Image: La memoria del guión

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Cine

La memoria del guión

Kaufman y Gondry estrenan nuevos caminos narrativos en "Olvídate de mí"

23 septiembre, 2004 02:00

Jim Carrey y Kate Winslet en Olvídate de mí

La memoria como motor del caos emocional. Sobre esta premisa se está construyendo un cine alternativo y visionario que se atreve a romper con las convenciones narrativas. El último ejemplo es la excelente Olvídate de mí, que llega el 24 de septiembre a nuestas salas. Dirigido por Michel Gondry y escrito por Charlie Kaufman (Cómo ser John Malkovich), el filme se suma a la tendencia impulsada por cineastas como Spike Jonze, Gaspar Noé o Christopher Nolan.

Decía el novelista William Gass que el personaje es "la fuente de energía verbal de la ficción que el resto del texto no hace sino matizar". Probablemente si queremos definir lo que significa la memoria no habrá más que cambiar "verbal" por "emocional", al menos si lo que pretendemos es explicarnos por qué está cumpliendo un papel tan importante en la invención de formas narrativas del cine contemporáneo. Curioso que utilicemos el adjetivo "emocional" y no "racional" o "mental": películas como Olvídate de mí (grotesco traslado del inglés Eternal Sunshine of the Spotless Mind), que se estrena esta semana en España, Memento, de Christopher Nolan, o Irreversible, de Gaspar Noé, usan la memoria como motor del caos de los sentimientos. Estamos hablando de la memoria como experiencia individual: la construcción externa y colectiva de la Historia ha dado paso a la construcción interna e íntima de nuestra propia historia. Es como si el cine se hubiera dado cuenta de repente de lo que la metaficción norteamericana o la literatura de Borges y Cortázar ya sabían en los años cincuenta: sólo desde la memoria podemos edificar una identidad donde reconocernos, aunque los andamios que envuelven ese edificio y los cimientos que lo sostienen sean débiles, angustiosos y cambiantes.

Es, sin duda, una herencia de los narcisistas tiempos del posmodernismo: la subjetividad y su consecuente indiferenciación entre realidad y ficción nos han colocado en el imperio de la primera persona del singular. Pero, curiosamente, eso no ha desembocado en un frío solipsismo: más allá de lo inventivas y arriesgadas que resultan las películas citadas, lo que las caracteriza es que consiguen que la memoria se infiltre en su estructura para buscar una emoción en el espectador y apelar así a su complicidad. El trabajo del guionista Charlie Kaufman es, en ese sentido, fundamental y visionario. Ya en Cómo ser John Malkovich proponía un hilarante viaje hacia otra identidad que fracturaba la de los turistas que se atrevían a colarse en la mente de un actor célebre durante quince minutos. Aunque excesivamente hermética y frívola, la ópera prima de Spike Jonze ya apuntaba una tendencia al subjetivismo que le hermanaba con las surrealistas y paranoicas fantasías urbanas de Roman Polanski. El ladrón de orquídeas y, sobre todo, Olvídate de mí convertían el inventivo formalismo de Cómo ser John Malkovich en algo mucho más hermoso y conmovedor que la oscurísima El quimérico inquilino. Por un lado, el enfrentamiento entre el creador y su obra es también el modo en que el creador se recupera a sí mismo y descubre dónde está el corazón de las cosas. Por otro, el enfrentamiento del enamorado con la indiferencia de su antigua amante significa, sobre todo, el doloroso reconocimiento de no formar parte de su memoria, de no pertenecer al limitado universo de sus personas amadas. Lo que demuestra Olvídate de mí no es tanto que nos duela separarnos de quien queremos sino que nos asusta desaparecer de sus recuerdos. Si ya no existimos ni siquiera como recuerdo, hemos muerto. Nuestra propia historia se disuelve, ya nadie nos puede contar como historia y, por lo tanto, ya no tenemos sentido en este mundo. El amor es memoria.

Como niños enamorados
En último término, la segunda película de Michel Gondry, que consolida a Kaufman como lo mejor que le ha ocurrido al Hollywood alternativo en los últimos años, es nuestra perentoria necesidad de transformarmos literalmente en narración, visual o literaria: somos imágenes y palabras recordadas por otros. Si no pudiéramos traducirnos en lenguaje, no significaríamos nada ni para los demás ni para nosotros mismos. "Cuando eres niño", afirma Gondry, "estás mucho más receptivo al mundo exterior porque básicamente tienes mucho más espacio libre en el cerebro y captas todo hasta el más mínimo detalle. Cuando creces comparas toda la información que recibes con lo que ya sabes, y cada vez te sorprendes menos. Ocurre lo mismo cuando sientes que, de mayor, el tiempo pasa más deprisa". No es extraño, pues, que Olvídate de mí cuente una historia de un amor como si fuera la de un desamor, o al revés: tal vez después de todo tengamos que ser niños -es decir, debamos tener poca memoria- para enamorarnos de verdad. La génesis de esta extravagante tragicomedia romántica está en algo -una frase, una idea- que el artista Pierre Bismuth le sugirió a su amigo Gondry: "Imagínate", le dijo, "que recibieras una carta con solo una frase: «Alguien te ha borrado de su memoria»". De ahí nació la historia de Joel (Jim Carrey en su mejor interpretación desde El Show de Truman, atónito en su amnésico deseo) y Clementine (espléndida Kate Winslet), o de cómo Clementine acude a la empresa Lacuna para que le borren los dolorosos recuerdos de su relación con Joel, y de cómo Joel, cuando se entera, también quiere borrárselos, pero durante el proceso de eliminación vuelve a enamorarse de ella, y presente y pasado (¿y futuro?) se mezclan como si toda la vida de los protagonistas fuera en realidad un sólo recuerdo común que se esfuerza en no recordarse a sí mismo. Tal vez tiene la pinta de un galimatías, pero hay que verlo para creerlo: la película está contada tan dentro de las cabezas de los personajes que su estructura fragmentada, que asume colisiones narrativas que parecen imposibles de resolver sobre el papel, fluye con la inevitabilidad de un sueño que soñamos con los ojos abiertos; uno de esos sueños que nos despiertan con la melancólica sensación de no recordar lo que hemos soñado.

Enfoque determinista
El crítico Jonathan Rosenbaum ha aludido a Te amo, te amo, una de las más desconocidas películas de Alain Resnais, como evidente referencia de Olvídate de mí. Cineasta de los vericuetos de la memoria, el director de Providence obligaba a su protagonista a revivir su fracasada, triste historia de amor antes de su suicidio. Un viaje en el tiempo mental que se traducía, por supuesto, en una condena emocional a lo irreversible: la pérdida de lo que queremos, desordenada o no, es sinónimo de desaparición definitiva. A Joel, típico héroe kaufmaniano -o lo que es lo mismo, un neurótico al que le resulta imposible entender cuál es su lugar en el mundo hasta que no se enamora-, le pasa algo muy parecido: la fracturación de su tiempo narrativo, la enloquecida remezcla de sus momentos de felicidad y dolor, le conducen a idéntico punto de partida. Quizá el enfoque de Resnais y Gondry sea en exceso determinista, aunque en realidad es sólo una representación compleja del clásico "el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra". No es éste el mismo caso de 21 gramos, donde González Iñárritu desordenaba su relato para reconvertir, con un punto de capricho, las constantes genéricas del drama. Ni a Resnais ni a Gondry les interesa la reformulación de los géneros en los que trabajan: les interesa, eso sí, extraer los hilos de vida que quedan bajo las ruinas de la memoria.

En un sentido estrictamente visual, Olvídate de mí es de una coherencia insultante. Superando la simpática arbitrariedad de Human Nature, artefacto lúdico que Gondry y Kaufman inventaron para su exclusivo uso y disfrute, el director francés se olvida de lo digital para convertir la pesadilla de su héroe en un festival de primitivos recursos formales -iluminación con focos puntuales, puertas secretas, sobreexposición, filtros y colores brillantes- que evocan la eficacia de los utilizados por Polanski en Repulsión. Gondry, que junto a Chris Cunningham, Jonas Akerlund o el mismísimo Spike Jonze, es uno de los más talentosos realizadores de video-clips del mundo, ha encontrado en la calculada sencillez de los trucos de cámara y de luz la perfecta traducción del desamor. Alrededor de ellos flotan muchos más personajes, intentando reconducir o desbaratar el proceso de reconstrucción de la identidad del protagonista, pero hay algo en Olvídate de mí que siempre nos lleva a Joel y Clementine, como si Gondry hubiera conseguido, secretamente, implantar su presencia en nuestra propia historia personal. Es decir, como demostrándonos que su existencia como personajes de ficción está predestinada a formar parte de nuestros recuerdos. Qué mejor homenaje para esos dos amantes crucificados que condenarlos a vivir gracias a nuestra memoria, que recurrirá a ellos, buscándose con linternas en la oscuridad, para ser conscientes de nuestra condición no sólo de espectadores sino también de seres humanos.