Image: Freud versus Jung

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Cine

Freud versus Jung

David Cronenberg estrena hoy Un método peligroso, trágico y genial alegato sobre los padres del psicoanálisis

25 noviembre, 2011 01:00

Viggo Mortensen (en primer plano) y Michael Fassbener, Freud y Jung en Un método peligroso

David Cronenberg, apoyado en las interpretaciones de Viggo Mortensen, Michael Fassbender y Keira Knightley lleva hoy a las pantallas Un método peligroso, película que podría ser una de las mejores de 2011. Ambientada en una Europa de grandes convulsiones, resume algunas de las claves de su mejor cine con un discurso de múltiples capas sobre la fragilidad de las emociones y la ruindad del ser humano.

Existe bajo las imágenes de Un método peligroso una violencia soterrada, amenazante, capaz de explotar en cualquier momento, bastante más belicosa que la que existía a modo exploit en películas como Rabia (1977) o Cromosoma 3 (1979), películas primerizas del cineasta canadiense David Cronenberg (Toronto 1943). Si en sus últimas películas -Una historia de violencia (2005) y Promesas del este (2007)- el director abordaba los juegos de máscaras y los terrores ocultos de forma singular, en Un método peligroso el salto es totémico, al retratar la amoralidad existente bajo los gestos nobles de la burguesía de finales del siglo XIX así como de trazar una mirada antropológica hacia una sociedad que sería la responsable de algunas de las mayores barbaries del siglo XX. Lo verdaderamente increíble de todo esto es que Cronenberg lo consigue mediante el sencillo uso de la palabra, ya sea escrita o hablada, entre los doctores Sigmund Freud y Carl Gustav Jung, y la paciente (y futura doctora) Sabina Spielrein. "Me gusta regresar a la palabra -afirma-. Curiosamente, acabo de finalizar una película, Cosmopolis, donde también se habla mucho. Y es que uno puede creer que el cine está lleno de diálogos pero lo cierto es que esos diálogos son la misma esencia del cine". Diálogos, palabras. Eso es lo que no dejan de hacer los protagonistas de Un método peligroso: hablar y escribirse misivas. Porque por primera vez en la historia la palabra parecía ser la solución a los problemas de la humanidad (de la psique). Esa fue la revolución impulsada por Freud: alguien que se atrevió a verbalizar los miedos que anidaban en el inconsciente humano. El inventor del psicoanálisis fue el primero en situar sobre el tapiz de lo cotidiano la sexualidad como el mayor de los condicionantes a la hora de atenazar los miedos que sumían al individuo.

Jung, que fue colaborador de Freud en sus inicios, se distanció del mismo al expandir su trabajo hacia otros terrenos de carácter más controvertido: caso de la alquimia, la mitología o la parapsicología. "Si lo piensas -reflexiona Cronenberg-, Jung y Freud son los responsables de las relaciones del siglo XX: hasta su llegada nadie hablaba abiertamente de temas sexuales, sueños, problemas familiares o traumas infantiles". Una ruptura, la de maestro y discípulo, que sería también la quiebra de Europa.

El corazón del odio

Y es que bajo la falsa quietud que esconden las bellas imágenes de la campiña suiza y de la ampulosidad de los edificios de Viena, se nota el corazón palpitante de un odio a punto de degenerar en la más violenta de las acciones. "La violencia, al igual que ocurría con otra de mis películas, Crash, aquí se encuentra escondida. Yo diría que Un método peligroso es una película violenta porque se desarrolla en una época muy convulsa con unos personajes que transgreden todo tipo de tabúes socialmente aceptados. Hay algo en esa valentía que exige violencia", añade. De hecho, el gran logro de Un método peligroso, es el de poder hablarnos sin tabúes de todos los terrores que habitaban en Europa a principio del Siglo XX a la vez que nos narra el azaroso triángulo sentimental que ata a sus protagonistas. Un relato que se adentra en el sadomasoquismo y las relaciones de dependencia que existen en los encuentros sexuales de Jung y Spielrein como clara metonimia de un continente destinado a la autodestrucción (un camino ya recorrido por cineastas europeos como Lars Von Trier o Michael Haneke).

La falsa ética de las clases pudientes -las mismas que retrataría con tanto placer como saña Marcel Proust- es mostrada por Cronenberg bajo una fachada de buena educación. En la obra del canadiense hay muy pocos elementos situados al azar, por no decir ninguno. En Un método peligroso cada plano está cortado bajo un mismo patrón: el de la dictadura autárquica de la imagen. Cada objeto posee su significado, cada detalle su significante. De ahí la abundancia de éstos, bien sea para retratar objetos -rudimentarios, pero aún así, de carácter futurista, convirtiendo los trazos de Videodrome (1983) y La mosca (1986) en un steam-punk abocado a la ciencia médica-, bien sea para realizar elaboradas composiciones plásticas conjugando los rostros de sus protagonistas en función de la relación que existe entre ambos en ese momento de la narración. En el último tramo de la película, en los rótulos finales, se nos informa de su destino: mientras que Jung moriría en 1961 tras vivir una vida apacible en Suiza junto a su familia (y sus amantes), los judíos (dato nada baladí) Freud y Spielrein vivieron en sus carnes la pesadilla nazi, muriendo el primero de cáncer en 1939 y la segunda asesinada por el ejército alemán junto a sus hijos en 1941. La fractura es entonces total: entre médico y paciente, entre maestro y discípulo, entre lo místico y lo empírico, entre la barbarie y la razón. El milagro es que Cronenberg sea capaz de realizar todas estas reflexiones sin tener la necesidad de mostrarlas in situ en la película, puesto que todas ellas son ideas extrapoladas que surgen innatas de la narración.

Y es que desde que el director se despidiera de los postulados de la "nueva carne" con eXistenZ (1999) una transmutación ontológica ha sacudido los códigos que regían su obra, más interesado en descifrar los mecanismos que rigen la mente, que en la materia orgánica (y sus mutaciones y/o alteraciones) que conforma el cuerpo humano. Una dualidad que ya se hizo patente cuando se comparó el estreno de Crash (1996) con el de Vinieron de dentro de... (1974), ambas adaptaciones de dos textos de J. G. Ballard: Crash (1973) y Rascacielos (1975), la primera haciendo énfasis en las relaciones de dominación sadomasoquista entre unos apasionados de los accidentes automovilísticos (el fetichismo mecánico llevado a su máximo auge), la segunda convirtiendo el cuerpo en un instrumento infeccioso capaz de vampirizar/zombificar otros cuerpos siguiendo las pautas de un maníaco sexual.

Freud y la ciencia ficción

"Parece obvio que he evolucionado como realizador, lo curioso es que jamás he dejado de hacer cine fantástico. Al fin y al cabo, lo que hizo Freud, en su época, era también ciencia-ficción", señala Cronenberg. Es evidente que el director está acostumbrado a que los fans del fantástico le cuestionen sus nuevas películas en contraposición a las que se zambullían de pleno en el cine de género. Su evolución ya no sólo es estilística sino también semántica y estética, lo que hacen de Un método peligroso una de las películas más perfectas -entendiendo perfección como el acertado ensamblaje entre continente y contenido- y estilizadas de la obra del autor. Nos encontramos así una labor de depuración exquisita y exigente que cuenta tanto por lo que dice como por cómo lo dice (algo tan sencillo que, sin embargo, está al alcance de muy pocos cineastas). Un alegato tan romántico como trágico que apela al material básico del que están hechas las relaciones humanas para acabar realizando un discurso de múltiples capas sobre la fragilidad de las emociones, la debilidad del carácter y, en definitiva, sobre la ruindad de la que es capaz el ser humano. Una película excepcional, fruto de la mente de un cineasta privilegiado que, a sus sesenta y ocho años, demuestra que aún es capaz de sacudir nuestras conciencias sin dejar, ni por un solo momento, de conmovernos hasta lo más profundo. Sin duda, la mejor película que nos ha entregado este 2011.

Woody Allen, Bergman, Buñuel y... Sartre

Curiosamente, más que haber películas que aborden el psicoanálisis, lo que hay son estudios y ensayos cinematográficos que utilizan la metodología freudiana para analizar la obra de distintos autores (Woody Allen sería el vivo ejemplo del cineasta más psicoanalizado por la crítica más superflua). Evidentemente, este tipo de análisis poseen una base lo suficientemente endeble como para no ser tomados en serio. Mucho más interesante resulta plantearse cómo los cineastas se han aprovechado de las teorías de Freud para construir sus andamiajes argumentales: desde la mera anécdota -los sueños que plasmaban Ingmar Bergman (Fresas salvajes) y Luis Buñuel (Los olvidados) en sus obras-, hasta la misma génesis de la historia: la verdad que se oculta tras el asesino de Psicosis de Alfred Hitchcock o de El fotógrafo del pánico de Michael Powell. Seguramente la mejor manera de acercarse a la figura de Sigmund Freud a través del cine sea mediante la magnífica película de John Huston, Freud, pasión secreta, con Montgomery Clift dando vida al inventor del psicoanálisis (y con la colaboración de Jean-Paul Sartre en el guión). Bastante menos interesante sería la aportación de Herbert Ross, Elemental, Dr. Freud, una comedia carnavalesca que juntaba en una misma historia a Freud y a... Sherlock Holmes.