Pulsiones de deseo y muerte
Lo mejor de 2016: Cine | Análisis
30 diciembre, 2016 01:00Albert Serra
Jean Cocteau entendió que el dispositivo del cine era capaz de "filmar a la muerte trabajando". Albert Serra lleva esta expresión a su raíz conceptual con su obra maestra La muerte de Luis XIV. La degradación física y psicológica del monarca absolutista representa la culminación de un cine entendido desde la radicalidad de la puesta en escena, que no solo se ofrece como réquiem sublime y grotesco de una época y una figura histórica, sino también de la modernidad cinematográfica expresada en la presencia de Jean-Pierre Leáud. Serra, hasta ahora proscrito a las periferias del cine de autor con sus recreaciones de mitos culturales desde la transgresión, abandona el nomadismo exterior y conquista el gusto mayoritario permaneciendo fiel a su heterodoxia.También desde la heterodixia artística ha construido Isaki Lacuesta su cine. Codirigiendo La próxima piel con Isa Campo regresa a sus temas predilectos, la identidad y la memoria, sin renunciar al eclecticismo y la valentía. En su thriller psicológico en torno a las suplantaciones, Emma Suárez interpreta a una madre en duelo que, casualmente, recoge el testigo de su personaje en Julieta, como si la película de Lacuesta empezara donde terminaba la de Almodóvar. El manchego, mediante un proceso de repliegue autoral que, curiosamente, también vindica su universo, navega a contracorriente de su propia poética con un filme que privilegia la contención, el rigor y la precisión narrativa frente al exceso y el barroquismo, profundizando en la espiritualidad y la pulsion de muerte de sus últimos trabajos. Si los tres cineastas españoles más valorados han regenerado de algún modo sus miradas, también lo hace Juan Cavestany con Esa sensación, película colectiva dotada de una sorprendente unidad y que pone en forma los discursos de la perplejidad en los que los autores de Gente en sitios y Berserker vienen trabajando con una frescura insolente. El debut de Raúl Arévalo en la dirección, que surge de una verdadera pulsión de muerte anclada en los rencores atávicos de la España negra, propone a su vez una regeneración de la representación de la violencia en línea con la mejor tradición de nuestro cine.
Frente a la dominación masculina, las dos películas extranjeras mejor valoradas, Elle y Carol, se centran en retratos de la feminidad que representan sendas cimas expresivas en las carreras de Paul Verhoeven y Todd Haynes. Propulsadas por un feminismo casi militante, ambas obras exploran las miradas del deseo impugnando cualquier convención social y cinematográfica, si bien ambos huyen de la provocación, mostrando una plena empatía con el descubrimiento de la "sexualidad clandestina" de sus protagonistas.
Es el rigor y la sensibilidad de la puesta en escena lo que convierte los cinco filmes internacionales en verdaderas piezas maestras del cine contemporáneo. Emblemas del cine indie que surgió en los noventa, Jarmusch, Linklater y Haynes -y también podría haber entrado Tarantino- destilan y depuran sus discursos estéticos : la poesía de lo cotidiano en Paterson, el carpe diem de Todos queremos algo. El debutante Lázsló Nemes, por su parte, entiende la valiente puesta en forma de El hijo de Saúl como un gesto eminentemente ético frente a las imágenes (y sus irresolubles debates) de lo irrepresentable. Su opción por mostrar y no mostrar la abyección de la Shoah replantea nuevos desafíos para las ficciones sobre el horror. Nemes también captura a la muerte trabajando.
@carlosreviriego