Terror, psicopatías y cintas de vídeo
Darío Grandinetti y Goya Toledo
El encierro a solas, dentro de un interior claustrofóbico, entre el torturador y el torturado, ofrece una situación de indudable atractivo como material moldeable por la dramaturgia propia de una escenificación teatral. Así lo debió entender Jordi Galcerán al escribir la obra Palabras encadenadas, cuyo desarrollo se centra en el amenazante cara a cara que mantienen una mujer joven, psiquiatra de profesión, y su ex-marido, convertido ahora en secuestrador y torturador de la que antes había sido su esposa.La arquitectura dramática de la propuesta había sido prefigurada ya en un interesante ejercicio filmado para televisión por Gonzalo Suárez en 1991, El lado oscuro. Su construcción enfrentaba, atrapados en un decorado único, a un torturador de la dictadura militar argentina con el funcionario de la comisión Sábato que lo interroga. Y ahora la película filmada por Laura Mañá sobre la pieza dramática de Galcerán rescata de aquel trabajo la idea del interrogatorio (que aquí se desplaza a un segundo decorado: la comisaría donde se interroga al protagonista) y también la idea de los soliloquios de uno de los personajes frente a una grabadora: de audio en la realización de Suárez y de vídeo en este filme que es el segundo de su directora.
El desafío era considerable y estaba lleno de obstáculos. Para empezar, la estructura teatral del original, que se hace patente de forma obvia y a veces aplasta los requerimientos fílmicos del relato. Después, la dificultad de mantener la tensión con tan escasos elementos, un reto que se solventa de forma desigual, con numerosos baches y caídas entre algunos pasajes más conseguidos. También, la evolución psicológica de los personajes, que se perfila mejor en el caso del protagonista (Darío Grandinetti), pero que se desvela casi estancada para el resto de las figuras en juego.
Y finalmente, la propia naturaleza del mecanismo dramático, que toma prestadas de la dramaturgia de David Mamet (veáse Casa de juegos y El último golpe) la construcción encadenada de engañosas charadas en las que quedan atrapados personajes y espectadores. Pero aquí estamos muy lejos de aquellas excelentes películas, sumergidos como quedamos en una escenografía de sofisticada estilización impuesta desde fuera y en las oscuras brumas, intelectuales y estéticas, que respira una construcción cuya debilidad real soporta con dificultad las excesivas pretensiones de la película.