Image: Hulk

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Cine

Hulk

El cómic vuelve para salvar la cartelera

19 junio, 2008 02:00

Tras el éxito de Iron Man, mañana llega Hulk. Pronto, veremos Hancock, Batman y Hellboy 2. El escritor Manuel Hidalgo analiza el auge de los superhéroes en Hollywood y entrevistamos al director de Hulk, Louis Leterrier.

El héroe es esencial en el cine americano. El conflicto entre protagonista y antagonista -entre el Bien y el Mal- aboca a la superioridad física y moral -rara vez intelectual- de quien es el portador de los valores del discurso de la película . Géneros clásicos de Hollywood como el western, el bélico, el de aventuras o, incluso, el policíaco venían dotando a sus protagonistas de cualidades de valentía, entrega y fuerza que propiciaban su triunfo sobre los malvados. Pero fue durante la segunda mitad de los 70 cuando personajes de intensidad desmesurada como Rambo y Rocky -inscritos en la tradición anticomunista del cine estadounidense- hicieron presagiar, de la mano férrea de Conan, una elevación del listón, que llegó con el Superman de Richard Donner en 1978. Para entonces, con Steven Spielberg y Lucas de por medio, ya estaba en marcha la sustitución del cine adulto y proeuropeo de los 70 por la recuperación y renovación de las mitologías infantiles y juveniles. El objetivo era retener en las salas al público adolescente y familiar cuando el grueso de los espectadores comenzaba a desertar atraído por la comodidad del butacón ante el televisor y el video.

Desde el principio de los 80 se consuma y se generaliza el regreso de los superhéroes, recuperados de los ingentes fondos del cómic norteamericano de los 30 y 40 y de sus exitosas adaptaciones a series televisivas e, incluso, radiofónicas de los 50. La superproducción y el espectáculo de impacto visual como instrumentos de captación de grandes públicos juveniles había dado mucho de sí, pero las inusitadas facultades de los superhéroes del cómic requerían de una tecnología de efectos especiales, primero, y digitales, después, que la cibernética empezó a prestar satisfactoriamente en los 80. Era lo que faltaba, y ahí se juntaron el hambre con las ganas de comer. Fueron volviendo en tromba y por entregas no sólo Superman, también Batman y Spiderman, el tridente que abrió paso a la recuperación de señeras criaturas portentosas y a la irrupción de otras nuevas que fecundaran la mitología establecida. En realidad, y desde los griegos -por no ir más lejos-, la humanidad ha consumido relatos sobre héroes con propiedades "super" conferidas por dioses u otros mediadores, y si Hércules formara parte del patrimonio cultural norteamericano sus descomunales trabajos ya se habrían vuelto a glosar sin las penurias con que el cine italiano o el genial especialista Ray Harryhausen lo abordaron hace décadas.

A pocas fechas de la muerte de un cineasta humanista y maduro como Sydney Pollack -una desaparición con fuerte carga simbólica-, el aluvión de superhéroes pone en mayor evidencia la infantilización de la industria hollywoodense en correspondencia con el eclipse de un cine contundente y dramático -o cómico, da lo mismo- interesado por el hombre corriente. Se nos propone, más que nunca, un cine para soñar con lo que no somos en vez de un espejo para vernos y saber cómo somos. La proliferación de superhéroes extraídos del túnel del tiempo o proyectados hacia el futuro delata no sólo un desprecio por el presente, sino una profunda crisis de imaginación. Se desempolvan viejos arquetipos o se ponen en circulación otros nuevos -a imagen y semejanza de aquéllos, con todas las variables que se quiera-, pero toda la imaginación (precisamente) visual que tales empeños requieren y, a no dudarlo, despliegan, no hace sino poner en evidencia -en la mayor parte de los casos- la indigencia de la mirada hacia el mundo real y la anemia de la escritura, por no hablar de la ya comprobada tendencia a la serialización y a las sagas, síntoma definitivo de un rutinario planteamiento de explotación de filones que niega, en lo profundo, un verdadero potencial de invención. Se trata de variar con más de lo mismo.

No seré yo quien niegue las enormes posibilidades que las nuevas tecnologías y los efectos digitales otorgan a un posible cine adulto basado en la imaginación y en la fantasía. Ya existen pruebas más que suficientes. Son posibilidades que asombrarían a pintores y escritores del pasado. Lo que aquí lamento es su mayoritaria reducción a espectáculos banales que están bloqueando el crecimiento interior de los adolescentes y prolongando crónicamente su edad del pavo. Felizmente se han dado ejemplos excepcionales gracias a cineastas con un universo personal y creativo. Estoy pensando en los trabajos que Tim Burton y Christopher Nolan han hecho con Batman, pero jamás otorgaría el mismo crédito al resultado de Sam Raimi con Spiderman o a la difícil posición en la que quedó Ang Lee tras Hulk, que tal vez sirviera para detectar que esta clase de películas deben obedecer a algunas insondables reglas que los grandes creadores no siempre son capaces de manejar.

Mientras se prepara una avalancha de superhéroes, ya se tiene noticia del inicio de su parodia. Will Smith -¿quién si no?- está en ello. Nada nuevo bajo el sol. La parodia ha sido siempre el último tramo de continuidad de un caladero. El cine la viene practicando desde antiguo. Superhéroes oscuros y de "línea sucia" conviven con los límpidos y claros, del mismo modo que los "anti-héroes" desdentados y pestilentes de Peckinpah convivieron y, al mismo tiempo, tomaron el relevo de los Gary Cooper y los James Stewart de las praderas. ¿Y por qué ahora? No quiero dejar de indicar, junto a todo lo dicho, que los superhéroes se acumulan cuando la Guerra de Irak y sus infortunios han herido la autoestima de los norteamericanos, tal vez necesitados de restaurar en el mundo la imagen de su superioridad: superproducciones de superhéroes por la superpotencia para las superpantallas del supermercado del superocio y del supernegocio. ¡Súper!