Exorcismo de las Malvinas
Iluminados por el fuego, de Tristán Bauer
Tarde o temprano, toda sociedad se ve obligada a exorcizar sus propios fantasmas. El cine argentino ha contribuido con no pocas energías a indagar en los horrores y en la memoria de la dictadura, pero no se había atrevido, hasta ahora, a volver sus cámaras hacia la experiencia traumática que supuso la Guerra de las Malvinas. Instrumentalizado por un gobierno criminal, el conflicto despertó las pasiones de la población y ésta se vio involucrada en un irracional sentimiento patriótico que alentaba el enfrentamiento absurdo con uno de los ejércitos más poderosos del mundo, dispuesto a defender un enclave colonial por alambicadas razones geoestratégicas.A la naturaleza de aquel sentimiento, a la vivencia traumática de la guerra y a las consecuencias de todo ello se acerca ahora Tristán Bauer, en Iluminados por el fuego, para tratar de rescatar una memoria histórica con la que, a muchos argentinos de hoy en día, les resulta imprescindible ajustar cuentas para poder digerir su pasado y entender su presente. Por eso el proyecto toma como punto de partida el libro autobiográfico de Edgardo Esteban, un joven que tenía 18 años cuando fue movilizado por el ejército, en 1982, para combatir en aquella guerra imposible y que rememora en su texto las calamidades vividas entonces y las heridas que aquellos sucesos dejan en su personalidad.
El punto de vista adoptado por el relato tenía que ser entonces, por fuerza, el de Esteban Leguizamón (trasunto ficcional del verdadero Edgardo), pero sucede que esta figura central se ha confiado a la interpretación de un actor tan limitado de recursos como Gastón Pauls, incapaz de transmitir la complejidad emocional y el torbellino interior de este héroe anónimo cuya experiencia se nos propone como metáfora individual de toda una sociedad. La vibración de la película se resiente de esta falla crucial, pero las imágenes remontan el vuelo, pese a todo, cuando Bauer consigue transmitir, en las secuencias bélicas, el atroz sinsentido y las inclementes circunstancias del combate.
La fisicidad, el dinamismo y el ímpetu de los pasajes bélicos constituyen, por ello, lo más valioso de un film que arrastra, desde la propia concepción de su guión, la rémora de una dramaturgia demostrativa, que descansa con frecuencia en diálogos explicativos y que tiende a hacer explícito el sentido de su discurso. Un discurso crítico frente a la prepotencia militarista, insistente a la hora de ilustrar la indefensión de los soldados y excesivamente obvio en toda su articulación, pero sin duda efectivo frente a la sociedad argentina contemporánea, que ha conectado con el film y que se ha visto reflejada en las angustias y en las reflexiones que éste propone.
La película se muestra, con todo, inevitablemente ingenua en sus procedimientos, tan bienintencionada en sus propósitos como insuficiente en su entidad fílmica, lo que quizás pesa demasiado al contemplarla desde una realidad nacional lejana a la suya. Quedará, sin embargo, como un necesario exorcismo que apela a la memoria histórica de su país y que ocupará un lugar relevante en la sociología de aquella cinematografía.