Román Gubern
Noche, oscuridad, calor. Cine de verano en la plaza del pueblo. Una de tiros, de amores prohibidos, de aventuras míticas... De Jamón, Jamón a Lawrence de Arabia, escritores, artistas, cineastas, músicos, actores y directores teatrales recuerdan aquí aquella película que vieron en plena ola de calor.
Mi fetiche cinéfilo estival es el excéntrico film Una paloma se posó en una rama para reflexionar sobre la existencia, del sueco Roy Andersson y coronado en Venecia, que con una elegancia propia del cine de cámara de Dreyer, Godard y Straub, no reñido esta vez con el humor, nos expone una historia de perdedores.Me gusta especialmente el cine de perdedores y por eso el primer amor cinéfilo de mi adolescencia fue el cine negro americano (que no sabía que se llamaba así), como he contado otras veces. Y en ese filón de claroscuros, perversiones y violencia, que me ayudaron a sobrevivir en el franquismo, he de buscar mi diamante secreto. Tarea difícil decidirse entre Gilda, Los sobornados, El gran sueño, Al rojo vivo, El último refugio o Sed de mal. Pero esta es la regla del juego (con permiso de Jean Renoir) y me quedo con Atraco perfecto de Stanley Kubrick.