Image: Bajas expectativas de Mike Newell

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Cine

Bajas expectativas de Mike Newell

29 marzo, 2013 01:00

Helena Bonham Carter en 'Grandes esperanzas'.

Mike Newell lleva a las pantallas una nueva adaptación de Grandes esperanzas. El camaleónico director británico, responsable de Donnie Brasco y Cuatro bodas y un funeral, apela a la vigencia social del clásico de Charles Dickens.

Charles Dickens alumbró el cine. Al menos en su sentido espiritual. Bien es sabido que Griffith tomó su literatura como modelo del realismo cinematográfico. A la estructuración en capítulos llevada a cabo por el autor de Oliver Twist le correspondió con el montaje paralelo de El nacimiento de una nación. Dickens no solo inspiró el lenguaje del séptimo arte, también sus temas, documentando el modo en que la cultura de principios de siglo se vio marcada por los procesos de transformación entre el campo y la metrópoli. Del sosiego rural al dinamismo urbano, es decir, aquellos infiernos de miserabilismo y grisura que atraviesan relatos clásicos como Tiempos difíciles, Un cuento de Navidad, David Copperfield, Historia de dos ciudades y, claro, Grandes esperanzas.

La novela que publicara Dickens por entregas entre 1860 y 1861, esa atribulada crónica de ascenso social del huérfano Pip desde su infancia a su madurez, es paradigmática al respecto. Sus versiones cinematográficas se han ido sucediendo a lo largo de las décadas como si el cine se interrogara, de cuando en cuando, sobre la propia perdurabilidad de su lenguaje. La adaptación de Grandes esperanzas que realizara David Lean a mediados de los cuarenta vendría a glosar el canon del clasicismo, mientras que la traslación contemporánea dirigida por Alfonso Cuarón en 1998 se esforzaba por "modernizar" los significados de tamaña épica romántica y social. ¿Qué aporta esta nueva versión escrita por David Nicholls y dirigida por Mike Newell, director de obras tan distantes y distintas entre sí como Cuatro bodas y un funeral (1994), Donnie Brasco (1997), La sonrisa de Mona Lisa (2003) o Harry Potter y el cáliz de fuego (2005)? Quizá aquello que siempre sospechamos de la habilidad del director británico para moverse con eficacia en las artes (o las ciencias) nada despreciables del copista.

El arranque, embaucador, es apenas un espejismo. Cámara en mano, con determinación "realista", pareciera que Newell buscara el pulso de Andrea Arnold cuando filmó sus Cumbres borrascosas (2011). Es decir, conjugar en presente indicativo un relato decimonónico como si se escenificara por primera vez. Sobre todo hoy, cuando a nadie pueden resultar ajenos los grandes relatos sobre luchas de clases y sueños imposibles, cuando el rico promete al pobre y el pobre se lo cree. Agradecemos por tanto que Newell haga todo lo posible por no caer en las redes y los corsés del decoro victoriano, pero lo intenta tanto que en su afán emulador apenas logra extraer algunos jirones de la posmodernidad de Baz Luhrmann y del tenebrismo de Tim Burton (vía Helena Bonham Carter), viciando con su manifiesta indeterminación una película que se descompone y recompone una y otra vez a lo largo de más de dos innecesarias horas de metraje. Ni nos aburre ni nos altera. Tampoco nos preocupa. Quizá porque las expectativas depositadas en Newell nunca fueron demasiado altas, ni las esperanzas tan grandes.