Melvil Poupaud y Amanda Langlet, Gaspard y Margot, en una escena de 'Cuento de verano'.

Melvil Poupaud y Amanda Langlet, Gaspard y Margot, en una escena de 'Cuento de verano'.

Cine

Suben las temperaturas: el territorio del drama y los deseos de Éric Rohmer

El director explotó el estío, que filmó con maniático rigor cronológico, en películas como 'Cuento de verano', 'El rayo verde' o 'Pauline en playa'

8 agosto, 2022 01:13

Tenía que suceder. Tenía que ponerle nombre, por fin: Cuento de verano (1996) se llama, con toda propiedad, el que en realidad es el sexto 'cuento de verano', de una filmografía, la de Éric Rohmer, que había comenzado –treinta y siete años antes– con otro relato que exploraba ya el tiempo detenido del mes de agosto (El signo de Leo, 1959). Tiempo de calor, de holganza y de parálisis, tan solo aparente.

Tiempo de relajación que, para este cineasta (el más veraniego de todos), coincide con la apertura de un tiempo suspendido –de ocio, de descanso o de vacaciones– que para él es equiparable al 'tiempo vacío’ hitchcockiano. Tiempo de disolución de las certezas, el verano rohmeriano es también la ocasión para que sus personajes se liberen (o así lo crean, aunque no sea del todo cierto) de ataduras familiares, sociales o morales. Tiempo de emociones furtivas y tentaciones amorosas.

Ya transcurran sus ficciones en el agosto caluroso de las calles parisinas y de los muelles del Sena (El signo de Leo), en una villa de Saint-Tropez a orillas del Mediterráneo durante unas semanas de julio (La coleccionista, 1966), en una mansión campestre de Talloires junto al lago de Annecy, entre el 29 de junio y el 29 de julio (La rodilla de Clara, 1970), en las playas de Normandía cercanas al Mont Saint-Michel durante siete días de agosto (Pauline en la playa, 1982), en las costas vascas de Biarritz y de San Juan de Luz entre el 2 de julio y el 4 de agosto (El rayo verde, 1986), o en las playas de Bretaña entre el 17 de julio y el 6 de agosto (Cuento de verano)…, estamos siempre en el territorio favorito de la dramaturgia rohmeriana, campo de juego privilegiado para el despliegue de las miradas sobre los objetos de deseo.

Escena de 'La rodilla de Clara'.

Escena de 'La rodilla de Clara'.

Entre otras cosas, porque la ficción de sus relatos transcurre siempre en las mismas fechas en las que se filman las imágenes. "La autenticidad geográfica, meteorológica y cronométrica del cine de Rohmer no tiene precedentes en ningún otro director contemporáneo", escribía en su día el crítico José Luis Guarner.

El pegajoso calor urbano de la canícula parisina pesa de manera determinante en la progresiva degradación física del protagonista en una película cuyo título alude al signo del zodiaco ubicado entre el 22 de julio y el 23 de agosto (El signo de Leo): una de las obras fundadoras de la Nouvelle Vague que hoy podemos contemplar, además, como un aviso de lo que estaba por venir. Porque después llegarán cinco entregas veraniegas más.

Leer el mar, las olas, los vientos

Leer el mar, las olas, los vientos

Leer el mar, las olas...

Cuenta Françoise Etchegaray en su apasionante libro Cuentos de los mil y un Rohmer (ECAM-DAMA-Caimán, 2022) que, durante la preparación de Cuento de verano, el cineasta le explicaba al actor Melvil Poupaud que iba a "interpretar muchas escenas junto al mar y que tendremos que entenderlo pese al ruido de las olas, la marea y los vientos. Hablar alto y articular bien, ese es el secreto". El mar, las olas, la marea, los vientos… La textura del verano y de la naturaleza en acción. El cine de Rohmer en estado puro.

Las cálidas tonalidades mediterráneas impregnan la luz natural a orillas del mar en un filme (La coleccionista) en el que Adrien (Patrick Bauchau) aspira a "llevar el ocio hasta un grado no alcanzado jamás". El ruido del agua, de los grillos y el canto del gallo, las hierbas y los árboles del campo, el deslizamiento de la luz y de la sombra… configuran la dimensión casi panteísta, contemplativa, carnal y relajada del estío en una película de estirpe renoiriana.

A su vez, las lluvias de finales de julio propician el encuentro decisivo entre Jerôme y Claire cuando se desata la tormenta en el lago de Annecy: secuencia-núcleo de un filme (La rodilla de Clara) que nace de un episodio veraniego de las Confesiones de Rousseau ('El idilio del huerto de los cerezos'), y en el que todos los personajes se acarician y se tocan de manera incesante en una atmósfera de serena luminosidad propiciada por la textura climática del entorno y por la disponibilidad de las horas de ocio.

El tiempo vacío de las vacaciones y los paseos por la playa articulan los vaivenes del deseo y un rondó de expectativas poliédricas en Pauline en la playa: un filme que nace, precisamente, de una obra de teatro titulada Les vacances, que Rohmer había empezado a escribir a principios de los años cincuenta.

Son historias que aparecen situadas invariablemente junto al agua y en escenarios filmados con exactitud atmosférica

De la misma manera que El rayo verde nace de un antiguo esbozo en el que el cineasta escribe: "El sol, los cuerpos, la montaña, ecología, soledad-multitud, vacaciones-trabajo, encuentros, suerte, cartas, horóscopos…"; un conjunto de ideas que después dará lugar a sucesivos títulos de trabajo: La paseante, Un romance de vacaciones y, finalmente, Les Aoûtiennes (Las veraneantes de agosto).

Y así hasta llegar al Cuento de verano, donde Rohmer, para retratar a Gaspard (Melvil Poupaud), un personaje para quien no hay más horizonte que el del instante presente, que carece de puntos de anclaje y que parece moverse casi por el vaivén de las mareas, o lo que es igual, por el influjo de la Luna, necesita controlar el horario diario de estas.

Rayo verde

Rayo verde

A la postre, Gaspard encuentra a Margot (Amanda Langlet) en la Crêperie del Claro de Luna, a la segunda chica en un pueblo llamado Saint Lunaire, mientras que los nombres de esta última y de su novia inicial son, respectivamente, Solène y Léna, sendos juegos de aliteración sonora a partir de Selene, el nombre que recibe la diosa de la Luna en la mitología griega. Ficciones que se instalan en esa pausa fugaz y evanescente del verano, en la que solo puede vivirse la conciencia de un presente permanentemente sustituido por el momento siguiente.

A la captura de ese pálpito transitivo, efímero y perecedero del instante, de la revelación 'epifánica' que sacude los cimientos interiores de 'sus criaturas (con el 'rayo verde' como figura emblemática), Éric Rohmer hace del verano su herramienta fundamental para explorar esas encrucijadas por las que no se interesan las ficciones tradicionales, esas sacudidas emocionales que, según sus propias palabras, "escapan al contador de historias, ya sea cineasta o novelista".