Compromiso y reflexión
Por Iñaki Arteta
16 octubre, 2008 02:00Fotograma de 'El infierno vasco'
Explota el documental políticoEntrevista con Barbet Schroeder
Como en otras persecuciones, bien ideológicas, bien genocidas, no existe sólo una razón para explicar por qué se han llegado a extremos tan trágicos en el País Vasco. Desde luego, sin el nacionalismo, sin el terrorismo de ETA en particular, la situación que se viene viviendo en esa parte de nuestro país desde hace cuarenta años no sería hoy como es. Pero de no haber existido una considerable inclinación de los vascos corrientes a tolerar, comprender, apoyar e incluso en muchos casos a contribuir con la persecución, con el aislamiento y luego con la sumisión a los valores esgrimidos por el mundo nacionalista, jamás podría haberse llegado a este balance: centenares de asesinatos, miles de heridos, decenas de secuestros, miles de actos terroristas de todo tipo, familias desterradas, una ciudadanía acobardada, sumisa.
Ambos factores, el nacionalismo y la maquinaria asesina de un grupo terrorista, han sido necesarios pero ninguno de ellos suficiente por sí solo. Sólo en el País Vasco se han dado juntos estos factores. Y eso ha afectado a todos los aspectos de la sociedad vasca: la economía, la educación, la política, la cultura, la libertad de expresión, las relaciones interpersonales. Olvidarse de ello o no tener interés en husmear en estas claves a la hora de acometer proyectos artísticos es adentrarse en un terreno pantanoso que le puede a uno sumergir en la infamia o en el ridículo. No es posible realizar ningún análisis de esta parte de España sin colocar en el centro la presión terrorista y esa latente, persistente y efectiva voluntad de persecución sobre la parte no naciona- lista. Es necesario explicar cómo se ha llegado a esto en una sociedad que quiere hacer creer que vive bajo parámetros democráticos. La pregunta es cómo una democracia ha permitido y permite este estado de cosas.
En mis dos películas he intentado explicar todo esto. En Trece entre mil daba voz a algunas víctimas de atentados, aquéllas que habían sufrido de una forma más directa y sangrienta la atrocidad terrorista. Fueron horas de conversaciones en las que me limitaba a escucharlas, más pendiente de sus sentimientos que de la narrativa de los hechos. Respeté su espacio vital y dejé que buscaran en su memoria los momentos más emocionantes, más sentidos. Me interesaba, sobre todo, indagar en cómo habían sido sus vidas después de la tragedia. En mi nueva película, El infierno vasco, amplío el círculo de víctimas a todos aquéllos que sufren la presión nacionalista desde un punto de vista ideológico o cultural. Son gente que no ha sufrido ningún atentado pero que soporta situaciones muy duras. ¿Cómo hace falta ser para dar el paso y presentarse a concejal por un partido constitucionalista? ¿En qué piensa uno tras recibir una nota en la que le amenazan de muerte? ¿A quién se puede recurrir cuando el silencio y las miradas de los cercanos emanan odio? ¿Cómo sufre todo esto la pareja, la familia?
Mi propósito como documentalista huye del planteamiento de soluciones imaginativas para dirigir al espectador a un espacio de reflexión sobre una realidad que con demasiada frecuencia se observa difusa, que a menudo se quiere ocultar, en ocasiones silenciar y en las más, directamente olvidar. La defensa radical de los derechos humanos no respetados en el País Vasco es una tarea pendiente también para los que nos dedicamos a la creación artística.
El cine político, por lo menos tal y como yo lo entiendo, es un cine con intencionalidad crítica, que provoca la reflexión acerca de lo que se esconde tras lo aparente, que denuncia y señala, comprometido con la realidad, sin concesiones a la ambigöedad. Un género necesario para despertar conciencias en las sociedades acomodadas de nuestro tiempo.