viento, el pelo eléctrico. No tardaré en ver esa extraña sensación de libertad y angustia en el rostro de Fernando corriendo delante de la luz de un tren y siendo apartado por su protector, el vagabundo Aller: los dos planos que se van a rodar en el túnel. Hay algo de épico en las sombras recortadas de Monzón y sus actores, gesticulando uno, escuchando los otros: algo de hazaña fabulosa. Esto es el cine.
-Sí que tiene un poco de historia épica, pero "freak". Desde las epopeyas griegas hasta los libros de Frank Herbert o la saga de Lucas, siempre hay una persona que piensa que, de alguna manera, es la elegida para acometer una hazaña. Es épica, sí, pero lo que mejor define a la película es la frase que va a encabezar el cartel: la realidad es mentira -dice Daniel.
Desde las alcantarillas
En efecto, esto es cine. El cine se suda, porque en el túnel la temperatura es mortal. Cuando Fernando salta, salta de verdad: se hace daño. Al grito de "Corten", medio equipo se abalanza sobre él para escucharle: un actor necesita que le escuchen. Daniel lo hace, tras comprobar cómo ha quedado el plano. Carles Gusi, director de fotografía, mide con su fotómetro la luz en la oscuridad: "El mundo fantástico tiene una luz muy cuidada: cálidos, naranjas, rojos, todo colores colmados. La realidad, sin embargo, es muy "verité" -afirma Daniel-. Pero a medida que avanza la película, todo empieza a entremezclarse, empastarse, confundirse, y la luz también empieza a jugar en ese sentido".
Llevan varios días rodando en horario nocturno, metidos en mundos subterráneos. Me hubiera gustado verlos en las alcantarillas. Nuria Santos, la jefa de producción, me cuenta que visitaron las alcantarillas del centro, calles estrechísimas debajo de calles estrechísimas, una ciudad dentro de otra. Rodaron, por problemas de espacio, en las de la Castellana. Están acostumbrados a la oscuridad, esta vez intermitentemente iluminada por un tren que pasa ante nuestra cara. El de las tres y media llega, como de costumbre, con retraso, pero hay que desmantelar el tinglado por si las moscas. Me alejo hacia la luz de la estación con la sensación de haber asistido a una hermosa sesión de magia, donde mago y ayudantes viven un momento de epifanía difícil de describir para quien lo observa desde fuera. Es posible que la realidad sea mentira, pero el cine no lo es. El cine es una clase de verdad.