Luz silenciosa (Stellet Licht)
Director: Carlos Reygadas.
21 febrero, 2008 01:00Un momento de Luz silenciosa.
Carlos Reygadas siempre ha sido un realizador muy incómodo. Sin duda un compositor de imágenes de gran fuerza plástica, es cierto, pero también alguien a quien su autoconsciencia le suele traicionar. Es un realizador fiero, de ideas férreas sujetas a objetivos de gran interés. Seguramente la problemática que impregna su cine es su obsesión por la erótica más violentada del plano. Ocurría en Japón (2005), se multiplicaba en Batalla en el cielo (2005) y se ha concretado en esta rara avis que es Luz silenciosa, una película que define de una manera encomiable su contorno, pero en su interior no es capaz de ordenar el vendaval de ideas que la sacude.Para reinterpretar a Dreyer se exige algo más que inteligencia y valor, también tiene que haber un ápice de insensatez. Y si atendemos a las imágenes de Reygadas se puede llegar a descubrir cierto grado de chifladura. Si algo demuestra el cineasta mexicano en Luz silenciosa es que su cine está tendiendo al exceso en todos los niveles. Da la extraña sensación de que Reygadas se quiere mucho a sí mismo. Que confía ciegamente en sus intenciones poéticas y, bajo la tiranía de dicha autosuficiencia, se permite licencias que golpean con rotundidad los destacables logros de la película. Sin duda Reygadas es un buen conceptualista, pero cojea en sus veleidades. El cineasta es capaz de arrasar con su puesta en escena.
Construye secuencias deslumbrantes, como el encuentro sexual de los amantes (y su abrazo final) o el momento en que la atormentada esposa desfallece bajo la lluvia. Pero, de igual forma, también es capaz de caer en lo irrisorio. Se permite la licencia de rasgar una secuencia de tanta belleza como la de los niños bañándose cerrándola con una mirada intencionada de una de las jóvenes protagonistas a cámara. Luz silenciosa posee un planteamiento inicial deslumbrante: (re)construye una colonia de menonitas y la aísla de tal forma que podría perfectamente existir en otro planeta. Para potenciar la belleza del relato otorga al plano un valor mayestático, lleva la imagen a la autarquía etimológica. No concibe su obra desde la lírica, si no desde la matemática: el valor de la secuencia vale lo que la suma de sus imágenes. Pero si se mira con detenimiento puede que las cuentas no acaben de salir. El enrarecimiento descriptivo llega a caminos hiperrealistas, ciertamente sin salida. Cuando la imagen decae, el castillo se derrumba -momento Jacques Brel-. Pero la película resucita continuamente, y es que por más trágica que se pretenda, lo que resulta es agresiva. Cuando los amantes se besan en un scope dogmático, la mirada del realizador nos aplasta. La fragilidad de los personajes es continuamente puesta a prueba, bien mediante fines estéticos o argumentales. Sin duda el mayor acierto de esta reinterpretación de Ordet (1955), de una manera parecida a lo que el año pasado hizo Apichatpong Weerasethakul (Syndromes and a Century, 2007) con Michelangelo Antonioni (El Eclipse, 1962), es en sustituir el imperativo religioso por el énfasis humanístico.
Todos los personajes de la película son positivos. Hay tanta bondad en Luz silenciosa que, al final, resulta tan increíble como los expatriados/indígenas protagonistas. Por eso mismo Reygadas construye la película como una puesta en escena del sufrimiento, donde la culpa es el motor que acciona el giro dramático. Luz silenciosa es una película a la que hay que restar aristas para poder disfrutar de ella en su totalidad. Lo peor de todo es el peso amargo que puede restar tras el visionado, siendo consciente de que podría haber sido una gran película y, en vez de eso, se ha quedado en un cúmulo de grandes imágenes.