Cine

Caprichos y desastres de Forman

El cineasta estrena "Los fantasmas de Goya"

9 noviembre, 2006 01:00

En Los fantasmas de Goya, Milos Forman toma a Goya por testigo de una época que le recuerda a la suya, a la nuestra. El convulso final del siglo XVIII y principios del XIX en España es el contexto de la trágica historia que ha escrito junto a Jean-Claude Carrière. Con un reparto internacional encabezado por Javier Bardem y Natalie Portman, vuelve a ilustrar el abuso de poder sobre los inocentes.

Casi todo lo que podamos saber sobre Francisco de Goya y Lucientes está en sus lienzos. De este pintor con el don de la ubicuidad apenas se conocen pensamientos salidos de su boca o de su pluma. Todo brotó de su pincel. "Sus contemporáneos no le citan, nunca se posicionó públicamente respecto a nada", señala Milos Forman. En cómo retrató la corte y la pobreza, la paz y la guerra, lo tierno y lo siniestro, pueden reastrearse sus más profundas creencias. Son, según Forman, sus fantasmas.

Por eso no hay que sorprenderse de que su última película sea más bien una historia con Goya que sobre Goya. No se trata de una bio-hagiografía del pintor (como lo fue Amadeus respecto a Mozart), ni siquiera una ilustración sucesiva de sus más conocidas viñetas pictóricas (aunque bastante de ello hay). Los fantasmas de Goya es el viaje en dos trayectos que Milos Forman emprende hacia el mundo que los ojos del pintor contemplaron con asombro. Un viaje imaginado y dolorido por la España de finales del XVIII y principios del XIX, a un universo en brusca transformación habitado por fantasmas -el impetuoso Lorenzo Casamares / Javier Bardem y la bella Inés de Bilbatúa / Natalie Porman- que a su manera aglutinan la metáfora de un mundo escindido entre los injustos y los olvidados, es decir, el poder abusivo y el pueblo inocente.

La historia fragmentada de Los fantasmas de Goya entrecruza los trágicos destinos de tres personajes que desaparecen durante la decadente monarquía de Carlos IV -Lorenzo en el exilio forzado, Inés en las mazmorras, Goya en sus cuadros- y retoman su historia cuando, quince años después, vuelven a coincidir en un Madrid "liberado" bajo el estertor de los fusiles y cañones napoleónicos. Esta abrupta división en dos bloques, que suponemos deben asociarse a las series pictóricas "Los caprichos" y "Los desastres de la guerra", resume todo lo que de audaz y exclusivo pueda tener un largometraje de vocación esquizofrénica, diseñado con talante y medios europeos, pero con el patrón superficial de las recreaciones históricas de Hollywood en mente.

"Lo que ocurrió entonces en Europa, especialmente entre España y Francia, representa el inicio de la historia moderna en el mundo, pues fue el primer enfrentamiento entre fanatismo y pragmatismo". Lo que ha venido después, quiere recordarnos Forman, es "la historia repitiéndose sin piedad", con sus mismos horrores y temores. En los alrededores del universo goyesco, Forman ilustra apresuradamente la falsa moral y el delirio de los fundamentalismos religiosos, la tortura indiscriminada de prisioneros, la invasión de un país y una guerra dirigida por intereses personales... "La mayor ironía -asegura el director de Hair- es que el guión estaba terminado meses antes de la guerra en Irak". Un guión que contempla la frase con la que Napolóen conminó a sus tropas a entrar en España a sangre y fuego -"Les van a recibir con flores como liberadores"-, y que un siglo después repetiría el vicepresidente de Estados Unidos.

Libertad rebelde
La libertad con la que casi siempre ha convencido Forman en sus películas, desde Los amores de una rubia a Man on the Moon, es la libertad de los rebeldes que nunca claudican. Tanto el McMurphy de Alguien voló sobre el nido del cuco como el Larry Flynt incorporado por Woody Harrelson o el Walker de Ragtime, ambicionan la libertad del individuo frente a los abusos y torpezas del sistema. No buscan el liderazgo o el heroísmo, pero tampoco desdeñan la posibilidad de que sus actitudes sirvan de espejo y acicate para los oprimidos. A este respecto, el rebelde heroico en Los fantasmas de Goya será Tomás Bilbatúa (José Luis Gómez), quien tomándose la venganza por su hija Inés retiene en su palacete al prior de la Inquisición, Lorenzo, para demostrarle en carne viva que bajo tortura cualquier hombre, incluso los bendecidos por la gracia de Dios, reconocerá como ciertas las más disparatadas de las mentiras.

No es desatinado interpretar esta impactante escena, por muy inverosímil que parezca, como un deseo secreto del viejo Forman, a quien casi podemos ver aplaudiendo detrás de la cámara el arrojo de su personaje y riendo la humillación sobre el representante del Santo Oficio. Una película hasta entonces impersonal, toma aquí cierto carácter distintivo. Y es que los extremismos que retrata Forman guardan también un estrecho paralelismo con la propia historia de su Checoslovaquia natal. "Yo vengo de un país -recuerda el director de Al fuego, bomberos- que en muy poco tiempo fue ocupado por dos regímenes totalitarios, el nazismo y el comunismo, donde los juicios falsos y las ejecuciones estaban a la orden del día". De ahí que las prácticas más cruentas de la Inquisición, llevadas a la pantalla sobre la carne desnuda de Inés (de quien Lorenzo se encapricha sexualmente), no le sean tan lejanas a Forman como en un principio cabía pensar. De hecho, es en las imágenes inesperadas y objetivas de las torturas donde Forman encuentra las mayores dosis de vigor y sinceridad en una película más pendiente del boceto que de los detalles, de la moral que de la emoción, más pragmática que romántica.

El protagonismo de Los fantasmas de Goya le concierne por tanto al excesivo, incomprensible Lorenzo, que contiene y simboliza en su persona los dos sistemas totalitarios, disfrazados bien de fraile o bien de bon vivant. Como si tratara de atrapar el alma extremista española, esa imagen pasional y arrebatadora con la que nos asocian fuera de nuestras fronteras, el personaje de Bardem transmuta de dominico integrista en la primera parta a liberal afrancesado en la segunda. Un villano de amplitud horizontal al que le perseguirá un pasado en forma de hija no reconocida.

Víctima del retrato menos carismático y convincente que se ha llevado a la pantalla sobre su figura, el Goya compuesto por el actor danés Stellan Skarsgard es una comparsa en el filme, un mero testigo de su tiempo que ejerce de maestro de ceremonias. "Goya es lo más parecido a un reportero gráfico, por eso he querido destacar su papel de cronista", argumenta Forman. De su ambigua relación con los monarcas Carlos IV y María Luisa, retratándoles como son y no como ellos se ven, extrae Forman un par de escenas simpáticas, pero que no traspasan los lugares comunes. Su relación con las majas del Retiro y el pueblo llano tampoco remonta la mera misión testimonial, como si los guionistas (Forman y Jean- Claude Carrière, con quien también colaboró en Valmont) se vieran en la obligación de encajar los varios registros pictóricos de Goya, y así las expectativas de los turistas al Prado (incluso por el idioma) queden más o menos saciadas tras la proyección.

Versión doblada
Conviene en todo caso ver la película en su versión doblada para evitar la experiencia de escuchar a figuras históricas españolas chapurreando inglés (Blanca Portillo, por ejemplo, es la reina María Luisa), mientras que las voces de ambiente permanecen en castellano. Nos perderemos así los matices de la convincente intepretación de Natalie Portman, en un doble papel (madre e hija) que se desdobla en tres, perfectamente diseñado para buscar el Oscar, pero es un sacrificio menor para una película de naturaleza múltiple y delirante, que confía en sus apariencias (está brillanemente fotografiada por Javier Aguirresarobe) toda la emoción y el dramatismo que no logran invocar los personajes y la historia. En algo coincidimos con Forman: "Mi gran revelación ha sido José Luis Gómez". En estos caprichos y desastres, es el único que logra hacer creíble lo increíble.