Patricia López Arnáiz, en 'Nina'

Patricia López Arnáiz, en 'Nina'

Cine

'Nina': Andrea Jaurrieta aborda con feroz creatividad el deseo de venganza

La directora invoca grandes referentes: del perverso 'noir' de Orson Welles al equilibrio entre fulgor poético y empuje conceptual de Hitchcock.

10 mayo, 2024 02:20

En el origen de Nina, el deslumbrante segundo largometraje de la cineasta pamplonesa Andrea Jaurrieta (1986), anidan dos poderosos referentes literarios.

Por un lado, está la pieza teatral homónima de José Ramón Fernández, que sirve de inspiración para una película que toma la figura de Nina, la protagonista de La gaviota de Chejov, y la transporta a un presente vaciado de romanticismo. Y luego, antes del arranque del filme, la pantalla se ilumina con una de las célebres máximas de T. S. Eliot: “En mi principio está el final”.

Más que cualquier principio o fin, Nina aborda el difícil transcurrir de una vida marcada por el trauma y el deseo de venganza. ¿Es posible contemplar un futuro cuando el presente se convierte en un lodazal de pasados tortuosos?

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Pese a las muletas literarias de las que hace gala Nina, estamos ante una obra que vehicula todo su discurso a través de las posibilidades que le ofrece el lenguaje cinematográfico.

Así, dos de las secuencias más memorables de la película, ambientadas en las callejuelas de un pueblo costero y en una procesión cristiana, funcionan a partir de un empleo endiablado del montaje. En ambas escenas, la protagonista –una actriz llamada Nina (inspirada Patricia López Arnaiz) que regresa al pueblo donde creció, en el País Vasco– persigue a un hombre mayor, un reputado escritor (sibilino Darío Grandine-tti), que marcó su juventud.

En esta tesitura, Jaurrieta podría haberse ceñido a filmar la realidad presente; de hecho, la directora de Ana de día (2018) demuestra un gran talento en el manejo de la puesta en escena. Sin embargo, en un giro genial, la cineasta opta por enriquecer el significado de estas escenas insertando imágenes pretéritas de la pareja, generando una turbia espiral de pasados y presentes que tensa un relato que apunta hacia la más pura oscuridad.

En términos cinéfilos, Nina invoca un puñado de referentes nobles. En su desgarradora odisea memorística, la figura de Nina, que viaja acompañada de un rifle, remite a los protagonistas de Johnny Guitar (1954) de Nicholas Ray y El hombre del oeste (1958) de Anthony Mann, wésterns que meditaban sobre la imposibilidad de escapar del pasado.

Jaurrieta rememora la mítica conclusión de La dama de Shanghái (1947), con la que Orson Welles remató su inmersión noir en las turbias aguas de la manipulación y la perversidad, ingredientes esenciales del itinerario narrativo de Nina.

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Por último, mediante la omnipresencia del color rojo –en las ropas, los labios maquillados y las sábanas manchadas de flujo menstrual–, Jaurrieta actualiza de forma ejemplar el equilibrio entre fulgor poético y empuje conceptual que caracterizó la obra de Alfred Hitchcock.

Desde su elegante travelling inaugural hasta su brutal plano-contraplano final, las imágenes de Nina giran sobre su eje temático –formado por las heridas provocadas por una masculinidad tóxica– de la misma manera que el tiovivo que aparece de forma recurrente en la película.

Nada escapa a la feroz creatividad de Jaurrieta, una cineasta del presente que toma impulso en la memoria fílmica para hacer suyo el futuro de nuestro cine.

Nina

Dirección y guion: Andrea Jaurrieta.

Intérpretes: Patricia López Arnaiz, Darío Grandinetti, Aina Picarolo, Iñigo Aranburu, Mar Sodupe.

Año: 2024.

Estreno: 10 de mayo