Image: De cómo Scherezade nos relató la desesperación portuguesa

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Cine

De cómo Scherezade nos relató la desesperación portuguesa

22 mayo, 2015 02:00

Las mil y una noches

El tríptico de seis horas de Las mil y una noches, del luso Miguel Gomes, hace ostentación en el Festival de Cannes de un espíritu indomable para radiografiar los efectos de la crisis económica sobre un andamiaje fabulador.

A su modo es un proyectil suicida disparado contra todos y contra nadie, apuntando a las tripas del tiempo. No sabemos de qué forma podrá verse en pantallas, si encontrará el modo de abrirse paso en las carteleras, pero en Cannes Las mil y una noches de Miguel Gomes se ha programado en la Quincena de Realizadores contraprogramando la Sección Oficial. Hemos visto las tres partes de dos horas cada una proyectadas de forma autónoma, en sábado, lunes y miércoles, revelando poco a poco sus cartas y dejando un periodo de 48 horas entre cada entrega para poder digerir su abrumadora densidad, su audacia estética, su extenuante desafío a las convenciones del cine. El autor de Aquel querido mes de agosto y Tabú, películas que le han aupado al pie del olimpo, sigue abriendo fisuras en la cinematografía lusa, celebrado ya como un digno heredero de Manoel de Oliveira, a quien de hecho Gomes dedicó ayer la proyección de la tercera y última de las piezas. Con sus arabian nights mediterráneas fabuladas a partir de la crisis económica, amenizadas por múltiples versiones de Perfidia, Gomes se propone reformular la mitología alrededor de Scherezade.

Para la cinefilia que se disputa en las barricadas, esta épica producción (no por el tamaño presupuestario, sino por el tiempo y la ambición), rodada a lo largo de catorce meses (2013-2014) en diversos puntos de Portugal, se ha experimentado aquí como uno de los acontecimientos cinematográficos del año. Quien no haya surcado por sus imágenes, pensarán, es que no estuvieron en la 68 edición de Cannes. Bien es cierto que difícilmente tendrán oportunidad de verla en otros escenarios, aunque confiemos que alguna cita festivalera española consiga programarla. Confiemos en ello porque, por muchas extenuaciones y salidas de tono que genere una propuesta tan radical (en todos los sentidos), es acaso la clase de película que muchos querríamos para el cine español. ¿Por qué? En esencia porque convierte las historias de desesperación colectiva de un pueblo cada vez más empobrecido en parte de un nuevo imaginario, alejado de los códigos del periodismo, buscando su pervivencia en el tiempo tomando prestada la estructura de las fábulas seminales de la civilización humana.

El voice over del director en el prólogo revela su propio dilema: quiere hacer una película que no renuncie al escapismo, pero al mismo tiempo le parece imposible hacer una película en Portugal que no hable de otra cosa que no sea la desesperación, el absurdo, el apocalipsis y la perdición del presente. Es tanta su angustia que se filma a sí mismo abandonando a la carrera el set de rodaje. Los 360 minutos que a partir de entonces le restan a Las mil y una noches son sus indomables, excesivos, poéticos, insurgentes, obvios, crudos, surrealistas, hilarantes, dramáticos, satíricos, fantasiosos intentos por resolver esa ecuación. Sirvan como muestra del torrente de relatos el cierre de los centenarios astilleros de Viana de Castelo, una sátira príapa sobre le reunión de la troika y los líderes lusos diseñando las políticas de austeridad, un juicio en el anfiteatro romano de Vila do Conde que recorre la cadena de crímenes de la perversión capitalista desde el robo de unos muebles a la colonización financiera china, testimonios de dramas individuales de desempleados, la historia de un gallo que no deja dormir a los vecinos y de un perro que va de casa en casa a medida que sus amos ya no pueden ofrecerle cuidado...

El fértil y necesariamente imperfecto tríptico de Gomes hace ostentación de la pluralidad de registros, tonos y códigos expresivos, desde los más chuscos y prosaicos a los más líricos y fantasmagóricos, de la sátira a la exuberancia, pues el valor central de su cometido está anclado en el espíritu de la digresión y el desparpajo. El extenuante bloque dedicado al canto de los pájaros (que no deja de ofrecerse como potente metáfora de los discursos políticos) anida en su interior un extraordinario juego de contrastes entra el relato en off de una emigrante china en Portugal y las imágenes de un enfrentamiento entre manifestantes y policías en el Congreso, cuyos ecos resultantes no hacen sino certificar la libertad de un cineasta que no está dispuesto a autoimponerse normas ni convenciones. Ese es uno de los grandes valores de Las mil y una noches, que hacen de su monumentalidad una razón de ser, y de su honestidad creativa un imprescindible gesto de militancia humanista.

Transcurridos los años y las décadas, cuando la amnesia histórica empiece a hacer mella, podremos siempre volver a este colosal testimonio de un tiempo y unas circunstancias que han fracturado definitivamente el supuesto estado de bienestar europeo, que ha hipotecado el futuro de varias generaciones. Su absurdo nos hablará con el idioma de los tiempos oscuros y deplorables, su honestidad sin límites podrá acaso redimirnos como seres humanos que arruinaron su destino, y su poesía nos recordará que en las más acuciantes dificultades el gran arte es una llama perpetua.