Rosa de Francia
Director: Manuel Gutiérrez Aragón
2 febrero, 2006 01:00Escena de Rosa de Francia
Si la mirada crítica sobre el cine contemporáneo no se hubiera hecho tan perezosa, una primera sospecha se abriría paso de inmediato ante las imágenes de Una rosa de Francia. Se diría que estamos ante una película de aventuras protagonizada por un desalmado que lo mismo trafica con los sueños de emigrantes desvalidos que comercia con la virginidad de pupilas adolescentes. Una barcaza que se enfrenta a las patrulleras americanas, un burdel afrancesado para solaz de influyentes autoridades, una madame enamorada del méchant, un jovencito fascinado por la personalidad ambigua del aventurero... Podría pensarse que estamos ante una reconstrucción de viejos moldes narrativos, pero algo no termina de encajar...Los arquetipos se mueven entre lo irónico y lo hiperbólico, la sensualidad del escenario y el naturalismo de la representación conviven con lo descarnado de la dramaturgia y con la sequedad de la narrativa, las situaciones parecen más expresivas por los códigos a los que remiten que por su propia autonomía dramática. Todo aquí (el sentido de las situaciones, el carácter de los personajes...) tiene un trasfondo equívoco o se descubre sujeto de paradojas desconcertantes. El conocimiento, como en cualquier otra película de Gutiérrez Aragón, avanza de forma sinuosa y ambivalente.
La dimensión iniciática que esconde la historia pronto se desvela preñada de contradicciones. El malvado protagonista es también un seductor irresistible cuya máscara de cinismo oculta sentimientos genuinos que no puede controlar. La ingenua adolescente víctima de la "trata de blancas" se mueve impulsada por un amoral arribismo que la emparenta con la personalidad del traficante. La luminosidad sensual de las escenografías y la confiada promiscuidad erótica que habita las estancias ocultan oscuros negocios con carne humana y turbias debilidades sexuales poco tranquilizadoras.
Nada es exactamente lo que parece sin dejar de serlo al mismo tiempo dentro de esta fábula bajo cuya equívoca epidermis palpitan, al menos, otras dos películas diferentes y a cual más sugerente. Una primera de sugestivo sustrato metafórico, puesto que la acción transcurre en Cuba, supuestamente a mediados de los años cincuenta, pero bajo contornos casi intemporales, bajo la tutela de un hombre cruel que mueve los hilos de los demás personajes con ególatra despotismo, pero también haciéndose querer con su simpática capacidad de seducción frente a unos seres que sueñan con un paraíso mejor lejos de la isla. La lectura parabólica del relato se abre paso, para el buen entendedor, con nítidos puntos de referencia.
La segunda nos remite al "tiempo de los cuentos", a esa modulación de códigos y referencias inherente a los cuentos de hadas con moraleja ambigua o corrosiva, tan habitual en el núcleo germinal que alimenta las ficciones de Gutiérrez Aragón. La historia se descubre entonces como una impagable fábula, tan hedonista como perversa, donde la madrastra regenta con refinada educación una casa de citas y donde el príncipe intenta rescatar a la princesa de las fauces de un ogro seductor en cuyo corazoncito todos, incluidos estos dos últimos, intentan encontrar un lugar que los cobije.
Las tres películas se descubren como otras tantas capas de una misma cebolla, sucesivos y simultáneos niveles de lectura para una representación de aparente formato naturalista, pero que juega de forma socarrona con los límites del realismo. Una propuesta de lúdico aliento narrativo, a la que le falta quizás algo de atmósfera y de espesor en la imagen, pero que acaba configurando una obra de serena y desencantada madurez, filmada con los ecos míticos de una familiar memoria caribeña, pero también con la distancia reflexiva de una escéptica mirada intelectual. Un sabio maridaje que genera un filme resistente a toda catalogación, heterodoxo, original y felizmente fuera de norma.