Image: Si Dios quiere, banalidad y ligereza

Image: Si Dios quiere, banalidad y ligereza

Cine

Si Dios quiere, banalidad y ligereza

10 junio, 2016 02:00

Marco Giallini y Alessandro Gassman en una escena de Si Dios quiere

Edoardo Maria Falcone plantea en Si Dios quiere, una comedia amable que parte de una premisa ciertamente ingeniosa que podría hacer dado pie a una buena comedia.

No cabe duda de que la taquilla de una película no es la mejor manera de valorar la calidad de una película. En Italia, como en España o en Pernambuco, todos los años triunfan una serie de comedias facilonas por lo general solo aptas para el público doméstico pues suelen basar gran parte de su éxito en la explotación de esos tópicos y chascarrillos locales difícilmente comprensibles fuera de las fronteras (véase en nuestro caso, sin entrar a valorar su calidad, filmes como Torrente o la saga de los Ocho apellidos).

Precedida, pues, por su enorme éxito de público en el país transalpino, Si Dios quiere tiene un tema tan italiano como la Iglesia Católica (sigue siendo el único país de Europa, por ejemplo, que no ha aprobado el matrimonio homosexual, lo cual viene al caso al hablar de este filme) con la particularidad de que hablamos de una institución de fortísimo arraigo en el mundo entero y ya no digamos en nuestro propio país. De esta manera, el debutante Edoardo Maria Falcone plantea una comedia amable que parte de una premisa ciertamente ingeniosa que podría hacer dado pie a una buena comedia. En una familia italiana burguesa liderada por un padre cirujano (antipático al estilo House) y racionalista andan todos revueltos porque sospechan que el hijo va a confesarles que es gay. Como buenos liberales, están dispuestos a celebrar la salida del armario pero la noticia resulta ser mucho "peor": el chaval quiere ser cura.

Falcone toca un asunto espinoso que tiene miga, los prejuicios de quienes no tienen prejuicios, la forma en que quienes piensan que han alcanzado el grado máximo de tolerancia se ven superados por ciertos límites que los acercan, para su espanto y probablemente sin que lleguen a asumirlo, a aquellos a quienes precisamente critican. El problema es todo lo demás. El chaval está influido por un cura enrollado y dicharachero que cuenta el Evangelio con maneras de showman y seduce a los jóvenes por su llaneza y falta de prejuicios. El cura no habla de aborto, anticonceptivos ni de llegar al virgen al matrimonio sino de ese otro mensaje cristiano que puede resultar mucho más seductor como ha entendido el Papa Francisco: la compasión, la obligación moral de comportarnos con el prójimo o la importancia de los valores espirituales en una sociedad dominada por el materialismo.

A partir de aquí, Falcone estructura su película en torno a la "rivalidad" entre el cura buenrollero y el amargado médico para debatir sobre el eterno asunto de la existencia de Dios. La película no da una respuesta aunque su propia falta de respuesta significa un posicionamiento (no podemos saber si Dios existe o no existe) lo cual no tiene nada de discutible. Lo terrible de este filme que se pretende ligero y solo logra ser banal es la simpleza casi insultante de los argumentos de uno y otro y la forma cursi en que todo está planteado. Sin duda, unos personajes estereotipados hasta la extenuación no ayudan.

@juansarda