Cine

La guerra sí tuvo lugar

Sam Mendes, estreno de Jarhead

5 enero, 2006 01:00

P. Sarsgaard en Jarhead

Superados los tiempos del "haz el amor y no la guerra", felizmente olvidado el momento en que Reagan utilizó a Rambo como símbolo reaccionario del retorno a los valores de la patria americana, muertos y enterrados los conflictos cuerpo a cuerpo, el cine bélico contemporáneo se ha visto obligado a recuperar su espíritu crítico para revisar el sentido político y moral de las guerras modernas. Por ejemplo, ¿cómo entender el factor humano en una guerra como la del Golfo, representada gráficamente por la visión nocturna de la destrucción? Sólo como lo hizo David O. Russell en Tres reyes: desmitificando cualquier noción de heroísmo al retratar al ejército norteamericano como una pandilla de ladrones que utilizaron a los iraquíes para robar el oro de Kuwait. Al contrario que Reagan, Bush no ha utilizado el cine como arma propagandística, dejando que ideólogos violentos y maniqueos como Michael Moore diseccionaran, con desigual fortuna, la enloquecida intervención norteamericana en Irak en un documental como Fahrenheit 9/11. Lo que está claro es que el cine bélico está tan desencantado como en la época en que los veteranos del Vietnam volvieron a su país derrotados, con la cabeza baja y predestinados al exilio social.

De Spielberg a Ridley Scott
Ni siquiera cineastas como Steven Spielberg en Salvar al soldado Ryan o Terrence Malick en La delgada línea roja han podido evitar su desolación -realista en el primer caso, lírica en el segundo- a la hora de reflejar los desastres éticos de la guerra en los soldados de a pie. El único que perdió la oportunidad de criticar la absurda intervención norteamericana en una contienda tan desconocida y olvidada como la de Somalia fue el Ridley Scott de la indigna Black Hawk derribado: el que esto suscribe aún recuerda con escalofríos un rótulo final que glorificaba el heroísmo yanqui informándonos de las diecinueve bajas que sufrió su ejército frente a los miles de somalíes que perecieron en las trincheras. Si la guerra moderna se ha convertido en un videojuego, ¿cómo han cambiado las formas expresivas del cine bélico contemporáneo? El barroquismo operístico del Coppola de Apocalypse Now fue asesinado por el naturalismo frenético de la primera media hora de Salvar al soldado Ryan, que se ha convertido en el modelo visual de buena parte del cine bélico actual.

Ex Yugoslavia y Nueva York
Spielberg rebajó el cromatismo de la batalla y utilizó efectos estroboscópicos para desincronizar y perturbar la mirada del espectador, desnudándola de toda épica. Lo que hacía ese ejemplar acercamiento a la violencia de la guerra era humanizarla, aproximarla en su crudeza, algo tan necesario en tiempos en los que cualquier conflicto parece virtual, cuando cualquier atentado -véase las Torres Gemelas- parece carne de instalación artística. En poco más de seis años, los recursos estéticos de Salvar al soldado Ryan se han transformado casi en un cliché para el cine bélico. Siguiendo la estela realista de Spielberg, una película como Iluminados por el fuego profundiza en la necesidad de hablar de guerras que se han convertido en verdaderos tabús para los países contendientes. El conflicto de las Malvinas había sido silenciado por las autoridades argentinas hasta que el discutible film de Tristan Bauer ha despertado de su anestesia a la opinión pública. Sí, el género bélico puede agitar conciencias. En ese sentido, el modo en que el cine nos ha contado la guerra civil de la antigua Yugoslavia puede servirnos como patrón para entender la multiplicidad de puntos de vista derramados sobre una misma batalla.

En Guerreros, Daniel Calparsoro pisaba tierra firme para meternos en la piel de un ejército foráneo integrado en un conflicto ajeno; en En tierra de nadie, Danis Tanovic utilizaba el espacio dividido de una trinchera como metáfora de una guerra tan absurda como cualquier otra; en La vida es un milagro, Emir Kusturica miraba con tristeza teñida de humor los efectos colaterales de una contienda que le toca muy de cerca; y en Sueño de una noche de invierno, Goran Paskaljevic optaba por la alegoría trágica. Ejemplos de un cine bélico poliédrico que responde a una realidad que se nos escapa de las manos cada vez más.