Feminismo, crimen y hermandad
Una imagen de Foxfire
Tras ganar la Palma de Oro con La clase, el francés Laurent Cantet regresa con Foxfire. Adaptando a Joyce Carol Oates, el filme narra la crónica de una banda de chicas en armas contra la América machista de los años cincuenta.
La clase nos atrapaba desde su convicción de realismo, desde el enorme sentido de verdad que segregaba la puesta en escena y las interpretaciones de unos jóvenes estudiantes prácticamente haciendo de sí mismos. Si La clase se ofrecía como un punzante docudrama de la Francia multiétnica y del sistema educativo francés, en Foxfire el director galo, mediante una pirueta autoral, se propone llevar las mismas armas retóricas del documental a los años cincuenta de un pueblo de Nueva York para entregar una ficción pura, hasta cierto punto dependiente de los mecanismos del género, por más que Cantet trate de desvincularse de ellos. Entre la recreación histórica embellecida y la urgencia de unas vidas filmadas cámara al hombro con el nerviosismo del presente aunque transcurran en el pretérito (la historia es recordada por una de sus protagonistas, que narra en off su convulso relato de adolescencia), la película convoca varios tonos que nunca terminan de reconciliarse. Ese es probablemente el principal escollo para recorrer los excesivos 143 minutos del largometraje.
Abrir el horizonte
En todo caso, el reparto de actrices esencialmente amateurs que se apodera del filme compensa el esquematismo con el que Cantet pone en forma un polisémico relato de iniciación en torno al poder femenino, la angustia adolescente y el espíritu ideológico en un tiempo y lugar en los que agitar la bandera del comunismo era tanto como intimar con el diablo. "Queríamos tragarnos el cielo y abrir el horizonte", dice la narradora Maddy (Katie Coseni), fundadora y cronista de la banda Foxfire, que nos cuenta su historia desde la visión retrospectiva de su madurez. Y esa misma clase de ambición es la que termina por devorar la película, pues abre demasiados frentes como para poder ocuparse de todos ellos, situando así la película muy lejos de la precisión quirúrgica y del detallismo revelador de La clase.Los principios que mueven a la banda son el anticapitalismo y el radical feminismo, un pacto de sangre entre adolescentes que entienden la revolución desde la venganza (a los hombres que odian) hasta que necesitan recurrir al vandalismo y el crimen para hacerse oír. Damos por supuesto que el entorno familiar de las chicas es un paisaje de maltratos, alcoholismo y abandono, aunque nunca se explicite, pero lo que resulta más difícil de sobrellevar es que las relaciones de hermandad entre ellas nunca logren encontrar la emoción que el relato pide a gritos. El motor del itinerario desde los sarpullidos de rebeldía adolescente hasta las sombras del crimen es siempre de índole cerebral.