Merecida ovación al emotivo humanismo de Kaurismäki
El finlandés entrega una de sus mejores películas con Le Havre
17 mayo, 2011 02:00Aki Kaurismaki - Photocall - Le Havre © AFP
Cuando los oleajes de la catástrofe económica alcanzan ahora a un amplio sector de la tradicional clase media, arrastrándolo a niveles de pobreza impensables hace unos años, es cuando los directores más oportunistas, bienpensantes y "concienciados" se acuerdan de los desposeídos. Pero el finlandés Aki Kaurismäki lleva toda su carrera (una de las más singulares y extraordinarias de los últimos treinta años) redimiendo con humanismo y humor inimitables (a pesar de todos sus imitadores) las vidas de aquellos que no poseen más que esperanza en sus bolsillos.Le Havre
Aki Kaurismäki
Sección oficial
Cinco años transcurridos desde Luces del atardecer, su anterior filme, Le Havre ha vuelto a traer a la Croisette la inconfundible mirada de este cineasta, quien ha rodado su 17 largometraje en Francia (en la localidad portuaria que da título al filme): una película hilarante, mágica y conmovedora en torno al imperecedero drama de la inmigración, y que ha suscitado el mayor aluvión de ovaciones de cualquiera de las películas presentadas hasta ahora en la sección a concurso.
El relato se centra en Marcel Marx (Andre Wilms), un limpiabotas que vivió una vida de bohemia en los círculos parisinos y ahora vive retirado en la costa norte francesa. En un barrio "donde nunca se producen milagros", reparte y comparte sus días con su dulce esposa Arletty (Kati Outinen, actriz habitual en las películas de Kaurismäki), su trabajo en las calles y su bar favorito, donde se reúne todas las noches con un grupo de amigos que se integra entre lo mejor de la fauna humana que habita la obra de Kaurismäki. Más allá de su plácida existencia, en los muelles de la ciudad un grupo de inmigrantes africanos con el plan de llegar hasta Inglaterra es descubierto habitando un container. Antes de ser detenidos, el pequeño Idrissa (Blondin Miguel) logra escapar de las manos de la policía para perderse por la ciudad. Casualmente, se cruzará con Marcel en el camino, quien sin considerarlo ni un segundo se convierte en su protector, alimentándole, vistiéndole y ofreciéndole refugio en su casa. Al mismo tiempo, su esposa es ingresada y diagnosticada con un cáncer terminal, pero decide mantenerlo en secreto a su marido porque "Marcel es como un niño grande que perdería el rumbo".
Con su identificable media sonrisa, entre la ironía y el patetismo, Kaurismäki celebra la vida en cada plano al tiempo que sumerge la afilada crítica social. Entre reír y llorar, el cristalino humor del finlandés, vehiculado en esta ocasión a través de un protagonista memorable, siempre gana la batalla. Le Havre es un filme tremendamente político que sin embargo evita las arengas políticas, una comedia que tienen un punto de partida muy serio, un profundo retrato humano con la apariencia de un divertimento. Como siempre, el tono del finlandés es lacónico y distante, sumamente cinéfilo desde su singular manera de cruzar los géneros, de los que toma una sana distancia irónica, especialmente del noir (con personajes salidos de una película de Melville) y del melodrama. Su acercamiento a la realidad mezcla el absurdo con lo serio, lo fantástico con lo realista. La puesta en escena, espartana, evita todo lo superfluo, todo lo que sobre en la ambientación, en los diálogos y en las interpretaciones. El amor de Kaurismaki por las raíces del rock & roll (recordemos su clásico Leningrad Cowboys Go America) está una vez más presente, regalando exquisitos y humorísticos fragmentos musicales.
No es sólo la cuestión de la crisis financiera la que aborda el filme sin hacerlo nunca evidente, también y sobre todo la crisis moral occidental que aún no ha resuelto la cuestión de los refugiados que cruzan el mar creyendo que la rica Unión Europea les recibirá con los brazos abiertos. La película conquista lo que se propone porque golpea directamente al corazón y al humor pero sin siquiera rozar el sentimentalismo, que de hecho pone una y otra vez en perspectiva. En la mejor tradición de Chaplin, de Tati o de Vittorio de Sica, no es "ternurismo" ni "buenismo" lo que Kaurismaki siente hacia sus personajes, sino una suerte de humanismo en el sentido clásico de la palabra: una compresión y solidaridad con sus semejantes (sean de donde sean y tengan el color que tengan) que no precisa disfrazarse de panfleto social o propaganda política.