Cine

Aromas de clasicismo y relevo generacional

Lo mejor del año: Análisis

27 diciembre, 2003 01:00

Especial: Lo mejor del año

Hay una cierta coherencia en el hecho, quizás imprevisto, de que Enrique Urbizu y Clint Eastwood, dos cineastas muy diferentes, pero tributarios ambos de raíces clásicas, aparezcan al frente de las votaciones organizadas por "El Cultural" para seleccionar -desde la perspectiva de la crítica- las mejores películas del año. Un brote señero de cine negro contemporáneo, que viene a levantar acta lúcida y doliente del estado de las cosas en la América post-11S, y un inesperado melodrama, que mantiene fructíferas deudas con Ford y con Hitchcock, que bebe en las fuentes del western y del cine negro, emergen así como la mejor película extranjera (Mystic River) y española (La vida mancha) respectivamente.

Aunque de envergadura muy diferente (la película del americano es uno de los grandes monumentos del cine del nuevo siglo), uno y otro film remiten a lo más noble de la tradición genérica del clasicismo, de la que ha surgido también la sorprendente Master & Commander (Peter Weir), esa espléndida, madura y reflexiva revisitación de los códigos del viejo cine de bucaneros, del que se convierte en el más afortunado de todos los ensayos recientes por resucitarlo. Y al clasicismo remite, a su vez, Gangs of New York, el vibrante y percutiente fresco épico de Scorsese sobre las raíces fundacionales de la ciudad de Nueva York, lo que equivale a decir sobre los orígenes de la nación americana: esos mismos con cuya celebración mítico-folclórica se cierra la película de Eastwood.

Tampoco parece casual que tres de las películas americanas (Mystic River, Gangs of New York, Elephant) y la tercera de las españolas (Te doy mis ojos) se propongan tratar de manera expresa con el tema recurrente de la violencia (en lo histórico, en lo criminal y en lo cotidiano), como expresión -acaso- de uno de los síntomas más preocupantes que subyacen bajo las equívocas certezas de las modernas sociedades occidentales. Añádase la presencia de títulos como Dogville (Von Trier), La flor del mal (Chabrol), Bowling for Columbine (Moore) y Ciudad de Dios (Meireilles), presentes también entre las votadas, y se obtendrá un indicador más amplio todavía de la extendida conciencia con la que el cine más vivo del momento actual se enfrenta a la citada gangrena.

Las cosas resultan muy diferentes, en cambio, si el resultado de la votación se analiza desde la perspectiva generacional. Una brecha insalvable separa, en este sentido, las nítidas preferencias de los críticos -si se trata del cine americano- por los cineastas surgidos en los años setenta (Eastwood, Scorsese, Weir) de la contundencia con que han seleccionado los trabajos de los creadores españoles descubiertos en los años noventa y hasta de los debutantes más recientes (Urbizu, Berger, Bollaín, Gay, Recha), puesto que ni uno sólo de los realizadores de las generaciones anteriores (Vicente Aranda, álvaro del Amo, Miguel Hermoso, Fernando Colomo, que también figuran entre los votados) ha conseguido colocar sus trabajos en el quinteto de cabeza. Una opción que da cuenta, nuevamente, de la enorme velocidad con que se asienta el relevo creativo emprendido por el cine español desde comienzos de la década anterior.

Tan previsible como decepcionante resulta, finalmente, que la mayoría de los francotiradores más insobornables y radicales (Lars von Trier, Aki Kaurismäki, Claude Chabrol, De Oliveira, Atom Egoyan, Marco Bellochio, Alexander Sokurov, Paul Thomas Anderson, Jaime Rosales) hayan quedado a extramuros del palmarés, si bien con los aislados, pero significativos destellos que Dolls (Kitano) y Elephant (Van Sant) introducen en la lista. Y lo mismo sucede, pero aquí sin excepciones, con los pocos representantes de las cinematografías periféricas (Fernando Meirellles, Chen Kaige) que han sido mencionados por los votantes.