Ramón Salazar: "El fastidio del sentimiento cristiano no es el perdón sino la culpa"
El cineasta estrena su última película 10.000 noches en ninguna parte, ambientada en tres tiempos y tres lugares
9 mayo, 2014 02:00Ramón Salazar estrena su nueva película 10.000 noches en ninguna parte
Tras un proceso de cuatro años y partiendo de un método de trabajo poco transitado en el cine español, el director Ramón Salazar (Málaga, 1973) estrena su película 10.000 noches en ninguna parte. Con un reparto encabezado por Andrés Gertrudix, Lola Dueñas, Najwa Nimri, Susi Sánchez y Manuel Castillo, Salazar se atreve con un filme complejo y profundamente original que es un viaje a los resortes más íntimos de un joven de 27 años (Gertrudix) traumatizado por su infancia e incapaz de vivir en el presente. Ambientada en tres tiempos y tres lugares, Madrid, París y Berlín, el director de Piedras (2002) y 20 centímetros (2006), además de guionista de las exitosas A tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti, explica los meandros de un filme bello y sorprendente que escapa a la lógica de la narrativa convencional para abrazar el caos del alma. Y de paso poner un poco de orden.Pregunta.- Es un proyecto de larga elaboración, ¿cuál es su génesis?
Respuesta.- Empezó porque yo estos años he estado dando clases de interpretación. Trabajábamos con un sistema de biografías que le entregaba a cada actor, era personal e intransferible, y nadie conocía la biografía del otro. Se planteaban retos apasionantes. A partir de aquí, quise hacer una película siguiendo el mismo sistema. Creé tres líneas temporales con un protagonista masculino (Andrés Gertrudix). En Madrid tenemos a esa familia desestructurada formada por el protagonista, su madre y su hermana; en París su vida imaginaria y en Berlín la libertad. A Andrés nunca le dije el problema que tenía con la madre, teníamos una escaleta muy leve para dejarnos llevar. Lo que se improvisó, está en la película. Lo difícil fue encontrar financiación con un esquema tan poco convencional.
P.- ¿Cuál era el planteamiento conceptual de base?
R.- Yo sabía dos cosas, que iba a ser una pelicula sobre la memoria, sobre alguien que por un suceso de la infancia se la habían bloqueado. También trata sobre las decisiones porque cada vez que tomamos una, hay una parte que toma la contraria. Estamos viviendo en Madrid, pero sigue coexistiendo esa parte que podría haber vivido en otra ciudad o tomado otro rumbo. Aunque al final, todos esos yoes posibles que coexisten acaban confluyendo en el mismo punto. En realidad este planteamiento lo trabaja solo el protagonista, que es el que hace este viaje, eso requería mucha confianza por parte de Andrés. Necesitaba al máximo su confianza porque esos tres personajes paralelos son el mismo y había que darles coherencia.
P.- Se plantea una cuestión clásica, si pesa más el carácter o las circunstancias.
R.- El carácter individual es el origen, todo parte de allí. A medida que va tomando decisiones, estas lo van transformando. Hay un viaje que sobre todo es interior, a buscar soluciones a las cosas, porque la huida nunca es la solución. El planteamiento con los actores y con el equipo técnico era que Madrid, es el consciente; Paris, el inconsciente y Berlín el subconsciente. Cuanto más profundo viajas, más te acercas a la solución del problema.
P.-Surgen claros ecos de Freud.
R.- Más de Carl Jung y su teoría de la sincronicidad. Descubrí esta teoría cuando había rodado la película pero me sirvió para el montaje. Cuando se rodó no era tan desestructurado, era más lineal. Con esa teoría me di cuenta de que todo está existiendo a la vez desde el principio y Carl Jung se convirtió en un referente fundamental para el montaje. Todo está confluyendo de una manera apabullante y maravillosa. Le dije al montador que imaginara la posibilidad de sentarse delante de cien pantallas que reflejan su vida, donde tiene el pasado pero también el futuro, ¿qué pincharías tú? Está relacionado con el alma y con la curiosidad.
P.- Estamos acostumbrados a un cine más físico y material. Se adentra en terrenos espirituales.
R.- La que mejor definió cuando vio la película fue Susi Sánchez, después de llorar largo y tendido, me dijo que no habla de la vida de un personaje, habla de su alma. Es una película que deja llevar por lo que surge de dentro, trata de la manera caótica en la que surgen las cosas. Lo bueno de haber tenido un proceso de tres años es que las cosas han ido apareciendo conforme lo he ido necesitando, estando abierto a que las cosas aparezcan. Al equipo le da miedo pero es apasionante ir teniéndolo en la cabeza, ir convenciendo a la gente de que tiene que confiar en ti aunque no sabes muy bien cuál va a ser el resultado. Ese trabajar con el instinto puro ha sido lo más apasionante.
P.- Ese joven torturado es el protagonista absoluto. Parece casi un zombie, está vivo pero no siente.
R.- De allí viene el título. Es un personaje que se ha quedado en ninguna parte los 27 años de su vida. La película nace cuando algo empieza a surgir dentro de él y le empieza a recordar que tiene que investigar, que tiene solucionar eso. Todo Madrid es como un bloque de hielo donde los personajes están muertos. En París vemos cómo Lola Dueñas le va reenseñando todo y en Berlín le dicen que se olvide de lo aprendido porque la libertad es la libertad absoluta. Este personaje habla mucho de mí. Yo he vivido una juventud exitosa, a los 27 años me seleccionaron en Berlín, te colocas allí y ya te quedas allí. Este personaje trata sobre dónde te colocas, adonde tienes que viajar para salir de ese limbo. Se da la paradoja de que a los 27 años vivimos angustiados porque estamos obligados a disfrutar de la juventud y luego te haces mayor y aún te sientes como si tuvieras 27 y no te das cuenta y ya tienes ochenta y sigues igual. Han pasado ocho años desde mi anterior película y ha sido un proceso duro en el que yo también he estado muy despistado. Ahora estoy muy contento, he vivido esta película como si fuera la primera.
P.- En ese joven alienado hay algo muy contemporáneo en este mundo de contactos virtuales y soledades cada vez mayores.
R.- Nunca tuve la intención de hacer un personaje que fuese símbolo de una generación, me parece demasiado pomposo. Pero ahora veo la película y hay algo de eso. Lo he trasmitido de una manera individual con un personaje muy concreto pero sí participa de esta especie de anestesia. Ese sucedáneo de me la enchufo en casa y me quedo súper feliz hasta mañana. Hemos pasado de quejarnos a no hacer nada. Vivimos congelados. Hay también una relación con el orden, el personaje pone en orden su interior para poder seguir despierto. Ha estado dormido esas diez mil noches y finalmente encuentra el perdón.
P.- Eso del perdón es un concepto muy cristiano.
R.- No es el perdón en ese sentido sino en el de liberarse mucho más el alma, quitarle peso. El fastidio del sentimiento cristiano no es el perdón sino la culpa que todos llevamos culturalmente. La memoria no puede ser como una red de pescador en la que vamos acumulando todo, hay que soltar lastre.
P.- Hay un sentido moderno de poner orden en esa identidad múltiple y fragmentada.
R.- Esta película al final trata a de poner los pies en la tierra, así de facil. El final de esta película le ofrece la opción de empezar a caminar hacia donde él quiera. De hecho, fue una cosa que me gustó de llevar el montaje hacia esa ruptura de la temporalidad. Todo lo que puede ocurrir ocurre en este momento. Toda la película podría ser lo que pasa en esa fracción de segundo de la conversación entre el hijo y su madre. Aunque claro, dura una hora y cincuenta minutos.