Image: Next o la utopía de la información perfecta

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Cine

Next o la utopía de la información perfecta

19 julio, 2007 02:00

Nicolas Cage en una escena de Next

SI Dios es omnisciente y conoce el futuro, ¿dónde demonios queda mi libertad? ésta es una pregunta que me hacía de adolescente, tremendamente irritado con el hecho de que Dios pudiese conocer de antemano mis actos, incluso cuando me costaba días decidirme entre tal o cual posibilidad. Daba igual lo que hiciera: por inesperado u original que fuese, todo lo había previsto ese sabelotodo, y no hay nada que moleste más a un adolescente que ser previsible. Para preservar mi libertad, decidí volverme ateo.

Frank Cadillac, el protagonista de Next, no ve el futuro, aunque así se afirme varias veces en la película. Tampoco un jugador de ajedrez ve el futuro, sólo la sucesión de consecuencias de un acto. Ese pequeño matiz significa que el futuro no está predeterminado, sino que el jugador Frank -quien, con sentido práctico, no se sienta ante un tablero de escaques sino ante el tapete verde del casino- puede optar por un movimiento u otro, por apostar o pasar. Pero aunque el pobre Frank sea libre, qué vida insulsa la de quien sabe con antelación, aunque sólo sea de unos minutos, lo que van a hacer todos los que se cruzan en su vida. ¿Pobre? Se aburre, sí, pero ¿y la seguridad que le otorga su don? ¿Y no es ésa la principal aspiración de nuestra sociedad; anticiparse al futuro para desactivarlo? Porque el futuro colectivo, no sólo en la ciencia ficción, es siempre aterrador.

La película de Tamahori refleja el miedo de nuestra sociedad a la incertidumbre. Necesitamos que alguien sepa lo que va a suceder, porque allá afuera acechan terroristas fanáticos cuyo único objetivo es destruirnos. Qué tranquilidad si hubiese alguien como Frank Cadillac, a quien recurre el FBI para averiguar dónde se encuentra una bomba atómica que unos terroristas sin escrúpulos pretenden hacer estallar en Los ángeles. Necesitamos a un Frank Cadillac para perder el miedo a las bombas, a los terroristas suicidas, a los aviones kamikazes. Pero como Frank es una creación cinematográfica, tenemos que conformarnos con que nuestros servicios de información y policía instalen cámaras, pinchen teléfonos, secuestren y aíslen a los sospechosos para interrogarlos sin trabas. Next, como cualquier utopía, amplifica los deseos ocultos de la sociedad que la genera: la información perfecta, es decir, aquella que tiene lugar antes de que los hechos se produzcan.

Por supuesto, todo tiene un precio, en el cine como en la vida. Si la seguridad es el bien mayor, está claro que tenemos que sacrificar a cambio parte de nuestra libertad y, sobre todo, renunciar a la sorpresa, a lo inesperado, al riesgo. Nuestras vidas protegidas, planificadas, se vuelven tan anodinas como la de Frank Cadillac: qué más da que le disparen incontables ráfagas de ametralladora, que caiga sobre su cabeza una lluvia de chatarra o una avalancha de rocas, que un tren amenace con arrollar el vehículo que conduce; sus aventuras, puesto que siempre puede adelantarse a lo que va a suceder para evitarlo, no dan cabida al suspense. Y sin suspense el cine de acción se vuelve de una banalidad atroz, casi tan insoportable como una vida sin riesgo.