'Más allá de las palabras': identidad e integración
Urszula Antoniak reflexiona sobre la condición dual de los inmigrantes, condenados a ser siempre “extranjeros” en una película a medio camino entre el thriller y lo poético
14 enero, 2021 12:25En Callback (2016), ganadora de la Biznaga de Oro en Málaga, Carles Torras proponía una reflexión extrema sobre los dolores del inmigrante al presentar a Larry, un personaje psicópata que se esfuerza hasta la caricatura por parecer un “auténtico americano” y ocultar sus orígenes latinos. El protagonista de esta Más allá de las palabras (Beyond Words), curiosa y por momentos fascinante película de producción holandesa, tiene puntos en común con ese Larry aunque dista de ser un asesino. Dirigida por la polaca Urszula Antoniak, cuenta la caída a los infiernos de Michael (Jakub Gierszal), un joven abogado ciudadano de Berlín vestido como un yuppie que perfecciona su acento alemán y los modismos locales para ocultar que es polaco. A partir de aquí, la figura de un padre bohemio (Andrzej Chyra) y un poeta africano que solicita papeles para quedarse en Alemania se convierten en el reflejo de sus propios demonios.
Rodada en blanco y negro con una estilizada fotografía, la directora reflexiona sobre la condición dual de los inmigrantes, condenados a ser siempre “extranjeros” en una película a medio camino entre el thriller y lo poético. Hay ecos claros del cine de un maestro contemporáneo del blanco y negro como el exitoso Pawel Pawlikowski (Ida, Cold War) en una tradición de virtuosismo casi pictórico con la cámara que se remonta a la célebre “Escuela polaca de cine” que floreció a finales de los años 50 del siglo pasado con nombres fundamentales para la historia del cine como Andrzej Wajda o Roman Polanski. Con ese protagonista andrógino, la directora a veces parece recrear el mundo de American Psycho (Mary Harron, 2000) y otras la estética del Berlín sofisticado y dandi de los cabarets durante la época de la República de Weimar.
Michael, el protagonista, vive en la paradoja de haber triunfado en un nuevo país que siente más suyo que aquel en el que creció, pero al mismo tiempo de estar condenado para siempre a ser polaco le guste o no. Polonia, ese “país castigado por la Historia”, como se dice en la propia película, víctima primero de los nazis y después de los soviéticos, se materializa como un fantasma en el espectro de un padre al que creía muerto y que reaparece sin un duro buscando cobijo. La directora muestra el contraste entre el ambicioso ejecutivo y el progenitor ausente al que han echado de un colegio como profesor de música por sus “métodos demasiado avanzados”. Ya se sabe que el pasado siempre vuelve, al menos en las películas.
A veces, la directora logra imágenes estilizadas de gran potencia visual, otras el exceso de estilo amenaza con comerse al contenido del filme. Más allá de las palabras es una película que pretende contar no tanto una historia como reflejar una emoción, una forma de estar en el mundo, en la piel de un joven que acaricia el “sueño alemán” y para ello necesita negarse el reflejo que le ofrece un poeta africano al que rechaza por parecerse demasiado. En este juego de espejos, aún queda un tercer vértice, el jefe del protagonista, quien en un alarde de petulante realismo le recuerda de manera cruel que no puede vivir siendo quien no es. En su ensayo Extraños llamando a la puerta, Bauman define a los inmigrantes como “extraños entre nosotros” y es precisamente esa idea de extrañeza, de desarraigo, de vivir en la paradoja de formar y estar al margen de una sociedad, la que impregna los fotogramas de esta enigmática película.