Image: Las actrices en el espejo... de Assayas

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Cine

Las actrices en el espejo... de Assayas

12 junio, 2015 02:00

Juliette Binoche en Viaje a Sils Maria

Juliette Binoche y Kristen Stewart. Una estrella de la cinefilia y una superestrella de Hollywood. En Viaje a Sils Maria, Olivier Assayas confronta a ambas actrices para proponer un revelador diálogo entre verdad y representación, entre dos modelos de hacer cine. El autor de Horas del verano, figura esencial del cine del siglo XXI, entrega además otra emotiva reflexión sobre los estragos del tiempo.

Todas las películas tienen una edad, aunque no siempre coincide con la de su director o su protagonista. Nadie lo diría, pero el cineasta Olivier Assayas (París, 1955) cumplió en enero sesenta años, mientras que Juliette Binoche (París, 1964) acaba de cruzar los cincuenta. Podríamos decir que Viaje a Sils Maria comparte la edad media de ambos, la edad que Victor Hugo definió como "la juventud de la madurez", cuando el desencanto todavía no es capaz de aniquilar la pasión y la sabiduría empieza a expresarse con escepticismo. Una edad en la que todavía se es joven pero con mucho esfuerzo. "Quería tratar el paso del tiempo, cómo puede ser creativo y destructivo al mismo tiempo -explica Assayas a El Cultural-. No es una película sobre el hecho de envejecer, sino sobre aceptar que el tiempo pasa y cómo negociamos con ello".

El decimoquinto largometraje de Assayas respira tanta verdad como belleza, pues a su modo nos recuerda la certeza rohmeriana de que "toda ficción es un documental", entendido como el registro notarial de un tiempo y unos cuerpos en el momento de su rodaje. Más incluso si Juliette Binoche se interpreta a sí misma o al menos a una actriz veterana y de gran prestigio. "Nos conocemos desde hace mucho tiempo -recuerda el director-. De hecho, nuestras carreras despegaron con La cita de André Techiné, que yo escribí y ella protagonizó, así que esta película ha sido nuestra forma de enfrentarnos al paso del tiempo treinta años después".

Ecos de Fassbinder

Olivier Assayas

La actriz que interpreta Binoche en Viaje a Sils Maria se llama Maria Enders, y el filme nos la retrata en un momento complicado de su vida, enfrentada al incómodo reflejo de sí misma en su deslumbrante juventud, cuando accede a tomar parte en el revival de una obra de teatro con ecos a Fassbinder que lanzó su carrera veinte años atrás. Su rostro es la máscara de la vulnerabilidad y el desconcierto, de la intranquila madurez. Conserva su blanca belleza, pero detecta signos de una decadencia incipiente.

"En cierto sentido, esta película ha sido como un regalo que le he hecho a Juliette -explica el autor de Boarding Gate-. Una actriz tiene ansiedades sobre su edad y cómo afecta a su carrera, y la película en gran medida está diciendo cómo ella puede dominar eso, cómo puede apropiarse de la circunstancia y hacerla suya, que no sea necesariamente una condena". Hay algo en todo caso tan extrañamente perverso como revelador en que la Binoche se mida en la pantalla, plano tras plano, con la mayor celebridad del cine adolescente, la archifamosa Kristen Stewart -la Bella de Crepúsculo-, que da vida a Valentine, la ayudante personal de Maria Enders. Verlas compartir plano es como confrontar el pasado del cine europeo con el futuro del cine norteamericano, o mejor, el estrellato de la cinefilia con el estrellato de Hollywood. "Kristen ha hecho un trabajo asombroso, aporta su alma y su energía. Cuando hacía la película, pensaba que ella era un elemento más del entramado, pero viéndolo ahora he comprendido que sin ella sería un filme completamente distinto", reconoce Assayas. Viaje a Sils Maria propone así un fascinante juego de espejos, entre explítico y alegórico, en el que crepitan tanto las vidas de sus actrices en estado de gracia como de unos personajes atrapados en los laberintos del tiempo y la creación.

El excrítico de Cahiers du cinéma, que se ha labrado una carrera a lo largo de los años de trascendencia vital para el cine europeo, vuelve a mostrar en Viaje a Sils Maria por qué es una referencia de la posmodernidad intelectual y la cinefilia del siglo XXI. Como hiciera en las imprescindibles Irma Vep (1996) y Demonlover (2002), propone una lúcida reflexión sobre las mutaciones que se están produciendo en el arte del cine, al tiempo que rescata el lirismo de una mirada interesada en los estragos del tiempo, como hizo en Las horas del verano (2008) y Después de mayo (2012). Pocos como Assayas son capaces de apelar en sus películas a la emoción y al intelecto con semejante equilibro, pocos encuentran el término justo entre el instinto y la razón. "He trabajado en ello toda mi carrera -asegura-. No me gusta intelectualizar mis películas, pero sí necesito mantener discusiones con ellas, preguntarme por qué las hago, y eso acaba reflejado en la pantalla".

Brechas generacionales

A la intervención de Stewart en la película, en un papel que no le procurará fans pero sí el prestigio actoral que necesita para reafirmar su talento -aquel del que dio visibles señales en la maravillosa Adventureland (2009, Greg Mottola), cuyo aspecto de algún modo recupera aquí vistiendo camisetas de Neil Young, luciendo tatuajes y dando rienda suelta a su personalidad antiglamourosa-, se suma la seductora intervención de Chloë Grace Moretz. En otro perverso juego de espejos, la jovencísima actriz parece encarnar a su compañera de reparto, una actriz de las nuevas generaciones, rostro de supreproducciones de fantasía pop y figura híbrida entre el profesionalismo y la prensa sensacionalista. Nos coloca Assayas por tanto frente a un acerado estudio de personajes femeninos que es al mismo tiempo una suerte de película-ensayo sobre el estado de la cuestión del cine contemporáneo.

En un momento del filme, Maria/Juliette y Valentina/Kristen discuten sobre la relevancia cultural de las películas de superhéroes, mostrando así tanto la brecha generacional que se abre entre ellas como sus respectivos conceptos respecto al cine contemporáneo y el arte popular. "En esa discusión, yo me coloco en ambos lados -dice Assayas-. Es el privilegio que tiene el cineasta. Soy de la misma generación de Maria y procedo del mismo sitio, pero también soy un cineasta que aprecia mucho la cultura pop y que la disfruto como espectador. No creo que nunca haga una película de superhéroes, pero desde luego admiro a los autores de cómics. A veces leo X-Men porque me fascina la complejidad y la ambición de su narrativa".

La película acaba conquistando un espacio poético que le pertenece a obras como la mítica Eva al desnudo, clásico de Joseph L. Mankiewicz a cuyas huellas regresa Assayas desde una conciencia rabiosamente contemporánea: "Existe la noción de que si haces películas de autor no puedes entrar en el cine de industria, pero yo pienso lo contrario. También puedes llegar al público mainstream si tratas temas lo suficientemente universales. En la superficie, el filme lidia con el arte de la interpretación, con el teatro y con el cine, pero en el fondo apela a la existencia de cada ser humano".