Angelopoulos, una mirada incompleta
Muere el director tras ser atropellado por una moto mientras buscaba emplazamientos para su nueva película
25 enero, 2012 01:00Theo Angelopoulos, en el Festival de Berlín (2009). Foto: AFP.
La palabra FIN nunca aparecía en sus películas. Como si las historias de su cine nunca llegaran al final. Más bien, como si concibiera toda su filmografía como un trabajo inacabado, incompleto, continuo. Thedoros Angelopoulos (Atenas,1935) practicó el cine como una aventura humana, como un trayecto existencial en el que su matriz, el paso del tiempo, no podía en ningún momento pasar desapercibido. Su oficio, su estilo de vida, no consistía en hacer películas, sino en hacer cine, que es algo bien distinto. Es lo que diferencia a un director como Amenábar, por ejemplo, de un cineasta como Almodóvar."Todo cineasta recuerda la primera vez que miró a través del visor de una cámara. Es un momento que representa no tanto el descubrimiento del cine, sino el descubrimiento del mundo", dijo en una ocasión. Su obra, organizada por conjuntos formales -nunca dejó de explorar las formas del cine- y bloques de trilogías -de silencios, de fronteras-, y que responde a una sensible investigación de conceptos como viaje, memoria, historia, amor, familia y soledad, ha terminado en todo caso de forma abrupta, absurda, violenta. Pero ha terminado también como si él fuera una de esas figuras elusivas de su propio cine, donde al menos en tres ocasiones recurrió a protagonistas que son directores de cine: Viaje a Citera (1984), La mirada de Ulises (1995) y The Dust of Time (2008). Esta última, que nunca se estrenó en nuestro país (como tantos de sus filmes), era la segunda parte de una triología que ya quedará inacabada. Como también la película que preparaba sobre la crisis griega, y para la que buscaba localizaciones cuando el fatal destino -o un policía en una moto- colisionó con su frágil cuerpo. Quedará incompleta, como no podía ser de otro modo, su mirada al mundo.
Un mundo que veía con pesimismo, sin demasiada fe, bajo el desencanto político propio de su generación -"Soy un hombre de izquierdas en plena confusión", solía decir en los últimos años-, pero con una creencia absoluta en la belleza del mundo y el misterio de los hombres. A escudriñar esa belleza y esos misterios dedicó su obra. Como el cine de Antonioni, como el de Tarkovsky y Jancsó, se encorsetará su trabajo en el de las poéticas silenciosas y extremas, forjadas con largos, hermosos planos secuencia en los que el tiempo parecía detenerse. El viaje de los comediantes (1975), uno de sus filmes más célebres, es un tour de force de cuatro horas compuesto por apenas ochenta planos. Es un cineasta que nunca comprometió su visión a los ritmos y modas del cine contemporáneo, cuyas películas rehuían constantemente las convenciones habituales de la industria, y cuyos contenidos apelan a lo extraordinario tanto desde el plano intelectual como desde su dimensión emotiva y poética.
El poso contemplativo de su obra, en filmes que sin embargo nunca abandonaron la tribulación novelesca de las historias y los personajes (siempre interpretados por actores de primer nivel, de Omero Antonutti a Willem Dafoe, pasando por Marcelo Matroianni, Bruno Ganz o Harvey Keitel), llevó a críticos populistas como Roger Ebert a escribir que "a Angelopoulos debe importarle muy poco su público", mientras que escritores de cine británicos como Derek Malcolm o David Thomson siempre le consideraron entre los cineastas más importantes de los últimos treinta años. La excelencia de su cine, en todo caso, va unida a la combinación de talentos con sus colaboradores más cercanos: el guionista Tonino Guerra, el director de fotografía Giorgos Arvanitis y la compositora Eleni Karaindrou. Cualquiera que se adentre en la filmografía del cineasta griego (unas 40 horas de metraje), no sólo saldrá de la experiencia con un considerable conocimiento y una mayor comprensión de los conflictos griegos y balcánicos, sino con una sabiduría renovada sobre la naturaleza de la libertad individual y las tempestades interiores que afligen al corazón humano.
Ahora que se sucederán los obituarios laudatorios y las previsibles hagiografías, es cuando hay que decirlo. Sobre todo ahora que la calidad creativa parece medirse exclusivamente en términos cuantificables de presupuestos y taquillas. En España, el cine de Angelopoulos se ha visto muy poco. Apenas se han estrenado en pantalla grande cuatro de sus 14 largometrajes. Según datos del ICAA, el más visto -La mirada de Ulises- congregó a 82.815 espectadores (cifra nada despreciable si tenemos en cuenta que se estrenaría con apenas dos o tres copias), mientras que su penúltimo filme, Eleni, atrajo a 8.843, una cifra que pareció quitar las ganas a cualquier distribuidora comercial de traer a nuestras salas su última película, The Dust of Time, protagonizada por Willem Dafoe. Pudo verse en todo caso en el Festival de Huesca del año 2009, donde le fue concedido el premio Luis Buñuel a su carrera y auspició la publicación del magnífico estudio monográfico Poemas de la desolación. El cine de Theo Angelopoulos, de Manuel Vidal Estévez. Y es que probablemente su cine se haya visto más en el circuito de festivales y filmotecas -por el que generalmente transitan las miradas más sugestivas del cine de autor internacional- y en el mercado de DVD, gracias sobre todo al Cofre Theo Angelopoulos (1988-1998) (Intermedio), que contiene cinco películas del cineasta griego.
Como todo gran cineasta, su mirada quedará incompleta hasta que el público pueda completarla. Hoy es un día tan pertinente como cualquier otro para comenzar a (re)descubrirlo y para nunca terminar de apreciarlo. Liberado del tiempo terrenal, él ya tiene la eternidad y un día por delante.