Cine

Recuerdos y llanto

Biografía Buñuel

13 febrero, 2000 01:00

Luis Buñuel y su hijo Juan Luis, redoblando los tambores de Calanda, en 1963

Buñuel 100 años

Siempre recuerdo lo que mi padre me contaba acerca de sus amigos, entre ellos, por ejemplo, Federico García Lorca. Se habían conocido en aquel famoso hervidero de ideas que era la Residencia de Estudiantes de Madrid. Los dos eran muy jóvenes, llenos de entusiasmo por el nuevo mundo que se les abría por delante. Decía a menudo que la verdadera obra maestra de Federico no era ni su poesía ni su música, sino él mismo. Jamás había tenido el gusto de entablar con alguien tan cálido, abierto e inteligente, en donde su ser era su arte. Todo era risa y humor.

Una noche durante los años 60, caminábamos los dos juntos por las estrechas calles de Toledo, cuando llegamos a una plazuela. Uno de los lados daba hacia un abismo profundo cuya caída escarpada desembocaba en el Tajo. Me apoyé sobre el parapeto de piedra y miré hacia abajo. La luz de la luna le daba al río el aspecto de una serpiente escurridiza. Entonces me fijé que mi padre tenía lágrimas en los ojos. Le pregunté si se encontraba mal. Se apoyó sobre la barandilla y exclamó: "¡Aquí es donde veníamos Federico, Salvador y yo a vomitar cuando estábamos borrachos!" Se dio la vuelta. "¡Nos divertíamos tanto!"

Mientras regresamos lentamente hacia el hotel, continuó: "No me cabe en la mente el horror que habría pasado Federico mientras se lo llevaban hacia su ejecución. Era un ser tan exquisito, tan consciente de todo lo que le rodeaba, de la vida. Sin duda sabía lo que le iba a pasar".

Años después, fui al lugar donde García Lorca fue asesinado. Al ver donde ocurrió, me quedé conmocionado, con la mirada fija. A pocos metros de unos horribles edificios modernos, al lado de una carretera, sobre un monte seco y desangelado yacía un mediocre monumento de ce- mento. Por ahí cerca había un viejo árbol astillado donde, por lo visto, recibió su tiro de gracia. Al lado, un montón de basura sin recoger: bolsas de plástico azul, pieles de plátano, latas oxidadas, algunas cartas, cajas de cartón desechas, toallas sanitarias... realmente parecía como si todos esos restos formaran parte de un decorado que llevaba allí mucho tiempo.

Cien años después del nacimiento de mi padre me viene a la mente que si no llega a ser por el hecho de que tuvo la oportunidad de poder buscarse la vida fuera de su país, tal vez hubiera corrido la misma suerte que otros muchos amigos.

Juan Luis BUñUEL