Image: Una contrarreloj individual

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Cine

Una contrarreloj individual

por Manuel Hidalgo

6 marzo, 2002 01:00

Con Solo ante el peligro (1952), el western probablemente alcanzó su madurez. De modo insólito, el género transgredía las puras normas de la acción y ofrecía personajes complejos, psicologismo, seriedad y mensaje político en forma de fábula. El filme de Fred Zinnemann, enriquecido y matizado con el paso del tiempo, cumple ahora cincuenta años. El escritor y guionista Manuel Hidalgo analiza para El Cultural su significado y trascendencia cinematográfica.

Solo ante el peligro (High Noon, 1952) nació débil y pequeña. Su productor, y principal responsable, Stanley Kramer, tenía un cierto prestigio por sus independientes y comprometidas películas sociales. Su director, el vienés Fred Zinnemann, comenzaba a abrirse camino. Gary Cooper estaba, a sus 51 años, envejecido por múltiples enfermedades. La industria lo consideraba acabado. Ofrecieron su papel a Clift, a Brando y a Heston antes que a él. Grace Kelly era una desconocida señoritinga de Filadelfia que hacía su segunda película y apenas sabía abrir la boca.

Kramer y Carl Foreman, productor ejecutivo y guionista de la película, echaron el ojo a un breve relato de John M. Cunningham, The Tin Star, publicado en el "Saturday Evening Post". Un bandido volvía a un pueblo a matar al marshal que lo encarceló. Nadie estaba dispuesto a ayudar al hombre de la estrella conforme el tren del malvado llegaba a la ciudad.

Foreman cambió el cuento. En el texto original, la historia no empezaba con la boda del sheriff -la esposa había muerto-, y terminaba mal. O sea, el sheriff moría en la refriega con los facinerosos. No hay duda de que el invento de la mujercita cuáquera pusilánime que, primero, deja tirado al héroe y, al fin, le ayuda en el momento decisivo, acrecentó el interés dramático de la trama marcada por la tensión y el paso fatal del tiempo. El bien vencería al mal y el amor triunfaría después de que el único valiente las hubiera pasado canutas por la cobardía de todo un pueblo. Pero cuando vio la película acabada, Kramer pensó que algo fallaba. Para empezar, había salido un western extraño, claustrofóbico, psicologista y oscuro, servido por una fotografía de corte realista nada habitual en el género. Con los años, le quitaría la fama a El pistolero, de Henry King, que en 1950 ya había ensayado esta fórmula diferente.

Kramer metió mano en la película. Puso a trabajar al montador y al músico. Elmo Williams, de perdidos al río, introdujo más primeros planos de Cooper para acrecentar la angustia y, lo decisivo, metió más planos de relojes en la película, esos planos que incrementan el agobio ante la inminente llegada del tren del malo y que dan al filme la ya legendaria ilusión de que la acción transcurre en tiempo real.

Con el músico, Dimitri Tiomkin, Kramer trabajó en otra dirección. Considerando que su música era demasiado intensa y sombría, le pidió que compusiera una balada para azucarar la medicina. Así nació la célebre canción Do Not Forsake Me, Oh, My Darling, que canta Tex Ritter, y que, a juicio de los analistas más rigurosos, canta demasiado, pues su tono romanticoide es un pegote. Pero gustó al público e hizo que funcionara la película. Montaje y canción se llevaron sendos Oscar.

Solo ante el peligro se rodó en treinta días. Cooper estaba hecho polvo, cosido a dolores y, lo que son las cosas, eso contribuyó a dotar a su rostro de la cansada dignidad del crepuscular valiente solitario. Con su úlcera de estómago, Cooper ganó el Oscar. La Kelly estaba asustada por el compromiso, y eso hizo que la joven Amy pareciera en verdad asustada, engorrosa e irritante, lo que crispó la trama.

Y eran los tiempos de la "caza de brujas". Foreman fue citado a declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas por su pasado comunista. Compareció y se largó de los Estados Unidos. Solo ante el peligro pasó a interpretarse como una fábula de la situación política: el valor de un hombre acosado por sus perseguidores frente al ominoso silencio absentista de todo un pueblo. La película tuvo célebres y encarnizados detractores desde el principio. A Howard Hawks le puso enfermo la idea de que un profesional, el marshal Will Kane, tuviera que limosnear la ayuda de la gente para resolver sus problemas. A John Wayne le ponía a cien que la pasividad cagueta de los ciudadanos de Hadleyville se interpretara como la cobardía de América entera. Hawks y Wayne no pararon hasta hacer en 1959 Rio Bravo, la réplica de Solo ante el peligro, loa al trabajo de los profesionales de la ley que, superando sus miserias, ventilan su papeleta con los pistoleros. Sería interesante poder ver un día las dos películas seguidas y recorrer los matices que van, en todos los sentidos, del blanco y negro de una al color de la otra. n