Álex de la Iglesia: "Con el sí de Bruselas, el futuro no puede ser mejor"
El presidente de la Academia de Cine afronta los Goya y el rodaje de su nueva película, Balada triste de trompeta, con el optimismo por el desbloqueo a las ayudas, aunque insiste en que la clave está en crear industria
27 enero, 2010 01:00Álex de la Iglesia con los actores de Balada triste de trompeta, película que rueda estos días en Madrid.
Marta CaballeroEste martes a última hora de la tarde, el exhausto presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España se tomaba un café junto a los cines Luchana de Madrid. Acababa de terminar un día de rodaje y entrevistas relacionadas con su nueva película, Balada triste de trompeta, una historia "intestinal" y un viaje a su infancia que toma cuerpo a través de los payasos de la tele y el terrorismo y que le ha pillado en "un momento extremo" de su vida, en el que -se excusa- le cuesta distinguir entre "lo bueno y lo malo, lo triste y lo divertido". En mitad de esta intensidad, un SMS oportuno le dio una alegría de fin de jornada: "Bruselas desbloquea las ayudas al cine", rezaba el texto. Nada nuevo bajo el sol tratándose de un asunto burocrático, pero sí un suspiro de alivio que, según De la Iglesia, tal vez ayude a que la tinta que estos días se derrama en torno al cine tenga más que ver con eso, "con el propio cine", que con los polémicos asuntos de las subvenciones, las leyes y los cineastas cada vez más en contra de la Orden. En mitad de este trajín, y con los Goya a la vuelta de la esquina, hablamos con el director sobre su cargo, su nueva película y, especialmente, sobre el delicado asunto en el que se ha convertido la producción cinematográfica patria.
PREGUNTA.- Bruselas ha desbloqueado las ayudas al cine. ¿Se siente aliviado a pesar de que era algo que ya se sabía? ¿Cree que se apaciguará la polémica?
RESPUESTA.- Tenía mucha confianza, pero ahora tenemos la Ley y el futuro no puede ser mejor. Lo que hay que hacer es ponerla en práctica lo antes posible y, luego, matizar y precisar una vez que la tengamos, aunque creo que no hará mucha falta. En cuanto a la polémica, siempre habrá gente con ganas de guerra, pero se verá mejor cuando empecemos a aplicarla. Esta noticia es una alegría dentro de la tensión del rodaje en la que ahora me encuentro.
P.- Hábleme entonces de esa tensión, y del rodaje, claro.
R.- Llevamos una semana y media muy intensa y estamos trabajando muy duro, algo que creo que es bueno para la película, porque este estado de pleno rendimiento es esencial y se transmite.
P.- Es su película más "intestinal" ¿Por qué lo es más que las otras?
R.- Porque la historia es extrema, es como si mi cabeza hubiera ardido y el jugo que quedase debajo fuera un caldo en el que están los payasos de la tele y el terrorismo. El año 73 era un circo en el que todos iban disfrazados: los payasos, los terroristas con su pasamontañas. Todos llevábamos un disfraz en esos años. Me es muy difícil hablar de esta película, me cuesta mucho.
P.- Apenas ha avanzado datos del verdadero argumento...
R.- No, porque lo estoy reescribiendo y construyendo sobre la marcha. Es una película terriblemente personal y a la vez es como si intentase ver dentro de mí.
P.- ¿Estamos ante el tópico de la creación como terapia?
R.- Sí, es un topicazo, pero es así. La creación y el proceso de trabajo, que también ayuda.
P.- ¿Al margen de esta suerte de Amarcord, hay en Balada... algún tipo de análisis de la época, una revisión histórica de la transición, tal vez alguna crítica a la coyuntura?
R.- Crítica es una palabra terrible. Sobre todo estoy tratando de contar las cosas que han hecho que hoy sea como soy y por qué es así lo que me rodea. Y, con ello, saber por qué ninguna de estas cosas me gusta.
P.- ¿Tantos motivos tiene para la insatisfacción un director que ha tenido éxito?
R.- La insatisfacción es uno de los motores del arte, y para contar hay que implicarse. La que ruedo es una película arriesgada; tanto, que los actores se asustan de lo que ocurre.
P.- ¿Que se asustan?
R.- Sí, pero no te lo sé explicar, es difícil contar lo que debe leerse en imágenes. La película es mucho más íntima que el guión. El caso es que estoy en un momento en el que me cuesta distinguir entre lo cómico y lo trágico, entre lo que me asusta y lo que me hace reír. Ese estado ayuda mucho a la película, y el espectador debería descubrir todo esto sólo al verla. Oír a un director hablando de su cine es tan triste como comentar un partido de fútbol pudiendo verlo, o hablar de sexo cuando el sexo sólo debe practicarse.
P.- Volviendo al tema de su implicación en la obra. ¿Cree que siempre debería existir tal filiación entre el director y su trabajo?
R.- Sí, es mi obligación. No consiento ver a un director que no se implica en su película, aunque yo no siempre he sido un buen ejemplo. Lo intento, y nunca tanto como ahora, pues nunca he sufrido de esta manera haciendo algo y a la vez disfrutado. Es el mejor y el peor momento de mi vida.
P.- ¿Sus obligaciones con Academia tienen algo que ver con ese estado extremo en el que se encuentra?
R.- Estar en la Academia es como hacer malabarismo y que te pidan que recites a Elliot. No, menuda estupidez he dicho. Es que cualquier cosa va a sonar pretenciosa, pero es clave vivir así este momento: te diré que si la vida es una semana, y hoy estamos a jueves, y el domingo todo está cerrado, sólo me quedan viernes y sábado.
P.- Vaya, usted todavía es un director joven, ha sido enfant terrible en este país hasta ayer. Y además tiene muchos proyectos entre manos. ¿Qué pasa con La Marca Amarilla?
R.- La marca amarilla representa mi pasión por el espectáculo. Será una película de acción y aventuras como las que me hubiera gustado ver de pequeño y que se basa en un tebeo que adoro. Es un regalo que me gustaría hacer. Será muy entretenida y muy diferente.
P.- Nada que ver con Balada triste de trompeta.
R.- Balada... está muy relacionada con mi novela Payasos en la lavadora, tiene una mezcla de rabia y de ternura, dos sentimientos contrapuestos que se pueden dar a la vez.
Cuanto más ruedo, más me gusta el cine español
P.- ¿Ha repasado mucho cine español de y sobre la Transición para preparar esta película?
R.- Más que revisitar, he ido viendo, sin darme cuenta, mucho cine de esos años últimamente. El bosque del lobo, de Olea; Deprisa, deprisa, de Saura; Furtivos, de Borau... También hay otras influencias en esta película, como Garras humanas, El que recibe las bofetadas, los tebeos de Batman. Pero, sí, he vuelto a ver muchas películas españolas y la verdad es que, cuanto más ruedo, más me gusta el cine español.
P.- ¿Le gusta más el de aquellos años que el actual?
R.- Me apasiona más lo que he vivido que lo que estoy viviendo. El presente no es atractivo. Es el pasado al que echas de menos. Recuerdo que el 73 fue especial, y por eso he ubicado mi película en ese año, aunque está llena de anacronismos. Fue un momento en el que vivía todo con más intensidad, cualquier cosa me influía mucho más que ahora, cuando tengo que esforzarme para encontrar algo que me emocione.
P.- Usted, que era niño en esa década, ha decidido fijar su alter ego en Balada triste de trompeta en un adulto...
R.- Sí, porque es una historia que también habla de lo que me ocurre ahora. Yo trabajo el material que quería rodar pero con la idea de encontrar siempre material nuevo.
"La Academia es sólo un club de amigos sin dinero pero con repercusión mediática"
P.- De vuelta a la Academia, usted llegó a la institución con unos objetivos muy claros y volcados, sobre todo, hacia el aperturismo. ¿Le está cundiendo?
R.- La Academia me quita un tiempo increíble que no está remunerado pero también es un hobby, y a la vez tengo que rodar. Lo más bonito es que el cine es mi manera de vivir, con la que pago el alquiler y el colegio de mis hijas, por eso quiero que vaya bien, por eso me implico. Creo que me cunde, estoy aprendiendo mucho sobre los problemas de los demás, y lo hago lo mejor posible para que las cosas funcionen. Cuando me vaya, espero haberla dejado mejor de cómo la encontré.
P.- ¿Y esa es una tarea fácil o compleja?
R.- ángeles González Sinde había iniciado un trabajo muy bueno que yo quiero continuar. La Academia no somos más que un club de amigos pero con gran repercusión mediática. El cine es una parte fundamental de la imagen del país. Nosotros manifestamos los sueños, somos como una imagen grotesca de España, para bien y para mal. Los defectos que tenemos son los mismos que los de los demás pero exagerados, igual que las diferencias.
"Quiero que los bancos confíen en nosotros"
P.- Lo que está claro es que desde que usted llegó la Academia ha salido muchas más veces de lo habitual en los periódicos. Aunque la mayoría haya sido por asuntos polémicos, ¿valora este fulgor mediático?
R.- Es positivo, claro, y sobre todo puede ayudar a que las cosas vayan mejor. Más allá de la publicidad, mi objetivo es no decepcionar, aunque seguro que lo hago... pero antes de eso arreglaré un montón de cosas. Y la más inminente será crear unidad, porque somos el reflejo de una sociedad dividida. No obstante, hay algo que nos une y que es el amor al cine. En este sentido, la Academia debe respaldarnos a todos, a los pequeños y a los grandes, y demostrar que se puede hacer todo tipo de cine, independiente y grandes producciones. Lo que quiero es recuperar una buena imagen para la industria, que los bancos confíen en nosotros, que la prensa no esté en nuestra contra, que no vean lo malo. Y también me gustaría que la imagen nacional del cine español fuera mejor que la internacional, como sucede ahora, y por una vez ser profetas en nuestra tierra.
P.- ¿Le ofende la mala imagen que en España se tiene del cine nacional?
R.- Mucho, porque estamos hablando de un sector con muchas personas implicadas que viven de esto, por eso no entiendo la maldita manía de pensar que el cine lo hacemos los directores. Hay gran cantidad de gente (maquilladores, cámaras, encargados de vestuario...) que vive de esto y a la que tengo que proteger. El cine puede ser mucho más importante de lo que es ahora, pero tenemos que tomárnoslo en serio.
P.- ¿De todo esto disertará en el discurso de los Goya? ¿Cómo afronta esta puesta de largo suya como presidente de la Academia?
R.- Lo afrontaré teniendo que levantarme al día siguiente a las seis para rodar. Con mis palabras intentaré dar una imagen de optimismo, el otro día me decían que iba a hacer un discurso casi en plan Braveheart. Hablaré más de cine que de este asunto de las ayudas, porque éstas son sólo un 30 por ciento de la producción. Quiero dejar claro que este es un buen momento y que los cineastas no vivimos de las subvenciones ni somos una carga. Somos un motor importante para el país. Eso, y que trabajamos 16 horas al día. Aquí, en mi rodaje, hay gente que apenas duerme.
P.- La demonización del cine español ha estado muy ligada a esa idea de que ustedes viven gracias a las subvenciones...
R.- El modelo de la nueva Ley del Cine no es así. Una subvención no cubre ni la tercera parte del presupuesto de una película. Nadie piensa en las subvenciones de la agricultura o del deporte, mientras que a nosotros nos persigue este estigma. Quiero que quede claro que no vivimos del cuento, que se sepa que mis productores se dejan la piel para sacar adelante una película.
P.- ¿A quién culpa de crear estos flujos de información?
R.- A grupos de poder y económicos interesados en que existan las descargas y en que la propiedad intelectual no sea reconocida, porque le deben mucho dinero a la SGAE. Y no son los usuarios ni la sociedad española, sino grupos audiovisuales interesados. En este momento estamos haciendo grandes cosas y, sobre todo, las estamos haciendo a tiempo. No quiero lanzar más palabras sino solucionar los problemas con hechos. Es necesario contar que esto del cine merece la pena. En España nadie se siente obligado a defender la literatura o la moda, a ver si los que hacemos películas dejamos de tener que autolegitimarnos todo el tiempo.