Cachorro
Director: Miguel Albaladejo
26 febrero, 2004 01:00David Castillo y Emper Ferrer en Cachorro
En Cachorro, los gays no son ni musculocas ni jovencitos acomplejados ni heteros que no saben lo que quieren. Son, simplemente, personas humanas, con sus barrigas cerveceras, sus deseos sin norte, sus recuerdos imborrables, sus hermanas conflictivas, sus problemas afectivos, sus consultas de dentista y sus tristezas mortales, ésas que acarrea consigo todo hijo de vecino. La última película de Miguel Albaladejo hace por el universo homosexual lo que pocas películas gays han hecho en los últimos tiempos: aniquilar la sensación de diferencia sin que ésta desaparezca, convirtiéndola en algo deliciosamente real y cotidiano. En ese sentido, la secuencia de créditos de Cachorro es ejemplar: dos "osos" haciendo el amor sin cortarse ni un pelo. La sinceridad con que está planificada esa escena, rematada con una simpática aparición que le da la vuelta a la tortilla, es impresionante, y como si fuera un diapasón, da el tono de lo que va a ser el resto de esta tragicomedia, amarga como una nuez: un tono que viaja de lo costumbrista a lo melodramático sin renunciar casi nunca al humor, un tono que transforma una noche de "cruising" en algo tan normal como una cena con tu familia. Pedro (José Luis García Pérez), odontólogo promiscuo que de la noche a la mañana se encuentra a cargo de su sobrino (David Castillo), tiene que adaptar su desordenada vida a la mirada de un niño que mira con sabiduría y curiosidad. El resultado de ese cruce de miradas, que tiene su culminación en un hermoso plano en el que tan extraña pareja comparten cama y abrazo, es Cachorro.Albaladejo y su co-guionista, Salvador García Ruiz, no parecen tener miedo a sumergirse en el terreno de lo improbable: en la película hay hippies encarceladas en la India, luchas encarnizadas por la custodia de un niño, franceses enamorados, fiestas en Chueca, abuelas infernales, enfermedades inevitables, detectives contratados por abogados sin escrúpulos, cuartos oscuros y niñeras entrañables. Albaladejo maneja todo este cóctel de ingredientes con mano izquierda, provocando una espiral que rodea y engulle a dos personajes que no sólo aprenden a quererse sino a comprender lo difícil que es el amor perenne en un contexto lleno de cosas caducas. Mucho tiene que ver en el éxito de su empresa la frescura y la ternura que desprenden los actores, siempre tan bien dirigidos por un director que les deja espacio para moverse, que les entiende y les besa con una cámara que guarda la distancia necesaria para respetar su intimidad. Pero no nos llamemos a engaño: Cachorro no es El cielo abierto. Los veinte minutos finales, precipitados y un punto grotescos, demuestran que Albaladejo puede perder esos papeles que, en otras ocasiones, tan bien ha controlado. La derivación melodramática de Cachorro es vagamente inverosímil, y lo que antes era La extraña pareja es ahora una versión veloz y exagerada de Recluta con niño. Lo que no quita para que esta película sea, al menos de momento, lo más estimulante que nos ha dado el cine español en los últimos seis meses.