Image: De los oscars al desafío experimental

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Cine

De los oscars al desafío experimental

13 noviembre, 2008 01:00

Fotograma de 'En construcción' (2001), de José Luis Guerín

10 años de El Cultural

En la última década ha aparecido una generación de directores como Jaime Rosales o Albert Serra dispuestos a librar la batalla del cine libre. Mientras Pedro Almodóvar y Alejandro Amenábar acaparaban titulares, la industria preparaba su futuro sin una base clara.

El tránsito que vive el cine español entre los últimos años del siglo XX y los albores del XXI le coloca en el centro de una mutación tan acelerada como desconcertante. Un cúmulo de transformaciones han puesto en cuestión la identidad tradicional de una cinematografía vocacionalmente centrada en el modelo costumbrista del cine popular y en la qualité de autor que había sido hegemónica a comienzos de los años ochenta. Es una mutación compleja y apasionante, en la que podemos arriesgaros a identificar, cuantos menos, los siguientes procesos:

El desplazamiento de los maestros
. Hemos visto durante estos años los últimos trabajos o el retiro definitivo de algunos de los nombres más importantes o significativos de las etapas anteriores, caso de Juan A. Bardem, Luis G. Berlanga o Fernando Fernán-Gómez. Otro tanto se puede decir de los directores que provienen del "Nuevo Cine Español": Francisco Regueiro rueda su último film en 1993 (Madregilda) y Antxon Eceiza en 1995 (Felicidades, Tovarich). Carlos Saura, en cambio, se mueve con comodidad entre sus proyectos de qualité culturalista (Goya en Burdeos, Iberia, Fados), mientras que Mario Camus mantiene en pie un honesto proyecto de reflexión ética sobre la sociedad contemporánea (El color de las nubes, La playa de los galgos).

La vitalidad de los viejos experimentadores. Algunos proceden de la vieja "Escuela de Barcelona" y se niegan a rendir sus armas. Pere Portabella reaparece con renovada energía experimental (Puente de Varsovia, El silencio antes de Bach). Basilio Martín Patino dirige su último largometraje en 2002 (Octavia), pero después "reescribe" su particular "suite" en Palimpsesto salmantino (2007) y gira hacia el ámbito de las instalaciones museísticas con Paraísos y con Espejos en la niebla, mientras que Joaquim Jordà emerge como la figura de mayor influencia sobre los cineastas jóvenes gracias al ímpetu y la lucidez de sus últimos trabajos: Monos como Becky, De nens, Veinte años no es nada y la póstuma Más allá del espejo (2006).

Cineastas en tierra de nadie. Los grandes creadores que conformaron el imaginario cinematográfico de la Transición encuentran ahora progresivas dificultades para desarrollar con coherencia su discurso personal. Es el caso de Manuel Gutiérrez Aragón (El caballero Don Quijote, La vida que te espera, Todos estamos invitados), de José Luis Borau (autor del contundente mazazo que supone Leo, una de las obras más importantes de la década) y de Víctor Erice, que sólo puede realizar en cine un único, pero luminoso cortometraje (Alumbramiento), lo que pone de relieve el escaso margen que queda en España para un cine que busca en su propia coherencia el sentido profundo de la experiencia fílmica.

Los autores con proyección internacional. Pedro Almodóvar y Alejandro Amenábar aparecen, sin posible discusión, al frente de este apartado. El primero, convertido ya en el único cineasta español ganador de dos Oscars, alcanza el cénit de su carrera con Todo sobre mi madre (1999) y luego prosigue su trayectoria con Hable con ella, La mala educación y Volver, en la que regresa a un territorio más íntimo y puede desplegar con confianza sus mejores registros. El segundo, tras los éxitos internacionales y comerciales de Los otros (6.410.000 espectadores) y Mar adentro (ganadora del Oscar a la Mejor película extranjera) se ha convertido en el nombre con mayor proyección industrial y mediática.

Los valores de la industria. Desde supuestos muy diferentes, cineastas como Vicente Aranda, Fernando Trueba, Santiago Segura o José Luis Garci coinciden junto a realizadores como José Luis Cuerda, Imanol Uribe, Bigas Luna, Ventura Pons, Emilio Martínez-Lázaro o Fernando Colomo, en la búsqueda de un camino intermedio entre sus intereses personales y los condicionantes de la industria. Junto con Almodóvar y Amenábar, son los más claros representantes de un modelo relativamente común, que busca de una cierta "calidad" industrial de pretendida homologación cultural y que necesita la conexión con un público amplio, pero que evidencia a la vez, como señala Carlos Losilla, "la dificultad del cambio".

Integración y diáspora de los jóvenes valores. Los nuevos realizadores surgidos en los años noventa muestran una progresiva disolución de muchos de sus trabajos en las coordenadas de la industria establecida. Las últimas películas de Agustín Díaz Yanes, Icíar Bollaín, Gracia Querejeta, Manuel Huerga, Fernando León de Aranoa, Manuel Gómez Pereira o David Trueba, lo ponen en evidencia. Otros compañeros insisten con mayor tozudez en sus peculiares formas personales, pero también con resultados contradictorios. Y ahí están àlex de la Iglesia (Los crímenes de Oxford), Julio Medem (Caótica Ana), Juanma Bajo Ulloa (Frágil) o Isabel Coixet (de la muy personal La vida secreta de las palabras a la mucho más previsible Elegy) para testimoniar ese momento de duda y de inflexión del que parecen rehenes.

La soledad de los independientes. Ajenos a los cenáculos de la industria y empeñados en mantener su independencia, algunos corredores de fondo siguen ofreciendo destellos irrenunciables y valiosos. Es el caso de Montxo Armendáriz (con dos obras tan personales y sinceras como Silencio roto y Obaba), Javier Maqua (Chevrolet, Carne de gallina), Agustí Villaronga (El mar, Aro Tolbukhin), Felipe Vega (Nubes de verano y Mujeres en el parque) y Enrique Urbizu, responsable de la muy seca y contundente La caja 507 y de La vida mancha, obra mayor que pasa casi desapercibida, pero que adquiere con el paso del tiempo el aroma de un auténtico filme maldito sobre la base de un refinado clasicismo.

Nuevos caminos para el cine de autor. Ante la imposibilidad de regresar a la ficción dramática y narrativa, Víctor Erice realiza en vídeo digital para varios museos un mediometraje con forma de ensayo autobiográfico (La Morte rouge, 2006) y las sugerentes cartas-vídeo que se intercambia con Abbas Kiarostami (2005-2007) a partir de la exposición: Erice-Kiarostami: Correspondencias. La figura esencial de José Luis Guerín construye un apasionante itinerario que pasa por el documento urbanístico que recicla en documental lírico la materia misma de la ciudad moderna (En construcción) antes de desembocar en el poliédrico proyecto del 2007, que se anuda en torno a En la ciudad de Sylvia, la casi desconocida Unas fotos en la ciudad de Sylvia y su exposición en la Bienal de Venecia, titulada Las mujeres que no conocemos. A estos nombres deben añadirse las voces insumisas, radicales y solitarias de Pablo Llorca y álvaro del Amo, y las propuestas radicales y heterodoxas, pero siempre vibrantes y humildes, de Marc Recha: Pau y su hermano, Las manos vacías, Días de agosto

El auge del documental. Es la novedad más pujante de finales del siglo XX en todo el mundo, y España no es una excepción. El fenómeno se manifiesta con fuerza en dos títulos de fuerte resonancia (En construcción, de Guerín, y La pelota vasca, de Julio Medem), pero tiene una cantera de hondas raíces en el Máster de Cine Documental de la Universitat Pompeu Fabra, donde -bajo la influencia de Joaquim Jordà y José Luis Guerín- emergen trabajos tan destacados como los de Mercedes álvarez (El cielo gira) e Isaki Lacuesta (Cravan contra Cravan, La leyenda del tiempo), las dos piezas que señalan lo más esperanzador de esta corriente. En la misma estela aparecen, entre muchas otras, las realizaciones de Adán Aliaga (La casa de mi abuela), Ariadna Pujol (Aguaviva) y Pablo García (Fuente álamo, La caricia del tiempo).

Radicalidad y depuración. Está presente en los grandes festivales internacionales, pero encuentra enormes dificultades para llegar a las pantallas o para hacerse oír. Es un cine callado y silencioso, tentado por una búsqueda formal y expresiva, con una mirada propia, ajeno a toda verborrea explicativa. Un cine que se busca a sí mismo al tiempo que rastrea nuevos espectadores para construir nuevas formas de diálogo y nuevos códigos de interlocución con su audiencia. Aparecen así cineastas como Javier Rebollo (Lo que sé de Lola), Albert Serra (Honor de caballería, El cant dels ocells), Pedro Aguilera (La influencia), José María de Orbe (La línea recta), Rafa Cortés (Yo) o Jaime Rosales, quien tras dirigir Las horas del día, gana dos Premios Goya con La soledad y posteriormente realiza la todavía reciente Tiro en la cabeza. Son películas que vienen a situar en el horizonte inmediato unas formas más permeables al contagio de buscadas y conscientes influencias foráneas, menos vinculadas a las tendencias narrativas más tradicionales del cine español. Películas que expresan la esperanza de que su lenguaje y su imágenes puedan servir como acicate para remover las aguas, un tanto estancadas, de la producción industrial mayoritaria, la cual se enfrenta a nuevos desafíos tecnológicos y culturales para los que, de momento, no parece tener una respuesta clara.