'Habitación 212': Historia de un matrimonio
Christophe Honoré aborda en su nueva película la crisis matrimonial de unos intelectuales parisinos de mediana edad que tras más de 20 años juntos se separan cuando el marido descubre que su mujer le es infiel
3 julio, 2020 12:09Escritor y cineasta con una larga trayectoria a sus espaldas, Christophe Honoré (Finisterre, 1970) ha rodado películas estrenadas en nuestro país como Canciones de amor (2007) o Vivir deprisa, amar despacio (2015) en las que explora el mundo de las relaciones sentimentales. Las películas del director suelen ser una imagen perfecta de lo que se identifica con cine francés, personajes bien vestidos, cultos y angustiados por sus penas amorosas. A veces excesivamente burgués, en ocasiones brillante, Honoré estrena ahora Habitación 212 tras su éxito en el último Festival de Cinema d’Autor de Barcelona. En clave de farsa psicoanalítica, refleja la crisis matrimonial de unos intelectuales parisinos de mediana edad que tras más de 20 años juntos se separan después de que el marido descubra que su mujer le es infiel.
Con el cantante Benjamin Biolay y la actriz Chiara Mastroianni como pareja protagonista, la película arranca con una secuencia muy divertida que sintetiza de maravilla los desvelos de una mujer madura que no puede evitar sentir atracción por hombres jóvenes. Después de una discusión con su marido, la mujer se instala en un hotel situado en la puerta de enfrente de su casa para pasar una noche enfrentándose a sus demonios. Como espectros del pasado, reaparece su propio marido a los 25 años cuando lo conoció, resultándole mucho más atractivo que el cincuentón con el que convive, la profesora de piano de la que éste se enamoró en su adolescencia o el mismísimo Charles Aznavour como representante de su “voluntad”. Lejos de un tono grave, Honoré pone a sus personajes a discutir consigo mismos cuando eran más jóvenes y a arreglar cuentas con las personas que formaron parte de su pasado.
Mastroianni interpreta con retranca a una mujer que se resiste a envejecer, pero no queda muy claro si el personaje de Biolay es tonto o le está tomando el pelo. Entre las escenas oníricas de David Lynch y el sainete, el juego de fantasmas que propone Honoré es ingenioso y propone situaciones potencialmente interesantes. El problema de la película es que falta desarrollo, y detalles sobre la relación matrimonial para que nos resulte más creíble. Comprendemos e incluso empatizamos con la promiscua protagonista pero el afecto y la emoción real entre el matrimonio brilla por su ausencia. Uno no tiene jamás ni idea cómo puede ser que hayan pasado dos décadas juntos ni lo que ha pasado durante este tiempo con lo cual el filme apenas supera la condición de truco gracioso.