Image: Piedras cruzadas

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Cine

Piedras cruzadas

Ramón Salazar, único español en la sección oficial

6 febrero, 2002 01:00

Ramón Salazar. Foto: Mercedes Rodríguez

La vida de Ramón Salazar (Málaga, 1973) ha entrado violentamente en tierra extraña. Su conversación agitada y su mirar impaciente le delatan como habitante en una atmosféra de irrealidad y vértigo. No es para menos. Su primer largometraje, Piedras, será la única película española a competición en la Sección Oficial del 52 Festival de Berlín. Lo hará además frente a los últimos trabajos de muchos de sus admirados cineastas: Robert Altman, Bertrand Tavernier, Zhang Yimou, Costa Gavras, etc. "Las posibilidades de ganar son inexistentes -especula el debutante-, pero sólo el hecho de estar ahí, midiéndome con los grandes, ya es mucho más de lo que hubiera soñado".

Con una formación puramente teatral, este joven malagueño llegó a Madrid hace cuatro años para ingresar en la Escuela de Cine. En 1999 pidió un préstamo a sus padres con el que financió el cortometraje Hongos (rodado en vídeo y adaptado a 35mm). Apuntaló un corto de largo alcance en el que convivían sin pudor Almodóvar y Ben Harper, y con el que obtuvo una nominación al Goya y casi medio centenar de premios en festivales repartidos por todo el planeta. Fue durante la promoción de Hongos cuando Salazar puso en pie los andamios de Piedras: "Me daba vergöenza decir que aún no tenía un largo escrito, todo el mundo me lo preguntaba, pero me encanta mentir porque mintiendo tengo mucha creatividad, así que me inventé una historia sobre cinco mujeres que se relacionan por el tipo de zapatos que llevan".

El eterno femenino
Desconocemos qué emociones y zonas concretas del paisaje humano captaron su atención para construir las destartaladas vidas de Leire (Najwa Nimri), Adela (Antonia San Juan), Maricarmen (Vicky Peña), Isabel (ángela Molina) y Anita (Mónica Cervera), cinco motores de larga cilindrada que propulsan las historias de soledad y desamor en Piedras, relatos de profunda raigambre dramática que se entrecruzan con matemática precisión para formar un filme coral de 130 minutos. "Me gusta definir las historias como un momento de tránsito en todos los personajes -explica Salazar-. Todas ellas se dan cuenta de que tienen que hacer algo, y rápido, para enderezar sus vidas". Vidas de desamparo y vidas que se cruzan, variaciones sobre un mismo tema porque, "en realidad, las cinco historias que viven estas mujeres son una misma historia. Por muy distintas que sean entre ellas, tienen muchas cosas en común".

Porque "el punto de vista femenino, por ser más sensible y vulnerable, es generalmente más rico para abordar a los personajes", el eterno femenino es la mina en la que Ramón Salazar encuentra lo que más le conviene para el desarrollo de los argumentos hilvanados. Así, la sexta protagonista, siempre tratada como una mujer, es Madrid. "Madrid es la guía emocional de los personajes. Quería que el espectador viera la ciudad tal y como la perciben los personajes, según su estado de ánimo".

Los hombres y lo que representan -no hay que olvidar que todas las protagonistas, como motivo de sus actitudes, buscan un príncipe azul- gravitan en esta ópera prima incluso cuando no ocupan cuota de pantalla. "He puesto en los personajes masculinos el mismo cariño que en los femeninos -asegura el autor-. Todos son importantes porque las obligan a actuar y sufren las consecuencias de sus decisiones".

Recuerdo de Magnolia
Joaquín, con sus zapatos blancos, ejerce de lazarillo intelectual y amoroso de Anita, cuya madre se ha enamorado del tango y quiere "sacarle viruta al piso" bailando con Leonardo (Rodolfo de Souza). El italiano que fuera Rey de Castilla para Vicente Aranda, Daniele Liotti (aquí, sin doblar), es el muro impenetrable al que no puede acceder Leire, también loca de amor (como Juana) por él. Pero Leire encuentra el consuelo de Javier (Andrés Gertrúdix), como Isabel lo encuentra en su podólogo (Nacho Duato).

A la manera de Paul Thomas Anderson en su operística Magnolia (filme que ganó el Oso de Oro hace dos ediciones), Ramón Salazar también ha jugado con las cartas del azar a su favor. Respecto al título, ¿piedras?, ¿qué piedras? El director lo explica: "En un máster de dirección de empresas, un conferenciante sacaba una urna de cristal y la llenaba de grandes piedras. Cuando ya no podía meter más preguntaba a los alumnos si estaba llena, y todos respondían que xsí. Entonces, el conferenciante echaba arena y agua sobre ellas y la urna se llenaba del todo. Con esto quería decir que en la vida primero hay que colocar las piedras grandes: el amor, la familia, la amistad... y luego llenarla con lo que no tiene tanta importancia. Si se hace al revés, se corre el peligro de quedarse sin espacio para las piedras grandes".