Image: Oscar 2017: Buenos candidatos, mejores ausencias

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Cine

Oscar 2017: Buenos candidatos, mejores ausencias

24 febrero, 2017 01:00

Una imagen de La La Land

Resuelto su contencioso con la comunidad negra, llega, el próximo domingo 26 (madrugada del lunes en España), una nueva edición de los Oscar marcada por el relevo generacional y la ausencia de nombres como Eastwood y Scorsese y de títulos hispanos. Sólo el corto Timecode, de Juanjo Giménez, nos representará en una edición donde competirán los directores de La La land (una de las claras favoritas), Moonlight, Manchester frente al mar, La llegada y Hasta el último héroe.

El año pasado fue el #oscarsowhite, este año se habla del #oscarsoblack, pero ahora resulta, vaya por dios, que no hay suficientes latinos entre las nominaciones. Es el cuento de nunca acabar, con perdón, porque de lo que se habla muy poco es de la calidad de las películas candidatas o de hasta qué punto las nominaciones a los Oscar pueden considerarse un termómetro fiable del mejor cine surgido a lo largo del año: una cuestión que todo el mundo debe dar ya por perdida, puesto que casi nadie se interesa realmente por ella.

Y sí, es cierto, este año no hay apenas representación latina entre las nominaciones, ni siquiera en el apartado del Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa, pero es que tampoco está Sieranevada, de Cristi Puiu, ni Los exámenes, de Cristian Mungiu, ni El tesoro, de Corneliu Porumboiu, y nadie ha hecho campaña, que se sepa, para quejarse de la discriminación que sufre la espléndida cosecha de cine rumano que ha dado este año (encabezada por estas tres magníficas películas), y lo mismo o parecido sucede con otras cinematografías nacionales.

Efectivamente, también es verdad que la representación afroamericana se hace sentir con fuerza: tres títulos entre los nominados a Mejor Película (Moonlight, de Barry Jenkins; Fences, de Denzel Washington; Figuras ocultas, de Theodore Melfi), un director (Barry Jenkins), dos actores principales (Denzel Washington por Fences; Ruth Negga, por Loving) y cuatro intérpretes de reparto (Mahershala Ali, por Moonlight; Viola Davis, por Fences; Naomi Harris, por Moonlight; Octavia Spencer, por Figuras ocultas), a lo que se añaden las nominaciones obtenidas por estas películas en otros apartados. Pero quizás esta amplia nómina de candidatos negros no sea más que el reflejo de una producción que, con estos y con otros muchos títulos adicionales, ha colocado a la cuestión racial en el centro de la ficción audiovisual norteamericana del último año, lo que ha venido a coincidir -paradojas de la Historia- con la salida de Barack Obama de la Casa Blanca, donde le ha reemplazado un peligroso personaje.

De manera que, si volvemos los ojos hacia el cine propiamente dicho, quizás el diagnóstico no resulte tan reconfortante, puesto que, entre las ocho candidatas a Mejor Película, no están ni Loving, de Jeff Nichols, ni I Am Not Your Negro, de Raoul Peck, que no son solo -y con mucho- las mejores películas USA de 2016 sobre el tema de la discriminación racial, sino que, al menos la primera, es -con independencia de su tema y junto con Paterson, de Jim Jarmusch- una de las grandes conquistas cinematográficas de este año surgidas dentro y fuera de Estados Unidos. Claro está que tampoco han sido ellas solas, ni mucho menos, las únicas víctimas de un injusto olvido.

Una nueva época

Una imagen de Moonlight

Fuera han quedado también las últimas realizaciones de Clint Eastwood (Sully) y Martin Scorsese (Silencio), con todo lo que esta sonora y llamativa postergación anuncia en términos simbólicos: quizás el relevo definitivo de los maestros de una época que parece estar llegando a su fin, sustituida ésta por un tiempo que ya no contempla a los viejos tótems como algo reverencial y desplazados aquellos por directores como Denis Villeneuve, Damien Chazelle, Barry Jenkins, Mel Gibson, Kenneth Lonergan (candidatos al Oscar a la Mejor Dirección), Theodore Melfi, Garth Davis, Denzel Washington y David McKenzie (responsables de otros tantos trabajos que compiten por el Oscar a la Mejor Película).

Un relevo que se hace todavía más significativo si atendemos a los temas de las películas, puesto que de nada ha servido el retrato de un prototípico héroe norteamericano, interpretado nada menos que por Tom Hanks (Sully), ni la severa epopeya sacrificial de unos misioneros en el Japón del siglo XVII (Silencio), a la hora de prestigiar -ante los académicos- unas películas que se han visto arrumbadas, en buena medida, por el impulso de un bonito musical manierista capaz de recolectar catorce candidaturas (algo que solo habían conseguido antes Eva al desnudo, de Joseph L. Mankiewicz, y Titanic, de James Cameron).

No se entienda esta observación sobre La La Land como una manifestación despectiva hacia un género que ha dado grandes obras maestras, pero sí como escéptica valoración de este producto concreto, que vuelve a empaquetar -a golpe de efectismo rutilante- el mismo y dudoso discurso que su director (Damien Chazelle) ya nos había colocado en la muy reaccionaria y autoritaria Whiplash. Un discurso que vuelve a situar el éxito profesional como paradigma supremo, al cual no cabe contraponer ni la ética (en el filme anterior), ni los sentimientos, en esta indudablemente atractiva y melancólica reconsideración de un género al que Chazelle se acerca más desde una posmoderna perspectiva utilitaria que con genuino espíritu musical, y de ahí que en tantas ocasiones su puesta en escena resulte más bien mecánica y un tanto ortopédica.

Tres películas frente a La La Land

Una imagen de Manchester frente al mar

Frente a la hegemonía de La La Land en el cómputo de las candidaturas (responsable de que todas las miradas se vuelvan sobre ella), otras películas que llegan a la gala final con menos galones se desvelan como obras de pretensiones más modestas y, sobre todo, mucho menos evidentes, como Manchester frente al mar, Moonlight y Comanchería: tres realizaciones muy diferentes, pero que suponen otras agradables sorpresas.

La primera, por conseguir embridar un melodrama cargado de dolor en los cauces de un relato contenido, despojado y áspero donde los haya, pero también lleno de piedad y de sentido del humor cuando hace falta. Con la ayuda inapreciable de Casey Affleck (el gran favorito para conseguir el Oscar al Mejor Actor), que logra componer con sorprendente precisión un personaje volcado hacia dentro, Kenneth Lonergan (director de la ya muy estimable Margaret) traza una durísima radiografía de la América interior con una solidez que corre pareja a su sensible capacidad para diseccionar las heridas que consumen a su protagonista.

La segunda (Moonlight), por la vibración de una puesta en escena basada en lo sensual y en lo elíptico, en las miradas fugitivas y en las ráfagas entrecortadas, capaz de socavar sin estridencias ni discursos altisonantes los roles estereotipados en los que tantas veces se ha confinado a los negros en el cine norteamericano. Historia de un niño negro y homosexual que se hace primero adolescente y más tarde adulto -pero también traficante de droga- en tres capítulos sucesivos, la película consigue articular un sugerente discurso sobre la engañosa construcción de la máscara en el proceso de descubrir la propia identidad.

Y la tercera (Comanchería), por proponer un vibrante y original mestizaje de noir y western dentro de una propuesta canónicamente genérica, pero también capaz de retratar a unos personajes poliédricos y cercanos, contradictorios y ambivalentes, en buena parte gracias a las magníficas interpretaciones de Jeff Bridges (nominado al Oscar para el Mejor Actor de Reparto), Chris Pine y Ben Foster.

Un año de transición

Una imagen de Comanchería

Junto a ellas comparecen, sucesivamente, una ambiciosa parábola de ciencia ficción con pretensiones filosóficas, perfiles new age y sustrato melodramático (La llegada, de Denis Villeneuve); una estridente ficción bélica tan aparatosa como reaccionaria, imbuida de ínfulas religiosas más bien sonrojantes (Hasta el último hombre, de Mel Gibson); una amable y colorista evocación de la discriminación racial y sexual de la que fueron víctimas tres jóvenes matemáticas de la NASA a comienzos de los años sesenta, durante los tiempos de la carrera espacial (Figuras ocultas, de Theodore Melfi); la adaptación de la obra dramática homónima de August Wilson (Fences), interpretada y dirigida con notable solvencia por Denzel Washington para contar la discriminación que padece un padre de familia negro en la América de los años cincuenta, y una ternurista historia de adopción infantil llena de guiños autocomplacientes (Lion, de Garth Davis).

Ninguna de ellas deberían ser rivales para cualquiera de las tres anteriores en el caso de que el vendaval desatado por La La Land no acabe por llevárselas a todas por delante, como tampoco Isabelle Huppert debería perder un Oscar que se merece más que nadie por su extraordinaria interpretación en la muy perturbadora Elle, de Paul Verhoeven (y eso que Natalie Portman, Meryl Streep y Ruth Negga no se lo van a poner nada fácil), pero todo ello, claro está, si los baremos en juego fueran exclusivamente artísticos y culturales, y ya sabemos que no son solo estas consideraciones las que imperan en Hollywood.

Sea como fuere, lo que parece más claro es que estamos ante un año de transición hacia no se sabe todavía muy bien dónde, unos Oscar que se atreven a prescindir de los grandes valores consagrados para empezar a buscar hipotéticos relevos. Y de ahí que hayan venido a entronizar a un puñado de cineastas jóvenes y todavía incipientes entre los que, si le preguntan al firmante de este artículo, solo Kenneth Lonergan -con su severo, exigente y depurado melodrama- deja entrever una personalidad realmente fuerte y prometedora.