Image: El terror se apodera de Cannes

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Cine

El terror se apodera de Cannes

21 mayo, 2013 02:00

Borgman, de Alex van Warmerdam

El festival de festivales no da mucho de sí. Más cerca de una sesión de media noche de Sitges, han entrado en la competición las películas del holandés Alex van Warmerdam y del japonés Takashi Miike. Pero a

La sección competitiva de momento no da mucho de sí en el festival de los festivales. Con Borgman, del holandés Alex van Warmerdam, y Shield of Straw, del japonés Takashi Miike, bien se podría armar una sesión de medianoche para el Festival de Cine Fantástico de Sitges. Pero a Cannes hay que pedirle mucho más. Borgman incumple las promesas de su magnífico arranque: un cura y dos individuos armados persiguen por el bosque a unos moradores del submundo, indigentes que viven bajo tierra. La energía es feroz, se siembra el misterio, pero los enigmas se extravían demasiado pronto en su manifiesta voluntad por crear cultos satánicos y juegos sobrenaturales. Hay una irreparable ausencia de tensión en una trama supuestamente inquietante que se quiere un pálido reflejo de Funny Games (Michael Haneke) y Canino (Giorgos Lanthimos), en la que un vagabundo que podría ser el mismo demonio ocupa una casa de ricos.

Tatsuya Fujiwara y Takao Osawa en Shield of Straw, de Takashi Miike

Miike tampoco encuentra el camino de regreso a las expectativas de su premisa. Con más de noventa títulos a sus espaldas, el autor de Ichi the Killer ha regresado a Cannes después de la solemnidad de Hara-kiri con una revuelta de tuerca a la clásica trama de unos policías encargados de custodiar al perturbado asesino de una niña (por el que su abuelo, el hombre más poderoso de Tokio, ha ofrecido una recompensa de un billón de yenes), si bien el talento del japonés para componer juguetes macabros, perturbados y extremos apenas lo reconocemos en un par de secuencias de acción y destrucciones. Habituado a tomar distancias irónicas con los estereotipos, en Shield of Straw (Escudo de paja) quizá los asume con demasiada fe, lo que acaba jugando en su contra, pues ni los personajes ni la previsible trama ni el tratamiento estético remontan la mediocridad. Digamos que el resultado está más cerca de Ruta suicida que de Río Bravo, sin llegar a los talones de ninguna de las dos. Su selección a concurso es muy discutible.

El gran cine lo encontramos en la sección paralela "Una cierta mirada". No es una novedad. Rithy Panh perdió a los trece años a toda su familia en el espacio de pocas semanas, barridos por la crueldad de los Jemeres Rojos de Camboya. Sin familia y sin nombre, después de que la locura de Pol Pot asesinara a cerca de dos millones de habitantes (casi la mitad de la población camboyana), el niño se convirtió en un cineasta de prestigio. En el escalofriante, imprescindible documental S-21. La máquina roja de matar filmaba a los verdugos, décadas después, en los mismos espacios del horror repitiendo los mismos gestos con los que torturaron y masacraron sistemáticamente. A ese niño que durante cuatro años sufrió aquel indescriptible horror es al que trata de regresar Rithy Panh en The Missing Image. Dice que es imposible, que falta la imagen -la que no contó la propaganda de la dictadura, la de las deportaciones masivas y los campos de trabajo-, y evoca la memoria de su infancia con figuras de arcilla, ecos y efectos sonoros, una voz en off lírica... recuerdos traumáticos que probablemente nosotros tampoco podremos olvidar. Su dolor encoge el corazón, su lucidez y sensibilidad para volcar las imágenes petrificadas en su memoria y las palabras que ha mascullado durante tantos años, expresan todo el espanto de la ignominia. Panh esculpe sus hombres de barro como Spiegelman dibujó a los ratones de Maus, y exorciza su historia de supervivencia como si fuera una plegaria elegíaca, proyectando la memoria histórica a partir de su memoria personal. Cine hermoso a pesar del horror, una película que trasciende cualquier debate cinéfilo desde su irrebatible valor histórico.

The Missing Image, de Rithy Panh