Paradojas del conocimiento
La vida que te espera
29 enero, 2004 01:00Luis Tosar en La vida que te espera
En el universo cerrado y ancestral de los valles pasiegos (versión Gutiérrez Aragón), el silencio no garantiza que los hechos puedan desaparecer de la memoria, pero la ruptura del mismo tampoco significa que la realidad se pueda acomodar a la palabra hablada. Contra lo que propugna un aforismo local de la comarca, por mucho que los acontecimientos se silencien su recuerdo nunca termina de borrarse, pero el lenguaje que rompe el silencio tampoco puede imponer su lógica a los desafíos de la realidad.Se diría una trama de desconcertantes silogismos filosóficos, pero en realidad estamos de lleno en el universo fílmico de un cineasta aficionado a las paradojas del conocimiento. Escéptico y reflexivo por naturaleza, el creador de ficciones como Habla, mudita, El corazón del bosque, Feroz o El rey del río desconfía tanto de las supuestas verdades emanadas de la tradición y de las máximas que promueven las leyendas incubadas en el ámbito de la naturaleza como de las leyes dictadas por el universo de la civilización y de las utopías racionalistas que pugnan por transformar el mundo. Y si su filmografía entera puede leerse como un desarrollo poliédrico de tanta incredulidad, la historia que cuenta en La vida que te espera viene a profundizar, más aún, en idéntico territorio.
Sin otro asidero posible que sus propios y casi siempre poco racionales instintos, los protagonistas de esta nueva incursión de Gutiérrez Aragón por sus queridas tierras norteñas se adentran, una y otra vez, en un oscuro y profundo túnel que conduce -como deja de manifiesto la primera secuencia del film- a las tierras del "ogro": allí donde, en lo más profundo de los aislados valles pasiegos, sobreviven todavía formas de existencia y códigos de relación social anclados en los ancestrales dominios de una naturaleza poco propicia para la civilización.
Territorio habitado, como suele ser habitual en el universo fílmico del cineasta, por "anjanas" y "ojáncanos" (las hadas benefactoras y los ogros malvados de la mitología cántabra), asimilados aquí -mediante las figuras de Genia y Severo- a la expresión sonora del lenguaje (con la irrupción de la música, con la voluntad de abrirse a la sociedad contemporánea y con la disposición de ayudar a la protagonista que expresa la primera) y al mundo irracionalista que propugna el silencio, ligado a la ferocidad de las viejas tradiciones cuya vigencia reivindica con violencia el segundo.
Sólo que ahora ya no queda espacio para optimismo alguno sobre el futuro de la vida primitiva en los viejos enclaves (cada vez menos vírgenes) del universo rural. El cineasta contempla, impasible, cómo sus propias criaturas parecen condenadas a equivocarse de nuevo, al empeñarse en regresar al mundo atávico del que al principio parecían querer escapar, pero también levanta acta -simultáneamente y con el mismo escepticismo- de la dudosa humanidad y del discutible fundamento ecológico de los métodos empleados por el mundo moderno en su avance depredador.
La dialéctica entre el mundo primitivo y la sociedad actual atraviesa así, de forma transversal y subterránea, la historia narrada en La vida que te espera, y esto a pesar de que su relato transcurre sin salir apenas de los ancestrales valles pasiegos, amenazados ahora por las nuevas formas de explotación ganadera, las cuotas impuestas por la Unión Europea, el sacrificio obligado de las vacas, la presión especulativa del turismo para transformar las viejas cabañas y el impulso migratorio de los más jóvenes, que pugnan por escapar de un universo cerrado y endogámico.
Si toda esta reflexión, de tan sugerente como paradójico calado conceptual, toma la forma de un cuento perverso, irreprochablemente prosaico, pero surcado por destellos que apuran hasta el límite el realismo de la representación (la vaca que da leche a ritmo de mambo árabe, la danza del vientre que baila Genia, la entrada en el concurso ganadero a los sones de la Marcha Triunfal de Aida...) se debe a la capacidad de Gutiérrez Aragón para encarnar -en términos de relato dramático- un subyacente debate de ideas: entramado de fondo y andamio reflexivo que recorre la totalidad de su filmografía.
La misma capacidad que le permite, en definitiva, armonizar con coherencia y sin solución de continuidad feroces explosiones de tremendismo y pudorosos destellos líricos, desconcertantes elipsis (el silencio del relato sobre determinados acontecimientos hace eco al silencio de los personajes sobre los mismos) y chocantes imágenes que rompen con el viejo corsé del ruralismo melodramático, la dimensión metafórica de la narración y la intensa fisicidad emocional con la que llega a "hacer sonoro el silencio" en los mejores momentos de esta inteligente fábula pasiega a la que Marta Etura inyecta dosis ingentes de verdad y de pálpito vital.