Image: Luna de avellaneda

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Cine

Luna de avellaneda

Director: Juan José Campanella

4 noviembre, 2004 01:00

Ricardo Darín y Mercedes Morán en Luna de avellaneda

Intérpretes: Ricardo Darín, Eduardo Blanco. Guionistas: J. J. Campanella y F. Castets. Estreno: 5 noviembre 143 min.

Hay un cine argentino que siempre se ha mostrado sensible a los avatares de su país y de sus gentes, al reflejo consciente de su Historia y de sus consecuencias sobre los individuos. De esas preocupaciones se nutre, mayoritariamente, la producción que accede a las pantallas españolas. Sucedió ya con el cine de la recuperación democrática, cuando el país se enfrentaba con dolor a las heridas todavía sangrantes de la dictadura (La historia oficial), y vuelve a suceder ahora, cuando la nación se encuentra atrapada en las redes de una crisis económica que mina, incluso, los cimientos de su propia identidad como sociedad.

Dentro de ese cine hay una mirada que intenta hacer compatible el reflejo social y las convenciones de los géneros en busca de un público amplio capaz de conectar con sus propuestas. Es el modelo inequívoco que podía encontrarse ya en El hijo de la novia (2001) y que ahora viene a prolongar Luna de Avellaneda, con la que su director, Juan José Campanella, se acoge a una fórmula de éxito que parece dominar con soltura.

La repetición de la jugada es evidente. El mismo coproductor español (Gerardo Herrero), el mismo tándem de guionistas (Campanella y Fernando Castets), el mismo director de fotografía (Daniel Shulman), el mismo músico (ángel Illarramendi), los mismos actores (Ricardo Darín, Eduardo Blanco) y el mismo dilema moral bajo la peripecia individual (cómo sobrevivir o resistir frente a la crisis, cómo recomponer la identidad que se agrieta) ofrecen inequívocas simetrías dentro de una saga que parece querer historiar el presente sin renunciar a patrones cómicos y melodramáticos.

Permanece la duda, sin embargo, de que realmente sean necesarias casi dos horas y media para radiografiar la encrucijada de un club social situado en el corazón de la barriada popular que le da nombre, antaño próspero y enfrentado, ahora, a una seria amenaza de cierre por insolvencia derivada de la crisis económica. Historias individuales y sentimentales, memorias biográficas y colectivas, se entrecruzan dentro de un crisol compuesto con vocación de coralidad y con tintes de un humor peripatético que se quiere resistente y vitalista, pero que no puede escapar al desgarro de la nostalgia sin caer por ello en el tango, a cuyas puertas se quedan, pese a todo, algunos de los acordes diseminados en el metraje.

Ese humor se despliega a través de unos diálogos que se han convertido en la etiqueta más reconocible de la pareja Camapanella-Castets. Diálogos que se quieren a sí mismos llenos de ingenio y de inventiva, pero que no consiguen evitar del todo la sensación de truquillo artesanal, de carpintería dramatúrgica convertida en receta para soslayar el drama y recuperar la sonrisa frente a los malos tiempos. La fórmula funciona con eficacia y consigue lo que se propone: ofrecer (junto con el excelente trabajo de los actores) la base fundamental para la comunicación con sus espectadores, que -si conocen El hijo de la novia- se van a encontrar exactamente con lo que van buscando en esta nueva vuelta de tuerca al mismo paradigma.