Image: De la desgracia de ser antisistema en la India (y en todas partes)

Image: De la desgracia de ser antisistema en la India (y en todas partes)

Cine

De la desgracia de ser antisistema en la India (y en todas partes)

11 marzo, 2016 01:00

Escena de la película Tribunal

La película Tribunal, de Chaitanya Tamhane, pone en el punto de mira el sistema judicial hindú a través de la historia de un cantante acusado de inducción al suicidio.

Ganadora del premio de la sección Horizontes en el Festival de Venecia, entre otros reconocimientos, la película india Tribunal, dirigida por el joven Chaitanya Tamhane (Mumbai, 1987), llega a las pantallas para ofrecernos un vibrante y apasionado retrato de la sociedad india, que avanza con dificultades hacia una democracia real a medio camino entre el pasado colonial, que pesa como una losa, y la modernidad lastrada por la miseria de amplias capas de la población y el dilema no resuelto entre el respeto a las tradiciones y las exigencias y garantías de un Estado de derecho.

El absurdo judicial comienza a ser un clásico del cine contemporáneo como podemos ver en la iraní Nader y Simin o la israelí Gett: el divorcio de Viviane Amsalem. Y en un marco más amplio, lo han hecho otras películas recientes como Making a Murderer o Paradise Lost, que cuenta una historia universal sobre el precio de enfrentarse al poder. En la India y en todas partes.

Tribunal es una película seria y ambiciosa aunque por momentos la rocambolesca situación procesal que presenta tenga visos de surrealismo y el director introduzca algunas notas de humor absurdo. Lo más curioso del asunto es que Tribunal primero parece una cosa y luego es otra. Cuenta la historia de un cantante popular de gesto adusto e ideas izquierdistas que canta en las barriadas canciones de protesta relacionadas con la injusticia social en la India. La policía, que le tiene ganas, lo acusa de haber incitado al suicidio a un pobre limpiador de alcantarillas con una canción, supuestamente suya, en la que anima a los profesionales del subsuelo a quitarse la vida.

La acusación puede parecer inverosímil pero es idéntica a la que se genera en países de Occidente, supuestamente más avanzados, cuando unos chavales matan a tiros a sus compañeros de colegio y se le echa la culpa al heavy metal o a los videojuegos. En su libro Juegos mortales: Katanas, mentiras y cintas de vídeo, el crítico Jesús Palacios pone numerosos ejemplos de cómo el mainstream ha encontrado culpables de los más atroces crímenes en estilos musicales o películas con psicópatas para argumentar, de forma brillante y convincente, que no existe relación entre la violencia de las películas y la que ejecutan individuos concretos y reales. El conflicto planteado, la relación entre un suicidio y una canción, no es por tanto un conflicto del tercer mundo, sino que está muy vivo en nuestras sociedades aunque en Occidente, bien es cierto, a la gente no la meten por eso en la cárcel. En India sí, por una ley de la época victoriana heredada de los británicos.

Pero Tribunal va más allá al plantear la eterna cuestión del ciudadano común enfrentado al Estado y su indefensión cuando resulta molesto. Los verdaderos protagonistas son tanto el abogado defensor, héroe de la función en la tradición del abogado comprometido, y la fiscal, que recurriendo a nociones como el respeto por la diferencia o la tolerancia defiende posiciones autoritarias. Porque lo que Tamhane quiere contarnos es la extrema dificultad de enfrentarse al sistema establecido sin que el sistema encuentre la forma de atacar al que considera su enemigo y saltarse la ley para neutralizarlo. En este sentido, Paradise Lost, la serie documental sobre los desdichados 3 de West Memphis, acusados como el cantante indio de subversivos por su afición al heavy metal en su caso, corre casi paralela a la de este filme.

Esto lo cuenta Tamhane con trazas de autor "serio" revelando tanta voluntad de estilo como algunos errores. Tiene tendencia el director a situar fuera de plano la acción importante, un poco como hace Jaime Rosales, y a veces le sale mal como en la escena de la agresión, que al ocultar da la impresión de que es mucho peor de lo que acaba siendo. No hay respuestas en el filme y eso está bien. Tamhane refleja las contradicciones de una sociedad que al mismo tiempo que quiere funcionar según criterios de racionalidad no abandona sus viejas creencias y supersticiones y se escandaliza ante la diferencia entre lo que resulta incómodo y lo que en cambio resulta aceptado poniendo él mismo límites a la libertad de expresión en el lugar contrario donde lo ponen otros. Es una buena película y merece la pena verla.