Lo que sé de Lola
Director: Javier Rebollo
28 septiembre, 2006 02:00Lola Dueñas en Lo que sé de Lola
Una cámara impasible, que filma invariablemente en plano fijo y que responde siempre a un preciso y exacto punto de vista, recoge de forma intermitente el latir cotidiano de la existencia gris de dos almas solitarias. Son León y Lola. El primero vive solo y observa el mundo con instinto de voyeur. La segunda arrastra una vida de desarraigo y soledad, de desamor y carencias. Son personajes rotos y a la deriva. Uno lo sabe todo de la otra. Ella ni siquiera conoce la existencia de él, pero ambos funcionan como espejos que reflejan mutuamente la incomunicación y los atronadores silencios que les rodean.La mirada de León desnuda interiormente a Lola, pero su ejercicio lo implica y lo define a él hasta dejar al descubierto sus miedos y su autismo invencible, su infinita capacidad de amar sólo limitada por su rotunda incapacidad de mostrarse. Esta conmovedora y silente historia de amor sólo es posible mientras que sus protagonistas permanecen a uno y otro lado del espejo, mientras que no cruzan la frontera invisible...
Convencido como Bresson de que lo verdadero no se encuentra en la mera imitación de lo real (esa perezosa concepción del naturalismo), Javier Rebollo se acerca a la vivencia y al misterio de sus criaturas para tratar de descubrir la materia de la que están hechos, no para ilustrar una tesis previa. Su mirada bucea en los vínculos que establecen entre sí los fragmentos capturados por la cámara y entre las fisuras que las enérgicas elipsis dejan en el cuerpo del relato. En aquellos pliegues y en estas rendijas reside la verdad hiriente y desoladora que la película nos cuenta sobre León y sobre Lola.
Apenas hay diálogo y, por supuesto, ni rastro de psicologismo explicativo. Tampoco hay música extradiegética, pero la banda sonora, trabajada con precisión de orfebre para valorar lo que está fuera y lo que está dentro, lo que podemos oír y no necesitamos ver, es un auténtico prodigio de riqueza expresiva. En Lo que sé de Lola, como en el cine de Bresson (referencia inevitable), son las relaciones entre un plano y otro, y de éstos a su vez con los sonidos, las que hacen conmovedoras a unas imágenes cuyo temblor poético no se impone desde fuera, sino que nos asalta inesperadamente desde su interior.
Hay algo de cálculo y de autoexigente ejercicio analítico en la desnuda sequedad y en la depurada ascesis narrativa de este relato esencial, hecho de fragmentos que resuenan entre sí y que se anudan en silencio. La mirada de la cámara define cada encuadre con implacable rigor y carga de sentido a cada imagen para dar forma a la representación del deseo. Esa mirada es la que pugna por atrapar lo que intuye que se le escapa en los márgenes, la que permite a las imágenes hablar con voz tenue, pero con afán de conocimiento, de los alambicados, secretos y dolorosos caminos del deseo.
Sorprende primero y reconforta después encontrarse con una obra como ésta en medio del cine español. Frente a tanto ejercicio de autocomplacencia, a despecho de modas efímeras y servidumbres mercantiles, al margen de expectativas mundanas y de los caminos ya conocidos, sin otra brújula que la propia honestidad en el oficio del cineasta y sin más norte que la voluntad de rigor en el ejercicio propuesto, Lo que sé de Lola emerge silenciosa y humilde, pero felizmente desafiante. Sus imágenes señalan un camino, afirman el vigor de una mirada personal y abren horizontes. Bienvenidas sean.