Mary Harron abre Sitges con "American psycho"
Un infierno en la mente
4 octubre, 2000 02:00Fotograma de "American psycho" el film de Mary Harron basado en la novela de Easton Ellis
Intriga, asesinatos, vejaciones, sombras y vicios abren mañana la XXXIII edición del Festival de Sitges. Son los ingredientes que se esconden detrás de American Psycho, un filme de Mary Harron basado en la novela homónima de Bret Easton Ellis. EL CULTURAL conversa en estas páginas con la directora canadiense y recorre algunos de los títulos más importantes del denominado "psico-thriller". Además, destaca en estas páginas algunos de los cortos que se proyectarán en los apartados de Fantastic y Animación y Judith Collel presenta Nosotras, su ópera prima en la que narra los dramas cotidianos de varias mujeres.
En junio de 1998, Oliver Stone y su candidato para retratar a Patrick Bateman, Leonardo di Caprio, eran historia cuando Harron decidió darle y darse una segunda oportunidad, imponiendo esta vez unas condiciones no negociables. A finales de aquel año -y con un presupuesto que se había disparado del inicial 10 millones de dólares hasta 40- se dio el visto bueno al guión definitivo, firmado por Harron y Genevieve Turner. La directora de Yo disparé a Andy Warhol pudo mantener su personal visión y versión de American Psycho: "Desde que lo leí me pareció un libro divertido. Lo que más me llamó la atención fue la ferocidad de la sátira que albergaba. Además, me imaginé que la novela constituiría una buena película de época, por el meticuloso retrato de la década de los 80. Nunca se me ocurrió que la película resultante sería una más de asesino en serie. Ese tipo de cine me aburre. Lo que a mí me interesa es desarrollar un personaje en un ámbito social e histórico determinado, cómo cada persona se ve afectada por el tiempo que le ha tocado vivir".
Un total compromiso
La pasión con la que Mary Harron habla y la capacidad perturbadora de sus películas contrasta con su armónica apariencia y aspecto cotidiano, alejado de los clichés de excéntrica visionaria. De hecho, durante el rodaje del filme -realizado en parte en Toronto- dio prueba de su total compromiso con una película que aún no había finalizado al aparecer en la televisión canadiense. Lo hizo para defender el filme de un virulento ataque orquestado por una organización que convocó cartas y manifestaciones con madres de víctimas de asesinos en serie, cuyo libro de cabecera había sido la novela de Easton Ellis.
Una de las diferencias notables entre la novela y la película es sin duda la suavización de las escenas de violencia y la ausencia total de las de tortura de las víctimas de Bateman. Dice Harron, "Decidí mostrar las matanzas de Bateman, pero en absoluto las torturas con ratas y los desmembramientos de cadáveres. Bateman es un asesino, es el Mal. Pero para mí es, sobre todo, un monstruo trágico que representa también la locura de una época. Es como si todas las psicosis de aquel tiempo hubieran fusionado en un único personaje. Pero no he querido hacer un retrato psicológico, ni argumentar las razones de la enfermedad de su mente. Bateman es tan sólo un símbolo".
Harron no está interesada por sus crisis internas pero manifiesta la misma comprensión por Patrick Bateman como por el personaje real que inspiró su ópera prima, la artista conceptual Valerie Solanas. En su primera película, Yo disparé a Andy Warhol (1996), la directora realizó una comprensiva aproximación a la artista de vanguardia que había intentado asesinar al artista checo-americano en 1968, en un acto más producto de la frustración que del ansia criminal.
En aquel filme que significó su debut -auspiciado por la impulsora del ‘queer cinema’ Christine Vachon, responsable de la creación de títulos como Poison, Swoon, La asesina de la oficina y Velvet Goldmine- se hallan elementos comunes que pueden ser rastreados también en American Psycho: una cierta comprensión de los motivos del personaje (aunque en Bateman éstos son menores, el personaje es más vacío), un tono satírico que le dota a la narración de una gracia emergida incluso en las situaciones más atroces y un detallado análisis de la época: los cínicos 80.
Lacras sociales
Una década recordada como la despiadada era de las "reaganomics", que trajeron consigo lacras sociales el auge de la ‘nouvelle cuisine’, la obsesión por la ropa y accesorios de marca, la escalada del consumismo, la creación del mito de Donald Trump, la utilización de los primeros teléfonos móviles y la emergencia de la música más banal. En ese hipernarcisista y vacuo contexto se desarrolla la peripecia de Patrick Bateman, uno de los últimos iconos literarios malvados del siglo XX junto con álex, el psicópata londinense creado por Anthony Burgess en La naranja mecánica y representado por el embombinado Malcolm McDowell en la película homónima de Stanley Kubrick.
En resumen, Bateman es un narcisista tiburón de Wall Street, empleado en la firma Pierce & Pierce (vocable anglosajón aplicado irónicamente por aludir a la penetración de la carne con objetos metálicos). Solitario y lacónico, tiende a dilapidar sus noches en carísimas cenas que remata bebiendo, esnifando cocaína, teniendo encuentros sexuales gélidos y asesinando mujeres de forma viciosa y violenta.
Y es que en su momento, incluso la publicación de la novela fue tan ardua y complicada como lo fue casi una década después la gestación de la película. Originalmente, debería haber sido lanzada por la editorial neoyorquina Simon&Schuster, pero diversas objecciones dentro de la compañía arruinaron el proyecto. En noviembre de 1990, ejecutivos de la editorial notificaron a Ellis que podía quedarse con los 300.000 pagados en concepto de anticipo. En diciembre de aquel año, Vintage Books, filial de la editorial Random House, adquirió los derechos de publicación. Incluso antes de abril de 1991, mes en que la novela llegó a los estantes de las librerías, se habían vendido ya 100.000 ejemplares.
Esclavo de las marcas
Una de las características que adornan a Bateman (además de la urgencia asesina y de la codicia que le lleva a acumular dinero) es la de considerarse un esclavo de los productos de belleza y la ropa de moda. Algunas de las marcas numerosas veces mencionadas en la novela -Gucci, Rolex- no han podido ser utilizadas. Comenta Harron con sorna: "Bueno, la casa Rolex permitió la utilización del reloj siempre que no se viera durante un crimen. Y, francamente, no podía concebir cada escena con Bateman despojándose del reloj". Nada más comenzar la película, una escena revela la esencia (o la carencia de ella) del personaje. Accedemos a acompañar a Patrick durante la laboriosa rutina diaria de la limpieza matutina, basada en la aplicación de lociones, pociones, geles exfoliantes y máscaras tonificantes.
Un yo inexistente
El levantamiento de la máscara cosmética revela el rostro esculpido de Bateman, una careta en sí misma. "No existe mi verdadero yo", explica la voz en off de Bateman, en un tono monocorde que anticipan los horrores por venir. Para la dramática y gélida fotografía de American Psycho, Mary Harron ha solicitado el concurso de Andrzej Sekula, creador de una extraña plasticidad de ámbitos y personajes. Y sobre todo, con el trabajo del actor británico Christian Bale, trece años después de encarnar al niño que saludaba a los aviones aliados que volaban para combatir a los japoneses desde su campo de concentración de El imperio del sol (Steven Spielberg, 1987).
Un Bale de torso esculpido (que también retrata mercurialmente a otro sanguinario psicópata WASP, Walter Wade, Jr., en la inminente Shaft, de John Singleton) fue una imposición de Harron, quien combatió las presiones del estudio para la contratación de una estrella con más brillo e influencia taquillera. Patrick Bateman -todo brutalidad, codicia y narcisismo- no puede concebirse ya sin Bale, quien con Malcolm MacDowell y su Alex (La naranja mecánica, Stanley Kubrick, 1971) y sir Anthony Hopkins y su hermética y siniestra interpretación de Aníbal Lecter (El silencio de los corderos, Jonathan Demme, 1991) se erige en el tercer miembro del triunvirato de actores británicos que han prestado su rostro, valentía y genio a personajes emblemáticos del Mal en estado puro.
Mary Harron fue periodista y escritora antes que cineasta. Nacida en Canadá e hija del actor Ed Harron, se curtió como especialista en música en los semanales New Musical Express, Melody Maker y como crítica de teatro en el diario "The Guardian". Junto con Elizabeth Lecompte es autora de un guión sobre el pintor Jackson Pollock y debutó en la dirección de documentales para la BBC acerca de la cultura popular. Paradójicamente, uno de ellos es Cómo hacer una película de Oliver Stone.
Mujer y feminista, fue una ardua tarea para Harron filmar los crímenes contra mujeres y el tratamiento de éstas como meros objetos sexuales a los que el protagonista se refiere frecuentemente como "putas" o "zorras". El elenco femenino de American Psycho está constituido por el puñado de actrices jóvenes más inteligentes y pletóricas de coraje y talento del joven Hollywood. Entre ellas, la musa independiente Chloë Sevigny, la formidable Reese Whitherspoon, Cara Seymour y Samantha Mathis.
Rodar asesinatos
Es inimaginable ahora pensar hasta dónde hubiese llegado Oliver Stone (para muestra, basta revisar Giro al infierno), pero para Mary Harron no fue una tarea fácil rodar los asesinatos vejatorios y viciosos. "La película ha evitado toda violencia gratuita. Intenta mostrar una parcela de la crueldad humana. Las escenas de los crímenes fueron difíciles de rodar. Hubo noches en que tuve horribles pesadillas. Los meses que tuve que estar en aquellos escenarios son los momentos más oscuros de mi vida". Casada con el cineasta John C. Walsh (director de Ed"s Next Move), al acabar el rodaje de American Psycho dio a luz a su primera hija, Ruby.
EASTON ELLIS, DE CINE
No es la primera vez que una novela de Bret Easton Ellis, autor de culto para muchos y simple narrador de excentricidades para otros, es llevada a la pantalla grande. Su ópera prima, Menos que cero (1985), que publicó con apenas 23 años, fue trasladada al cine por el realizador británico Marek Kanievska, hoy de actualidad por su último trabajo, Donde esté el dinero, en el que un envejecido Paul Newman encabeza el reparto.
Acogida por algunos sectores de la crítica norteamericana como El guardián entre el centeno de los años ochenta, Menos que cero es una novela nihilista sobre un grupo de adolescentes ricos de Los ángeles para quienes lo único importante es la cocaína. Mediante las excentricidades de cuatro amigos, Easton Ellis creó un poderoso y sórdido retrato de una generación que experimentó con el sexo, las drogas y el desencanto a una edad quizá demasiado temprana, y que más tarde acabaría denominándose la generación X.
El filme, con guión del propio Easton Ellis y Harley Peyton, y protagonizado por Andrew McCarthy, Jami Gertz, Robert Downey Jr. y James Spader (estos dos último firmaron una de sus mejores interpretaciones, como cocainómano y camello, respectivamente) pasó sin pena ni gloria por las pantallas, pero ha quedado como referente de un estilo de vida que dos años después retrataría quizá con más acierto Gus Van Sant -aunque sin duda con mayor crudeza- en Drugstore Cowboy, protagonizada por Matt Dillon y Kelly Lynch.