'El ministro de propaganda': manual para humanizar a un nazi
El director Joachim Lang nos cuenta las claves de su película sobre el propagandista de Goebbels para alertar sobre el presente.
Al principio de El ministro de propaganda un rótulo ya nos advierte que veremos la historia de los nazis “detrás de las bambalinas del Tercer Reich, mostrando la manipulación, potente aún hoy en día, por la que Joseph Goebbels (interpretado por Robert Stadlober) forjó la imagen de Adolf Hitler (Fritz Karl) y el nacionalsocialismo”.
Porque como explica el director alemán Joachim Lang (Spraitbach, 1959), ésta es una película sobre el pasado en la que vemos que “las personas pueden ser seducidas por el mal como sucede en el presente, lo que quiero es desenmascarar a los demagogos”. Un presente marcado por las fake news, la desinformación, los bulos sobre inmigrantes comedores de mascotas y el auge del totalitarismo en Occidente.
Unos nuevos líderes de ultraderecha que tiran de victimismo como ya hacía Goebbels y el régimen nazi ya que en su retórica no cometieron un genocidio si no que eran ellos los que se estaban defendiendo: “Goering ya dijo en los juicios de Nüremberg que el pueblo puede llevarse adonde se quiera, basta con que se sienta atacado. Los alemanes pensaban que habían perdido poder porque los judíos lo controlaban todo en consonancia con los bolcheviques. Hoy en día, la ultraderecha dice lo mismo, se presentan como víctimas de los inmigrantes y refugiados, los acusan de quedarse con todos los recursos del Estado”.
Unos nazis “humanos”
Ese rótulo inicial de El ministro de propaganda añade: “Muestra la perspectiva de los perpetradores. Es arriesgado pero necesario”. Efectivamente, aquí el protagonista es el propio Goebbels, al que Hitler llamaba su “mago” por su capacidad para orquestar mítines y manifestaciones públicas de ardor nazi con una astuta utilización de la puesta en escena (con profusión de simbología nazi y una teatralización en la que el Führer se erige como salvador acompañado de música estridente), así como por su artera utilización de los mecanismos de propaganda, muy particularmente el propio cine y los noticiarios.
Películas sobre nazis ha habido muchísimas y quizá lo más novedoso de El ministro de propaganda no es solo que lo veamos desde su punto de vista, si no que Lang huye del retrato caricaturesco e histriónico. Cuenta: “Es la única forma posible de representar a los nazis, eran personas de carne y hueso y al mismo tiempo fueron los criminales más grandes de la historia de la humanidad".
Y continúa Lang: "nos hemos acostumbrado en las películas a que los nazis y el propio Hitler se caricaturicen y se representen como antipáticos. Se hace con una buena intención porque así es fácil distanciarse pero eso no responde a la pregunta que me planteo desde que tengo 13 años. ¿Cómo es posible que los alemanes siguieran a Goebbels y a Hitler? Thomas Mann ya dijo que fueron personas quienes lo hicieron, no fuimos víctimas del demonio o lo extraterrestres”.
Vemos a Hitler acorralado en su búnker de Berlín en sus últimos días antes de suicidarse pero no es el Hitler fuera de sus casillas de El hundimiento (Oliver Hirschbiegel, 2004) ni los nazis diabólicos de las películas de Indiana Jones. Hitler es un monstruo pero no solo actúa como una persona “normal” si no como un tipo astuto, tozudo y con los nervios de acero.
Más neurasténico es el propio Goebbels, quien de alguna manera como vemos en el filme, se deja arrastrar por Hitler, que lo tiene claro desde el principio, a una espiral de sangre y destrucción. Una barbarie que dejó más de seis millones de judíos asesinados en los campos de concentración y 55 millones sumando toda la II Guerra Mundial. Como es sabido, Goebbels se acabó suicidando con su mujer y matando también a sus propios hijos, cosa que Lang ve como “un último acto de propaganda y de sumisión a Hitler”.
El Goebbels del filme es un hombre con indiscutible “talento” para la manipulación pero vemos también a un tipo débil, voluble, que sigue a Hitler como un mesías muchísimo más allá de lo razonable y de alguna manera, se lo va encontrando.
A este respecto dice Lang: “Hitler siempre quiso conquistar Europa y exterminar a los judíos, nunca tuvo otro objetivo, en el caso de Goebbels era un oportunista que hubiera podido trabajar en otro régimen. Cuando Hitler quería la guerra él era escéptico, no porque fuera un humanista si no porque pensaba que una guerra la puedes perder y tenía mucha fe en la propaganda, no la veía necesaria, pero era dependiente de Hitler y le siguió en todo”.
Conocemos la vida privada del propagandista, casado con la fanática Magda (Franzisca Weisz), forma junto a sus tropecientos hijos arios la familia que los nazis venden como ideal. Una imagen idílica que está a punto de hacerse añicos cuando Goebbels, que se aprovecha de su inmenso poder para “seducir”, más bien someter y violar, a sus subalternas, quiere romper su matrimonio para irse con una chica más joven, para colmo checa, o sea, de una “raza inferior”. El propio Hitler, a petición de Magda, le obliga a volver al redil por “cuestión de Estado”.
El poder (malévolo) del cine
Como ”productor de cine”, Goebbels llega a estrenar en el festival de Venecia El judío Suss (1940), en la que los semitas se representan con rasgos mefistofélicos, y como explica a Hitler, es el mecanismo de propaganda perfecto ya que ayuda a calar con una película de apariencia patriótica dirigida por un cineasta de prestigio. “La idea con esta película era crear una propaganda antisemita más sutil, más difícil de detectar”, dice Lang.
Por cierto, según el filme, nada menos que Michelangelo Antonioni, crítico de la época, la ensalzó. Añade Lang: “También vemos el caso de Leni Riefenstahl, cuyas películas fueron cruciales y también otras que no eran directamente políticas. Hubo muchas que tenían un tono positivo para ofrecer una buena imagen de la vida en el régimen nazi. Incluso estas que parecen más ligeras tienen un objetivo despreciable”.
Las similitudes con la época actual a veces resultan llamativas. En 1938, Goebbels utilizó el asesinato en París de un diplomático alemán por el judío Herschel Grynszpan como pretexto para desencadenar la “noche de los cristales rotos” en la que murieron 91 hebreos y otros 30 mil fueron arrestados. Según Lang, es lo mismo que hizo el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania el pasado junio cuando el asesinato a manos de un refugiado de un oficial de policía “fue utilizado por Alternativa para Alemania para llamar a la violencia contra los inmigrantes”.
Ante unas elecciones anticipadas en Alemania para 2025 que prevén un resultado histórico para Afd, Lang opina que “el peligro no es que se repita como un espejo, pero hay estrategias de propaganda que son comparables. Lo vemos en Estados Unidos, en Europa, en Ucrania o en Palestina. Yo muestro lo que pasa cuando estas personas se han hecho con el poder pero estamos viviendo el tiempo antes a que suceda. Ahora estamos justo antes del retorno de Trump y ya veremos qué hace. Con mi película quiero mostrar ese peligro. No se va a repetir de forma idéntica, pero hay un peligro muy real para toda la humanidad”.
¿Es Afd una repetición de los nazis? Dice Lang: “Ellos te dirán que no son nazis. En Alemania del Este hay muchos restaurantes que utilizan la clave de poner un precio de 8,8 euros, que simboliza Heil Hitler. Uno de los líderes de la AFD en Turingia intenta restar importancia a los crímenes del nazismo cada vez que tiene ocasión. Tienen el mismo programa, no idéntico a la hora de llevarlo a la práctica pero hay muchos paralelismos”.