Image: Berlinale 2016: Persiguiendo las sombras de Obama

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Cine

Berlinale 2016: Persiguiendo las sombras de Obama

18 febrero, 2016 01:00

Una imagen de Chi-raq de Spike Lee

¿Ha mejorado la democracia norteamericana en los últimos ocho años con Obama de presidente? En torno a esta pregunta han orbitado una gran parte de las películas presentadas hasta ahora en el festival de Berlín.

La primera mitad del festival de Berlín ha deparado una inesperada oleada de películas que cuestionan algunas políticas clave de la Norteamérica contemporánea. Llegado el momento en el que el mandato de Barack Obama se acerca a su final con un aplauso prácticamente unánime, el cine ha vuelto a demostrar su implacable inconformismo. Directores de estilos y procedencias radicalmente diferentes han atravesado con cuchillos bien afilados las supuestas bases del líder demócrata. Sus imágenes nos obligan a plantearnos una pregunta capital: ¿ha mejorado la democracia norteamericana en los últimos ocho años? Para encontrar una respuesta podemos repasar los pilares de Obama.

En la cúspide se encontrarían la igualdad racial y el desarme de la población civil. Ambas cuestiones fueron abordadas por Spike Lee en Chi-raq, inspirada traslación de la Lisístrata de Aristófanes al Chicago actual. El film contiene los descomunales niveles de energía que derrochaban los primeros trabajos de su director, la misma actitud desafiante, la misma carga reivindicativa. Al grito de "No peace, no pussy", la protagonista y sus compañeras plantan cara a sus parejas (jóvenes pertenecientes a bandas locales, causantes de miles de muertes en los últimos años) forzándoles a la abstinencia sexual hasta que dejen las armas. El director afirma con rotundidad que la evolución de la gran ciudad del noreste -tradicional cuna de mafiosos, golpeada hoy por la delincuencia y el racismo- no dependerá de los políticos, sino del coraje femenino. Esta Lisístrata afroamericana interpretada por Teyonah Parris (Mad Men) es sin duda el personaje más carismático de lo que llevamos de festival, y Chi-raq un auténtico revival. Spike Lee está de vuelta al fin. ¿Quién lo hubiera esperado?

El respeto a los derechos de los inmigrantes y la moderación del discurso militar han sido otros mantras del gobierno actual. El iraní Rafi Pitts desacredita el discurso institucional con Soy Nero, potente relato estructurado en tres actos sobre un joven de origen latino que sueña con convertirse en ciudadano estadounidense. Su aventura comienza en la frontera, sigue en una lujosa residencia de Beverly Hills y concluye en Oriente Medio. Todo un camino repleto de obstáculos en el que se topa invariablemente con el desprecio del resto. La película incide en la propaganda impulsada por el Estado para la captación de soldados. La venta de ilusiones intoxicadas, reclamo para individuos desesperados dispuestos a dar la vida en el campo de batalla con tal de pertenecer legalmente al primer mundo. Dadas las circunstancias políticas actuales es preciso destacar que las películas norteamericanas más valiosas presentadas en las secciones competitivas de Rotterdam y Berlín están firmadas por directores iraníes. Sucedió en el festival holandés con la sorprendente Radio Dreams, de Babak Jalali, ganadora del Tiger Award, cuyo escenario era una cadena de radio farsi ubicada en San Francisco. Berlín sigue por la misma senda. Curiosa y necesaria paradoja para estos tiempos en los que la ignorancia de Donald Trump parece conquistar adeptos rápidamente.

Una imagen de Where to Invade Next de Michael Moore

Las críticas a Obama siguieron desde el documental. En Zero Days Alex Gibney destapa la trama cimentada por el MOSAD y la CIA para debilitar el programa nuclear de Irán mediante un sofisticado virus informático. El film sigue la estela de Citizenfour (Laura Poitras, 2014) en su obstinación por descubrir las tenebrosos modus operandi de las grandes naciones. Tras un arranque revelador, Gibney se limita a dar vueltas sobre el mismo asunto sin profundizar en los mecanismos de la política contemporánea y la hipocresía de sus líderes. Pese a sus limitaciones, Zero Days puede verse como una obra honesta y digna, todo lo contrario que Where to Invade Next, último ejercicio de manipulación y narcisismo de Michael Moore. En esta ocasión su meta es recorrer mundo identificando a las naciones que ofrecen mayor bienestar a sus ciudadanos (de la igualdad sexual en Islandia a la calidad educativa en Finlandia, pasando por el cuidado de la alimentación en las escuelas francesas) para después contrastarlas con Estados Unidos. Obviamente, América pierde en todas las comparaciones. Un planteamiento loable que Moore dinamita por su enfoque simplista. Como de costumbre, el autor de Fahrenheit 9/11 aporta las respuestas antes de formular sus preguntas, imposibilitando la participación del espectador.

En el extremo opuesto se encuentra Wang Bing, cuya última película, Ta'ang, es un ejemplo de resistencia cinematográfica, una obra consagrada a la dignificación del ser humano. Esta vez el director chino se asoma a la situación de los refugiados que huyen de la guerra en el norte de Birmania. Bing logra un relato colectivo sin recurrir al sentimentalismo, dejando las bombas fuera de campo, concentrándose en su sonido y en las reacciones de los que escapan de ellas. La tragedia está presente en cada plano, aunque no veamos ni un rastro de sangre, ni un gesto de violencia. Ta'ang es sin duda una de las experiencias más intensas que ha deparado la Berlinale hasta el momento. Lo mismo podría afirmarse de Eldorado XXI, segundo largometraje de Salomé Lamas, una visión al mismo tiempo humilde y portentosa de los trabajadores que todavía hoy buscan oro en los Andes peruanos. Radical en su estructura y deslumbrante en su tratamiento visual, la película refleja el destino cargado de incertidumbres de hombres y mujeres atrapados en una dinámica de supervivencia que parecía extinta desde hacía siglos.

El arrojo de Lamas contrasta con la desidia de otros autores europeos presentes en Berlín. André Téchiné y Thomas Vinterberg volvieron a decepcionar con sus nuevos trabajos, Being 17 y The Commune. El primero aborda con torpeza el despertar sexual de la adolescencia, mientras que el segundo convierte una comedia nostálgica sobre una comuna de la Dinamarca de los 70 en un artefacto morboso y sensacionalista.

Por el contrario, Eugène Green fusiona armoniosamente lo sacro y lo terrenal en Le Fils de Joseph. Seguramente esta sea la culminación de su peculiar estilo, un filme de poética radiante y humor cautivador sobre las posibilidad de recuperar al padre ausente, ya sea reencontrándose con él o reinventándolo. En un mundo marcado cada vez más por las restricciones, el cine de Green nos hace creer de nuevo en el poder ilimitado de la imaginación.