Image: Coixet, un viaje a los abismos del dolor

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Cine

Coixet, un viaje a los abismos del dolor

26 abril, 2013 02:00

Javier Cámara y Candela Peña en Ayer no termina nunca

El cine de Isabel Coixet siempre ha relacionado el paisaje con los tormentos íntimos. Desde aquella emblemática Cosas que nunca te dije (1996), en la que las gigantescas superficies de la América profunda servían como metáfora de la soledad de la actriz Lili Taylor, pasando por esa inhumana planta petrolífera plantada en medio del océano de La vida secreta de las palabras (2005), la cineasta se ha esforzado por incluir a sus criaturas en escenarios que funcionen de forma simbólica. En Ayer no termina nunca Coixet nos sitúa directamente en un marco posapocalíptico en el que la destrucción moral y humana de la pareja protagonista se desarrolla en paralelo con la destrucción de un país. En ese futuro próximo de 2017 ya ha sucumbido definitivamente a la crisis y habita en el caos y la miseria más absoluta.

Javier Cámara, un profesor español exiliado en Alemania, donde ha triunfado, se reúne con su no tan próspera ex mujer, interpretada por una gran Candela Peña, años después de una separación marcada de forma trágica por la muerte de su hijo. Coixet fía todo el potencial de su película a una larguísima conversación de la antigua pareja en la que aflorarán sus sentimientos más íntimos y que plantea como un viaje a los abismos más profundos y punzantes del dolor. Cuenta la directora que el filme surgió de una experiencia que la dejó devastada: tener que comunicar a una amiga durante un viaje en coche la muerte de su hijo y que necesitaba rodar esta historia como una urgencia de su alma.

Situada en el cementerio de Igualada, obra de los arquitectos Enric Miralles y Carme Pinos, Coixet apunta directamente hacia Tarkovski al crear un imaginario desolado de hormigón y gotas de agua que recuerda, poderosamente, a la Zona de Stalker. En otro sentido, la película se plantea casi como un episodio venido a menos de Escenas de un matrimonio, de Bergman, en la que asistimos a las distintas etapas en la vida de una pareja. La directora consigue extraer de todo ello algunas imágenes impactantes y, por momentos, la descarnada exhibición de dolor, tan frecuente en su obra, llega a conmover, pero el conjunto acaba resultando pretencioso y plúmbeo, probablemente por un déficit de sutileza.