'Concrete Utopia', la distopía coreana donde los supervivientes también se devoran entre ellos
Candidata coreana al Oscar, la película de Um Tae-hwa sobre un Apocalipsis sangriento nos sitúa en Seúl tras el estallido de un terremoto.
2 febrero, 2024 02:09Decir que el cine coreano (el sur, claro, en el norte están a otra historia) está de moda es un tópico que refleja la realidad de una cinematografía vibrante y diversa. Del gran espectáculo a lo Hitchcock de la emblemática Parásitos de Bong Joon-ho a la sutileza “romheriana” de Hong Sang-so o los thrillers vanguardistas del fastuoso Park Chan-wook (Decision to Leave), se diría que las películas de ese país van de la escala micro a la macro, del análisis psicológico profundo de los personajes, centro de la trama, a lo grandioso, con una especial querencia por el cine de catástrofes.
Mucho antes de ganar el Oscar, Joon-ho triunfó en el mundo con The Host (2006), en la que un monstruo enorme tipo Godzilla se cargaba la capital del país. A los coreanos les gusta hacer blockbusters y son expertos en renovar géneros tradicionales de Hollywood dándoles su propia pátina, con una narrativa muy atenta a lo real pero también al subconsciente e incluso los sueños de los personajes, casi se diría que salvándolos de sí mismos gracias a una mirada fresca, distinta, que incorpora lo mejor de ambos mundos.
En Concrete Utopía, seleccionada por el país para representarlo en los Oscar, vemos lo que sucede cuando Seúl es devastado por un terremoto. Milagrosamente, sobrevive un edificio, una enorme mole de apartamentos que se mantiene en pie en medio de un paisaje en ruinas en un invierno con temperaturas glaciales de menos 20 grados bajo cero.
En la introducción, se nos informa de que la llegada de la modernidad exprés a Corea hizo que de la noche a la mañana se construyeran en los años 60 del pasado siglo cientos de esos edificios que cambiaron radicalmente de la noche a la mañana la forma de vivir de millones de personas. A eso se refiere, de manera irónica, ese título “concrete utopía”, la utopía del “hormigón” que en la película se revela como una brutal ironía, ya que ese “paraíso de la vida moderna” se convierte en un infierno.
Dice el periodista Mstylav Chernov, director y narrador del documental 20 días en Mariúpol, que las “guerras hacen mejores a las personas que ya eran buenas y peores a las que eran malas”. Mucho de eso hay en Concrete Utopía, donde vemos cómo esa comunidad de vecinos que sigue teniendo un techo en el que dormir y acceso a comida, no mucha, se niega a dar cobijo a las personas que se han quedado desamparadas en las calles destruidas de la ciudad, muertas de frío y matándose entre ellos por comida.
El Apocalipsis como test humano
La película está protagonizada por una pareja joven que son como el ying y el yang. El chico, Min-sung (Park Seo-joon), no solo se muestra desde el principio reacio a la generosidad con los menos favorecidos; poco a poco se va fanatizando y envileciendo en esa lucha sin cuartes contra los “otros”, a los que comienzan a llamar “cucarachas” para deshumanizarlos. Su mujer, Myung-hwa (Park Bo-young), en cambio, es partidaria de salvar las vidas de la gente. El protagonista acaba siendo el misterioso y manipulador Yeong-tak (Lee Byung-hun), quien se erige en líder de los aguerridos vecinos.
El género apocalíptico es un clásico del blockbuster que Hollywood ha usado y abusado en innumerables ocasiones, de títulos notables de Shyamalan como El incidente (2008) a visiones sentimentales como Soy leyenda (Francis Lawrence, 2007) o espectáculos desquiciados como El día de mañana (Roland Emmerich, 2004) sin olvidar la metafísica de La carretera (John Hillcoat, 2009). Esta última parece la más cercana a Concrete Utopía, que es más “blockbusteriana”, al presentar un mundo en ruinas en el que impera la ley de la jungla y la gente se come la una a la otra y no precisamente como “un acto de amor” como en la película de Bayona.
['Decision to Leave' y el auge del cine surcoreano]
En Concrete Utopía vemos aquello que Amin Maalouf llamó en su clásico ensayo “identidades asesinas”. Con ese Yeong-tak erigido en líder “trumpista” cada vez más enloquecido, observamos cómo los vecinos de un bloque de apartamentos pasan de apenas conocerse —de cruzarse en el ascensor— a desarrollar una especie de extraño nacionalismo por el cual surge una identidad nueva, que hay que defender con uñas y dientes, en torno a un edificio más bien sombrío, en lo que no es más que una defensa de sus propios privilegios.
Acierta el director, Um Tae-hwa, que estrena por primera vez una película en España tras haber dirigido dos largometrajes, al no ser demasiado severo con esos vecinos egoístas que también creen que si permiten la entrada de todo el mundo que pasa apuros, miles de personas, eso los llevará a su propio colapso. El dilema está bien planteado, empatizamos con ese chaval huérfano que no quiere perder por lo que ha luchado toda su vida, la mirada del director no es cínica, quizá sí por momentos un poco triste.
Poco a poco, la lucha contra el exterior se vuelve más encarnizada, los antiguos urbanitas civilizados se van convirtiendo en monstruos para sobrevivir. Como en La carretera, la amenaza del canibalismo los sobrecoge. El personaje de ese líder mesiánico al que la tragedia, de una manera paradójica, da una oportunidad de recuperar lo que considera suyo y redimirse como personaje, está bien trazado. Un final hermoso, sutil, le da un tono moral a la película, el bien no siempre tiene por qué perder.