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'La luz de mi vida': Casey Affleck y el apocalipsis

El actor y director nos presenta una reflexión sobre la masculinidad y la violencia ambientada en un futuro próximo en el que una extraña plaga se ha cebado con el sexo femenino

11 octubre, 2019 09:05

La escritora Margaret Atwood ha convertido El cuento de la criada, su distopía sobre un mundo en el que las mujeres están sometidas a una dictadura insoportable y solo sirven para procrear, en una de las grandes alegorías de nuestro tiempo. Recién aparecida la segunda parte (Los testamentos), el actor, hermanísimo y también director Casey Affleck nos presenta un futuro próximo o incluso inmediato en el que una extraña plaga se ha cebado con el sexo femenino dejando un mundo inhóspito en el que las pocas mujeres que han sobrevivido a la pandemia viven recluidas en búnkers proporcionados por el gobierno para garantizar su precaria seguridad. Un escenario apocalíptico en el que vemos cómo un padre (el propio Affleck) y su hija de unos ocho años, con el pelo corto y vestida como si fuera un chico, viven en perpetua huida temiendo que alguien descubra que el chico en realidad es una chica y caiga en las garras de los muchos que están desesperados por la falta de féminas.

Hace unos años, el director Marc Recha nos mostraba en Un dia perfecte per volar (2015) el mundo mágico que construyen un padre (Sergi López) y su hijo pequeño en el que realidad y fantasía se confunden. Las historias fantásticas que los padres cuentan a sus hijos cuando son pequeños son el eje de La luz de mi vida, en la que Affleck le da una vuelta al género apocalíptico para centrar su película en la peculiar relación entre ese padre protector y su niña en un mundo en el que están condenados a ser descubiertos y tener que huir en el momento menos pensado. Un mundo embellecido por los cuentos metafóricos que el padre inventa y la niña completa, cuentos de supervivencia y generosidad, en el que los despiadados hombres se comportan como fieras y donde ambos construyen una especie de realidad paralela en la que existe un cierto gozo, como si fueran dos enamorados.

La gran audacia del director es la forma en que construye la relación entre el padre y la niña. Ese futuro inhóspito y violento nos recuerda por momentos al de La carretera (John Hillcoat, 2009), con sus tonos lúgubres y grisáceos, y tenemos la impresión de que ya hemos visto más veces la historia de dos supervivientes al apocalipsis que entran en una casa deshabitada pero inquietante o tienen encuentros siniestros con personajes que no son lo que parecen. Donde brilla La luz de mi vida es a la hora de reflexionar sobre la masculinidad y la violencia en un paisaje humano de brutalidad y sobre todo al profundizar en esa extraña relación paternofilial donde vemos la generosidad pero también el egoísmo de todo amor, con ese padre y esa hija que quieren aislarse del mundo para protegerse pero también para poseerse el uno al otro como forma de no enfrentarse a una realidad exterior caótica y desalmada que contrasta con el espacio de entendimiento absoluto que ambos han creado. Un espacio tan hermoso como siniestro. 

@juansarda