'El asesino': David Fincher se reconoce en el rigor y la eficacia de un sicario
Lo nuevo del director, basado en un cómic de Jacamon y Matz, remite a Perdida y El club de la lucha al recuperar el relato en primera persona y la ácida mirada a la sociedad de consumo.
27 octubre, 2023 02:34Con su puesta en escena de alta precisión, el cine de David Fincher proyecta al espectador a un estado de aguda hipersensibilidad, donde cada pequeño gesto o sonido es percibido como un resorte que hace funcionar o descoyuntar el universo del filme. En El asesino, Fincher se sirve de esta cualidad inmersiva para acercar al espectador a la mente de un implacable sicario (un afinadísimo Michael Fassbender), que susurra los principios de su férrea ética profesional a través de la narración en off.
Es como si el impasible asesino de El silencio de un hombre (1967), de Jean-Pierre Melville, se asomara a La ventana indiscreta (1954), de Alfred Hitchcock, para recitar la versión nihilista de un monólogo interior de Terrence Malick. Quizá los mantras del homicida sean algo rudimentarios, pero también son tremendamente exigentes: “preparación, atención al detalle, repetición, repetición, repetición”. Es posible imaginar a Fincher utilizando estas mismas palabras para motivarse.
“No soy excepcional, sólo tengo la capacidad de mantenerme al margen”, afirma el protagonista de El asesino, vanagloriándose de su talento para acometer sus misiones sin la interferencia de la consciencia. Por su parte, Fincher sitúa al espectador en la encrucijada de tener que mirar a través de los ojos del sicario, mientras este se distrae apuntando con su rifle a un niño que pasea por la calle.
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El juego está servido y consiste en forzar al máximo los mecanismos de identificación inherentes a la narrativa fílmica. ¿Seremos capaces de ponernos del lado del protagonista conociendo sus tendencias sociópatas? ¿Podremos acompañarle en su atroz itinerario vengativo? “La empatía es una señal de debilidad”, sostiene el antiheroico protagonista de El asesino, pero Fincher es el primero en reconocerse en el rigor y eficacia del modus operandi del personaje.
El asesino lleva a la pantalla el cómic homónimo de Jacamon y Matz, y cuenta con un guion de Andrew Kevin Walker, autor del libreto de Seven (1995). Pero más que al filme protagonizado por Brad Pitt, lo nuevo de Fincher remite a Perdida (2014) y El club de la lucha (1999). De la primera, el cineasta recupera el relato en primera persona, aunque esta vez sin trampas de guion, mientras que el recuerdo de la segunda aflora en la ácida mirada a la sociedad de consumo.
El asesino contiene un punzante comentario social, pero en el corazón de la película palpita una mirada de orden filosófico a la naturaleza trágica del protagonista, quien transita por el mundo condenado a errar una y otra vez. La suya es la angustia de un Sísifo contemporáneo.
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En su soliloquio interior, el sicario perfila un ideario marcado por el desapego y el pragmatismo, pero su odisea criminal se ve obstaculizada tanto por los excesos de crueldad como por puntuales atisbos de compasión y curiosidad. Es el precio que hay que pagar por ser humano, algo de lo que Fincher sabe mucho más de lo que su cine de apariencia gélida e indolente muestra a simple vista.